Un té en casa de Mohammed
La Vanguardia, , 14-05-2007Ami vecino Mohammed le ha preocupado la información que La Vanguardia publicó sobre el paisaje humano en Salt (40% de inmigrantes). “El reportaje puede contribuir a exacerbar los ánimos en contra de los marroquíes”. ¿Se ha escrito alguna mentira, alguna exageración?, pregunto. “No, pero temo que la información refuerce los prejuicios. Lo que cuentan los diarios se exagera en las tertulias de los cafés. Algunos ciudadanos de Salt de toda la vida se preguntan si están viviendo entre terroristas”. A pie de ascensor, intento explicarle, en cuatro apresuradas palabras, cuál es, hoy en día, la función del periodismo serio. No ocultar, sino desvelar los hechos. No exagerar, pero sí reflejar lo que pasa en nuestras calles. El periodismo no puede cambiar la realidad. Debe mostrar las cosas como son o acontecen, aunque lo que muestre sea doloroso o problemático.
“¡Pero sabemos – replica Mohammed- que no todo el mundo entiende las cosas de la misma manera!”. Naturalmente – le respondo- pero el hecho de que sepamos de antemano que las lecturas puedan ser distorsionadas no debe conducirnos al silencio.
“La prensa puede incidir positivamente a favor de una comunidad como la nuestra – insiste Mohammed-, la labor periodística está a medio camino entre la información y la educación… Podéis ser constructivos”. Me temo, le digo, que, ante un tema tan importante como la inmigración, la prensa no puede seguir con el freno puesto. Durante décadas así se ha hecho, pero ni hemos contribuido a resolver nada, ni hemos educado a nadie. Al contrario, enmascarando nuestras informaciones con altas dosis de paternalismo, hemos estado ocultando una realidad que no tenía quien la contara. Quizás por esa razón circulan tantas leyendas urbanas sobre los inmigrantes…
La charla a pie de ascensor no puede prorrogarse por más tiempo y Mohammed me invita a proseguirla por la noche, en su casa. Me pregunto cuántos años llevamos compartiendo escalera de vecinos. ¿Tres, cuatro? Nunca he estado en su casa. Ni él en la mía. Mohammed Houri habla un catalán perfecto, sin acento que revele origen alguno. Roza la cuarentena, calva incipiente, jersey deportivo, gafas de montura sutil. Su rostro es relativamente popular en Girona, pues es requerido con frecuencia en la televisión local. Economista licenciado en Rabat, llegó en 1989, de camino hacia Londres. Le gustó el país y sus oportunidades. Trabajó, amplió estudios, conectó con asociaciones cívicas, trabajó como mediador, se interesó por el catalán (insiste en la importancia que tiene para los inmigrantes el conocimiento de nuestras lenguas y en la miope insuficiencia con que los poderes públicos facilitan su aprendizaje). Pensando en los marroquíes, ha fundado asociaciones culturales y sociales, pero también empresas. Destina buena parte de su tiempo y conocimientos a resolver problemas de sus compatriotas. La Caixa de Girona le ofreció dirigir una de las sucursales de Salt, que compatibiliza con su compromiso cívico.
Si los marroquíes de Salt se hipotecan, le digo, es que las cosas les van bien. “No les queda más remedio – corrige-. Alquilar pisos es una verdadera odisea para un marroquí”. Sus hipotecas, en todo caso, impulsan otras compras. Ellos son el primer peldaño de la formidable expansión del ladrillo hispánico. Mohammed conoce como nadie el valor económico de la inmigración: uno de los tres factores que explica el formidable despegue español de estos últimos años.
Su esposa, Souad, nos ofrece un té perfumado con menta y unos deliciosos pastelillos de almendra y mantequilla. Mohammed se apasiona hablando de lo importante que es para un marroquí la hospitalidad. Charlamos durante horas. Anécdotas personales agradables y desagradables. Reflexiones críticas sobre el papel de la cadena televisiva Al Yazira, que llega a todos los inmigrantes: “Siempre hablan de Bush, nunca de la realidad problemática de los países musulmanes”. De cómo incentivar la integración de los marroquíes: “Lo primero que buscan es el certificado de empadronamiento, porque les permite acceder a la sanidad; pues bien, los ayuntamientos no deberían entregarlo sin antes desarrollar un mecanismo de acogida que comprenda desde clases de lenguas hasta información detallada sobre impuestos, recogida selectiva de basuras, obligaciones cívicas y costumbres del lugar”. Casi todo está por hacer en este campo, sostiene, al menos en la zona de Girona. Las cajas, me digo, son más veloces captando el ahorro de los inmigrantes, que las administraciones públicas enfrentándose al reto de su integración.
Las inmobiliarias que han pugnado codiciosamente, puerta a puerta, para comprar los pisos de los autóctonos y venderlos a los recién llegados han contribuido decisivamente a la creación de guetos urbanos. El gueto es un buen caldo de cultivo de radicales islamistas. Pero también es el lugar en el que “residen aquellos autóctonos que no han podido marcharse”. En estos calientes caladeros pescan ahora fanáticos y aprovechados: los de signo islámico, sí, pero también políticos sin escrúpulos que explotan el resentimiento autóctono. ¿Qué hacer? “Es preciso emprender una verdadera política urbanística que esponje las concentraciones de inmigrantes y facilite la mezcla”. Ahora no hay mezcla de culturas, sino cóctel de problemas: aislamiento marroquí, resentimiento de autóctono. “Un cóctel que será explosivo cuando falte el trabajo”.
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