TESTIGO DIRECTO / ESTHER ESTEBAN
Historia de un atraco
El Mundo, 08-05-2007La periodista cuenta el atraco que sufrió dentro de su coche en la Castellana la semana pasada. Una pareja de atracadores reventó con un casco el cristal del copiloto y se llevó el bolso. Una modalidad de robo en boga actualmente J ueves, 3 de mayo. 11 de la mañana. Acabo de terminar la entrevista para EL MUNDO del siguiente domingo, realizada en el Congreso de los Diputados al portavoz del PP, Eduardo Zaplana. Una hora después tengo que estar en Telecinco para la tertulia política del programa de Ana Rosa, por lo que decido ir tranquilamente hacia allí.
Saco mi coche del parking de la carrera de San Jerónimo y enfilo hacia el paseo de la Castellana. Voy con tiempo suficiente y así aprovecho para ir escuchando la grabación de la entrevista y hacerme una idea de los posibles titulares… Instintivamente cojo mi bolso, lo sitúo en el asiento del copiloto y conecto el casete que llevo en su interior. El tráfico es fluido, por lo que apenas presto atención a lo que ocurre a mi alrededor, concentrada como estoy en escuchar la cinta magnetofónica.
Cuando llego a la plaza de Colón el semáforo está en rojo. Piso el freno y, como soy la primera, veo a lo lejos varios agentes de la Polícia Municipal. Miro por el espejo retrovisor y por los laterales y me fijo que hay un taxi a mi derecha y un coche rojo justo detrás. En ese momento, el semáforo se pone verde y, nada más arrancar, oigo un ruido ensordecedor y sin saber cómo ni por qué veo saltar hecho añicos el cristal del copiloto. Sus pedazos se clavan en mis brazos, en el cuello y en la cara. Por unas décimas de segundo pienso que ha habido una explosión de gas o que han colocado una bomba en las cercanías, hasta que caigo en la cuenta de que una moto de gran cilindrada con dos ocupantes se aleja a toda prisa y el que va detrás lleva mi bolso en las manos.
¡Me han atracado! No me lo puedo creer. En pleno paseo de la Castellana, con la policía a unos metros y a las once y cuarto de la mañana. No reacciono y sólo cuando oigo el claxon insistente de los coches que tengo detrás sigo la marcha. Nadie intenta auxiliarme y no puedo parar hasta la siguiente rotonda. La policía ha desaparecido, por lo que me aparto hacia el carril de la derecha y un taxista me indica desde el coche que va a llamar al 112, que no me mueva. Espero unos minutos, pero al notar que la camisa se empieza a llenar de sangre decido irme a casa. En la confusión intento instintivamente buscar el teléfono móvil ¡Se lo han llevado en el bolso! También busco unas monedas para telefonear a mi marido desde una cabina, pero tampoco tengo el monedero, ni la agenda de trabajo, ni el cuaderno de notas ni nada. Por unos momentos me siento perdida. Afortunadamente, las llaves de mi casa no suelo llevarlas en el bolso sino en el coche y puedo entrar al aparcamiento. Al llegar a mi domicilio veo que en su precipitación los atracadores han dejado caer el magnetófono, que no sé cómo ha saltado al asiento trasero del coche. Cuando, ¡por fin!, me siento segura, me doy cuenta de que tengo minúsculos cristales clavados en todo el cuerpo, y en el ojo izquierdo un gran hematoma sanguinolento. «Has tenido un derrame ocular provocado seguramente por el susto que te ha producido una subida repentina de la tensión», dictamina el oftalmólogo al que acudo horas después.
Aun así, decido asistir a la tertulia televisiva y, al salir a las dos y media de la tarde, me dirijo a la comisaría de Chamberí para poner la correspondiente denuncia. Allí me entero de que ésta es la nueva modalidad de atraco, porque, como yo, la mayoría de los conductores suele llevar los seguros de sus coches echados para evitar robos. Los atracadores, si observan que el bolso de su víctima está en el asiento del copiloto, revientan el cristal normalmente con el casco de la moto que llevan colocado en el brazo y con una tremenda habilidad sustraen lo que se encuentran. La única peculiaridad es que suelen hacerlo cuando el vehículo está parado en el semáforo y no cuando ya ha emprendido la marcha, como fue mi caso.
