No quiero a los otros
El Periodico, , 15-05-2007En la historia de las elecciones municipales hay al menos cuatro fases. Algunas de ellas ya han sido comentadas en otros comicios. Otras son nuevas. La evolución de esas fases indica más de los supuestos deseos de la población que de lo realmente conseguido. Repasemos.
La primera fase, la que se ciñe a las primeras o segundas elecciones locales desde 1979, se ve determinada por una única consigna: “Queremos eso”, dice la población. Queremos una escuela, un parque, un asfaltado, un transporte público. Lo queremos todo.
Y así debió de ser, porque la segunda fase ya no exigía a sus munícipes que hicieran lo que no estaba hecho, sino que conservaran algo de su pasado: “Salvemos eso”, sería el clamor de la gente. En la necesidad de rehabilitar ciudades y pueblos ha- bía una tendencia excesiva al uso de la piqueta. Y los ciudadanos, que somos un poco nostálgicos de lo que podemos perder, pedían salvar algunas piezas del paisaje urbano o del natural. Los orígenes, salvados.
La tercera fase, mucho más reciente, indica un grado de satisfacción considerable. Cuando ya todo se tiene, lo que hay que evitar es que las ventajas acaben siendo inconvenientes. Virgencita, virgencita, que me quede como estoy, reza el chiste popular. La frase de esa tercera fase era: “No queremos eso”. En el bienentendido que “eso” era un avance colectivo que, a ojos de los ciudadanos, alteraba el precio de la propiedad individual. No queremos la narcosala, el AVE por el centro, el vial periférico, la isla peatonal. Cuando todo se ha logrado, mejor dejarlo como está. Nada en mi patio de atrás.
La cuarta fase acaba de empezar y es más dolorosa. Existen programas de partidos que ya no claman contra las obras, sino contra las personas. “No queremos a esa gente”. Añaden que los servicios sociales se encuentran colapsados por una parte de la sociedad. Que no hay plazas en las guarderías ni en los hospitales, porque “ellos” los ocupan. Si ahora estuviéramos viviendo en un clima de fertilidad occidental y todos nos dedicáramos a procrear, también nos encontraríamos con las guarderías ocupadas. Pero seríamos “nosotros” y no “ellos”. Esa es la sangrante novedad de las elecciones de hoy. Un gran desencuentro en la cuarta fase.
El paraíso perdido
Ayer el viento nos dejó cubiertos de polen, de semillas y de estornudos. La primavera no siempre es suave. A menudo la vida pasa por encima de nuestras cabezas y se introduce por las narices y los ojos hasta provocarnos el llanto. Los plátanos han dejado sus semillas por los alcorques y los bordillos. Pienso entre lágrimas: si las ciudades no existieran y el asfalto fuera una quimera, ¿cuántos nuevos plátanos brotarían de este suelo en los próximos 50 años? El árbol sería una especie endémica y, en este paraíso, aparecería por el soplo divino el primer hombre y, de su costilla, la primera mujer. Se amarían bajo los plátanos y no bajo los manzanos. Y así jamás se habría cometido el pecado original.
Sordina
Los cristales gruesos de los hoteles o de los hospitales son la paz transparente. Tras esos cristales, los amantes secretos se abrazan sin que llegue a ellos el rumor de la legalidad. En los hospitales, la vida juega a los dados sin que nos llegue el frenazo mortal o el chirrido de la navaja incontrolada.
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