La inmigración, en campaña
Canarias 7, , 16-05-2007Mientras se desarrolla la campaña electoral, llegan riadas de inmigrantes a Canarias. Un millar de desheredados de la tierra se ha jugado literalmente la vida en las últimas setenta y dos horas, a través de la llamada ‘ruta marroquí’. Mientras tanto, en España nos aproximamos ya al 10% de población inmigrante, la cota que ya han alcanzado los países ‘grandes’ de la Unión Europea: Reino Unido, Francia y Alemania. En estas naciones, el problema ocupa un lugar central en el debate: Sarkozy y Royal han hecho de este asunto el eje de la campaña presidencial. Aquí, sólo se aborda confusa y tangencialmente.
Apenas en Cataluña ha comenzado a producirse un incipiente debate sobre la seguridad y la inmigración. Al hilo de la victoria de Sarkozy, con su discurso duro sobre la seguridad, y de los graves incidentes de maltrato a detenidos en una comisaría catalana, el convergente Artur Mas ha optado por sacar a la palestra estas cuestiones. Las críticas a la Generalitat por el comportamiento de los Mossos d’Esquadra se han conjugado con las reflexiones sobre un estudio del Instituto Elcano que revela que Cataluña se ha convertido en el primer foco de reclutamiento de yihadistas de toda Europa. Los partidos del gobierno se han apresurado a lanzarle sus dardos… Y sin embargo, es patente que la principal y más seria novedad uno se resiste a hablar realmente de un ‘problema’, ya que el fenómeno es mucho más complejo en esta España creciente y cambiante es precisamente la inmigración.
Como es conocido, Francia fue pionera en la recepción de foráneos. La descolonización, especialmente traumática en Argelia, llevó a la metrópoli a varios millones de extranjeros trasterrados que todavía no se han integrado plenamente en el país de acogida. Y hoy, los franceses ven con horror como los nietos de los “pieds noirs” protestan airadamente, violentamente a veces, contra el establishment porque se sienten marginados, ignoran su verdadera identidad y no ven perspectiva a su indefinición vital.
Aquí, nuestros millones de inmigrantes recién llegados forman un abanico polícromo: una parte de ellos se integra aceleradamente y con franco éxito; pero otros empiezan a constituir guetos impermeables de espaldas a las comunidades autóctonas con el riesgo evidente de confrontación a medio plazo en este mal entendido e inestable multiculturalismo que algún ingenuo todavía alienta irresponsablemente. Además, la inadaptación de unos cuantos, que se traduce en la infracción de las normas, genera una sensación nada irreal de inseguridad que podría llevar a niveles peligrosos y traducirse en brotes de xenofobia, como de hecho ya ha ocurrido más de una vez.
Parece, en fin, fuera de duda que, en unas elecciones municipales y regionales, éste debería ser el gran tema del debate. Que los políticos deberían centrar su discurso en cómo paliar y resolver los problemas sobrevenidos materiales y culturales que generan estos flujos, tan benéficos por otra parte en la mayoría de los sentidos. Y, sin embargo, las únicas alusiones que se hacen al asunto se refieren a la dramática pero cuantitativamente irrelevante llegada de pateras a la España meridional.
Prácticamente todas las grandes ciudades españolas están en manos del PP y del PSOE, y es en ellas donde se larva el conflicto. Obviamente, la competición entre ambas fuerzas impide reconocer la realidad de que no se está haciendo todo lo posible por conseguir una plena integración de los recién llegados. Pero los hechos son tercos y acabarán imponiéndose. Sería trágico que para entonces no tuviéramos preparadas soluciones.
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