VIVIENDA / Asistentes sociales de la organización evidencian «situaciones infrahumanas» en pisos sobreocupados de la ciudad / Alquilar el espacio que ocupa un colchón puede costarle al inquilino entre 50 y 200 euros

Càritas denuncia que en Barcelona hay personas que duermen en balcones, palomares y bañeras

El Mundo, VIRGINIA CASADO, 20-05-2007

¿Puede el espacio vital reducirse a lo que ocupa un simple colchón? En Barcelona, sí. «He visto como una mujer de Mataró alquilaba la cama de su propio hijo cuando éste se marchaba a la universidad a primera hora de la mañana», cuenta Ferran Moreno, trabajador social de Càritas Diocesana de Barcelona.


El informe La vivienda, un factor de exclusión social, hecho público esta semana por la organización, ha levantado ampollas sobre las condiciones infrahumanas que soportan cientos de personas en pisos sobreocupados de Ciutat Vella, área metropolitana y el Vallès. Se confirma así que Barcelona revive hoy el trance de los años 60. Las camas calientes imponen su norma: cuando una queda vacía, siempre hay alguien que quiera ocuparla.


La Fundació Foment de l’Habitatge Social, encargada del área de vivienda de Càritas y coordinadora del informe, confirmó que a lo largo de 2006 un 54% de las personas atendidas por la organización denunciaban residir en infraviviendas y padecer «situaciones extremas» en cuanto a higiene, salubridad y marginalidad. Junto a Ferran Moreno, María Fernandez, asistente social de Càritas y coordinadora del Barcelonés Norte y Maresme, es testigo directo de la grave situación que sufren cientos de personas en el área metropolitana de Barcelona. «Recuerdo una familia inmigrante con un menor y la mujer embarazada de ocho meses que vivían en un sótano de Badalona donde iban a parar las tuberías del resto de los vecinos», cuenta María. Un simple cartón se encargaba de tapar las heces y el resto de porquería vecinal que bajaba por las paredes. «El olor a excremento era insoportable pero ellos parecían estar acostumbrados a él», admite.


Ferran Moreno no olvidará nunca a aquella mujer de Matarò que alquilaba la cama de su propio hijo pero tampoco la situación que vivió en un céntrico piso de Barcelona mientras realizaba una de sus visitas. «Cuando abrí la puerta me encontre a un joven durmiendo en el recibidor, pero no en el colchón sino dentro del mismo mueble», admite. La vivienda no tenía ni un hueco libre por donde pasar. Los colchones se agolpaban a lo largo de las distintas estancias. No existía ni salón, ni comedor ni tampoco un aseo. En ese lugar hasta la bañera tenía un precio.


Fianzas de entre seis y ocho meses así como arrendamientos abusivos que oscilan entre los 50 y 200 euros por persona, hacen que cualquier rincón ayude a pagar el alquiler. En el número 103 de una conocida calle del barrio de El Raval ocho inmigrantes chinos duermen hacinados en literas dentro de una minúscula habitación. «Y tendrías que ver cómo estan las terrazas de colchones», asegura Manuel, dueño de un bar aragonés de la zona. Mientras de noche todos duermen, a primera hora de la mañana los reducidos metros de los balcones hacen que los áticos y terrazas se conviertan en improvisados almacenes de colchones. Y, en ocasiones, también en viviendas. «He visto a familias durmiendo en palomares, sin ventanas, ni cristales, en unas condiciones infrahumanas», asegura Ferran de Càritas.


Para los inquilinos de los pisos patera hasta el instintivo hecho de tirar de la cadena es un acto prohibitivo. Con el fin de evitar gastos, los habitantes pactan una serie de normas de convivencia comparables con situaciones tercermundistas. Todas las habitaciones están cerradas con candado, también la nevera y los armarios de la cocina. Los gastos se calculan al milímetro. En pocas viviendas se hace uso por turnos de la ducha ya que en la mayoría de los casos se trata de un espacio que también se encuentra en alquiler.«Que se duchen en el colegio o en el trabajo» son los consejos a los recién llegados. Además, a la hora de ir al servicio, tienen terminantemente prohibido tirar de la cadena. La suciedad y los excrementos de 20 personas se acumulan durante días en sus lavabos. En el espacio destinado a la cocina, casi siempre en la propia habitación, se controla el uso de los platos y vasos y se obliga a su reutilización para evitar el gasto de agua.«¿Se puede vivir así?», se preguntan desde Càritas.


No importa si es verano o invierno, si llueve o graniza, para quien busca un hogar todo metro cuadrado parece útil con tal de dar cabida a una familia. Para María Fernández, no obstante, «disponer de un techo bajo el que dormir no es lo mismo que tener un hogar». Las consecuencias de este modo de vida puede ser fatales «para el desarrollo social de niños y adultos». Los más pequeños no pueden leer, correr o jugar, «a muchos ni siquiera se les permite llorar por el miedo de molestar y ser expulsados del piso», admite María.


«¿Qué tipo de persona hay detrás de esto?»


El realquiler de pisos en Barcelona se ha convertido en una táctica más para hacer negocio a costa de inmigrantes y autóctonos que buscan una vivienda digna. Las fianzas y depósitos que solicitan para acceder a la vivienda son excesivos y muy pocas familias del perfil que atienden en Càritas tienen el nivel de ingresos necesario para poder acceder a ella. Según Ferran Fernández, «existe mucha desconfianza hacia los inmigrantes» porque no son vistos como personas sino como alguien «de quien sacar provecho».Desde abogados que tramitan papeles pero que no tienen ni idea de la ley de extranjería y se ponen con ello «porque da mucho dinero» hasta gestorías de renombre. Todos quieren sacar tajada del auge de los ‘pisos patera’. Bañeras y balcones en alquiler, palomares y locales habilitados como viviendas… «¿Qué tipo de persona hay detrás de esto?», se pregunta Anna Jolonch, coordinadora del informe de vivienda realizado por Càritas. No hace falta irse muy lejos. Jubilados que quieren ampliar su pensión, caseros con afán de enriquecerse o simples amas de casa que alquilan su sofá. «No existe un sentimiento de preocupación por las condiciones en las que viven, sólo las ganas de enriquecerse», concluye Jolonch.

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