«La violencia que ejercieron los nazis fue difícil de resistir»
El Mundo, , 12-05-2007El historiador británico Richard Evans publica ‘El III Reich en el poder’, un estudio sobre el ascenso de Hitler Un tópico recurrente para mostrar los defectos de la democracia, cuando no para justificar cosas peores, es el de que «Hitler llegó al poder por medio de las elecciones». El historiador británico Richard J. Evans, que está procediendo a uno de los análisis más minuciosos que se hayan hecho sobre el régimen nazi, llama la atención sobre el componente de violencia con que Hitler y sus secuaces impusieron una dictadura de partido único.
Hace dos años, Evans presentó La llegada del III Reich, sobre la resistible ascensión de los nazis; ahora saca El III Reich en el poder (Península) sobre el período 1933 – 39, y tiene previsto culminar la trilogía con un volumen sobre los años de la Segunda Guerra Mundial. Evans recuerda la cantidad de leyes que promulgó Hitler al comienzo de su mandato (sobre el funcionariado, sobre la traición), lo que dio la impresión a mucha gente de que el proceso de eliminación de adversarios tenía una base legal.
Pero insiste, sobre todo, y ésa es una novedad de su libro, en las grandes dosis de violencia que acompañaron a esas medidas. Recuerda, por ejemplo, que llegó a haber 100.000 detenidos en campos de concentración (principalmente, comunistas y socialdemócratas) a los pocos meses de su llegada al poder, y que las fuerzas parapoliciales de las SA tenían entre 2,5 y 3 millones de miembros. «La violencia que ejercieron fue muy difícil de resistir. Sólo el ejército y las organizaciones seglares de la Iglesia quedaron al margen de la nazificación. También hubo casos de nazificación relativamente voluntaria, como, siento decirlo, el de los periodistas y los editores».
Otra tesis de Evans, basada en documentos recientemente exhumados, es que Hitler pensó en la guerra desde el primer momento. «Tanto los preparativos para la guerra como la propia contienda los veía como factores de cohesión de los alemanes; por lo tanto, como un paso esencial para la comunidad nacional que quería crear y que debía ser el antídoto para evitar que volviera a ocurrir lo de 1918, cuando, en su opinión, el ejército alemán había sido apuñalado por la espalda por los revolucionarios judeocomunistas».
Así, no hubo contradicción entre el hecho de que tuviera la guerra en mente desde el principio y el que, tras los agitados meses en que destruyó la democracia alemana, Hitler quisiera un período de estabilidad para ejercer el poder que tenía en sus manos, oponiéndose a la segunda revolución que sus partidarios más exaltados pretendían. Dentro de la labor de gobierno que comienza entonces, el libro de Evans recorre todos los aspectos del nazismo: la policía y la represión, la cultura y la propaganda, la religión y la educación, la economía, la sociedad, la vida cotidiana, la política racial y la política exterior.
Como sistema totalitario que era, el nazismo puso el arte al servicio de su ideología, pero no fue antimoderno en todos los terrenos. Si se habló de arte degenerado en la pintura, fue porque Hitler se consideraba a sí mismo pintor (de brocha gorda, apostillaba Bertolt Brecht) y detestaba la pintura expresionista, en la que sólo veía unos garabatos que se vendían carísimos; pero la arquitectura nazi era homologable a la del resto de Europa, sólo que con un punto más de monumentalidad.
Un ejemplo de esa utilización del arte es la obra del músico Werner Egk, cuyas composiciones tenían disonancias propias de Stravinsky y guiños con el jazz (una música rechazable, por tanto), pero los temas de sus óperas eran de una absoluta corrección política para el régimen y Hitler le aclamó como el digno heredero del mismísimo Wagner.
En cuanto a la ciencia, no llegaron a tener un caso Lysenko, aquel disparate estalinista que pretendía revolucionar la genética, pero los nazis más radicales sí quisieron hacer una física alemana, borrando, por ejemplo, la teoría de la relatividad, que era obra de un judío. Si acabaron aceptándola fue porque no les quedó más remedio: el nuevo armamento con el que soñaban para llevar adelante la guerra no era posible sin la teoría de la relatividad y la física cuántica.
En lo que se refiere a la biología y la medicina del período nazi, estuvieron contaminadas por las ideas de higiene racial. Ideas que muchos sostenían entonces, recuerda Richard Evans, pero que los nazis llevaron al extremo. En el período 1933 – 39, la esterilización de discapacitados y elementos asociales tenía por objeto fortalecer a Alemania y la raza alemana de cara a la guerra. La eliminación de los judíos, primero por la expulsión, más tarde por el asesinato masivo, fue parte de ese plan de homogeneización.
Simplificaciones
Que las prácticas de eugenesia fueran el banco de pruebas para el exterminio de los judíos, como ha sostenido Geert Mak en su libro En Europa, le parece a Evans que simplifica algo las cosas.
Pero antes de que Hitler empezara su gran guerra, se encontró con otra en el sur de Europa en 1936. La aportación del nazismo a la guerra civil española tuvo varios motivos, según Evans. Desde luego, políticos; a los planes expansionistas de Hitler lo que menos les interesaba era que hubiera gobiernos de izquierda en Francia y España. Pero también militares. La guerra española, escribe Evans, «suponía un campo de pruebas ideal para las nuevas Fuerzas Armadas y el equipamiento de Alemania».
Además, lo que ocurrió con España entre 1936 y 1939 tuvo una incidencia en los planes de Hitler. La pusilanimidad de Francia y Gran Bretaña a la hora de apoyar a la República Española estimuló al Führer para avanzar en sus propios planes de guerra. «El conflicto español aceleró, como mínimo», escribe Richard Evans, «el camino de la guerra».
(Puede haber caducado)