Esa misma noche, un policía de la comisaría de San Blas deja en el contestador de mi domicilio un mensaje avisando que han encontrado parte de mis pertenencias y que me ponga en contacto con él. No escucho la llamada y, cuando al día siguiente voy al Congreso de los Diputados, un colega me dice que han llamado de la comisaría intentando localizarme porque han encontrado mi acreditación y otros objetos personales.
El comisario Mateo me atiende amablemente y me informa de que tienen mi bolso y el de otra víctima que había sido atracada de una forma similar, por lo que debo pasar a identificar mis objetos.
Los cacos se habían interesado por el dinero y el teléfono móvil, pero habían tirado en un parque próximo el resto de la documentación y todos los objetos personales. ¡Afortunadamente estaba mi agenda! Mi auténtico tesoro y mi principal herramienta de trabajo. Al verla – ¡qué paradoja! – me siento afortunada. Mucho más que la otra víctima, que se encuentra en mis mismas circunstancias. Ella había sido atracada cuando se dirigía al notario a pagar una plaza de garaje que acababa de adquirir. La habían robado cerca de seis mil euros, que llevaba en metálico, pero al verme las heridas del ojo y los cortes de los brazos se consuela.
Según nos dicen, en los últimos días el paseo de la Castellana, la calle Serrano y alrededores se han convertido en el centro de operaciones de una especie de mafia que, a pleno día y con una violencia tremenda, atraca coches y viandantes. Doy efusivamente las gracias al comisario Mateo, que se tomó la molestia de llamar a todos los teléfonos que encontró en mi documentación para localizarme.
A la salida de la comisaría me aguardan más sorpresas. Voy a recoger el coche y se lo ha llevado la grúa porque lo he aparcado en un lugar destinado a discapacitados. ¡No me lo puedo creer! Como mis tarjetas de crédito están anuladas, tengo que recurrir a un préstamo que me hacen los amigos. Lo recojo y, al volver a casa, en plena Ciudad Universitaria, me para la Policía Municipal porque no llevo puesto el cinturón de seguridad. Les explico todo lo que me ha ocurrido, les enseño la denuncia del atraco y el pago de la grúa, pero no sirve de nada. Me multan y me dicen que el descuido me va a costar tres puntos del carné de conducir. «La ley esta para cumplirla», afirma de forma fría e implacable el policía. «Sí, pero también ustedes están para protegernos y no lo hacen, prefieren poner multas a detener a delincuentes y así el Ayuntamiento llena sus arcas», le respondo de mala gana. ¿Me habrán echado un mal de ojo?, me pregunto cuando todo ha pasado. No, qué va. Sólo soy una ciudadana de a pie que, como periodista, me paso muchas horas pateando las calles y éste es el peaje que pago por vivir en esta gran ciudad. Resignación, Esther, resignación. Aunque no han detenido a los delincuentes, me queda el derecho al pataleo y la libertad de expresión, ¡que no es poco en los tiempos que corren!
ROBOS CALLEJEROS MAS FRECUENTES
El tirón. Cada día se producen en las calles de Madrid una media de diez robos por el procedimiento del tirón, según las estadísticas policiales. Sólo en el mes de diciembre fueron detenidas 94 personas acusadas de este tipo de robos. El 78% eran menores y un 65% eran extranjeros. Destaca el hecho de que la mayoría de los menores de edad eran niños rumanos y magrebíes. También llama la atención de que el 40% de los menores apresados son inimputables al tener menos de 14 años. Con todo, este tipo de hecho delictivo bajó un 5% en 2006.
Descuideros en la Castellana. Los conductores que se detienen en los semáforos del Paseo de la Castellana se han convertido en el objetivo de bandas de menores. El grupo se dedica a abrir las puertas de los coches y el capó para apoderarse de cualquier objeto: teléfonos móviles, bolsos, carteras, prendas de ropa… También suelen actuar en grupo y mientras uno distrae al conductor otros cometen el robo. Sus preferencias son coches de lujo con un solo ocupante en los carriles centrales. Estas bandas se mueven también por María de Molina y Goya.
‘Rompelunas’. En febrero de 2004 la policía detuvo a cuatro jóvenes que robaban siempre a mujeres que conducían solas coches detenidos en semáforos de Arturo Soria. Y lo hacían con brutalidad: rompían el cristal del vehículo y se llevaban el bolso. En tres meses se contabilizaron 35 casos, aunque la policía sospecha que puede haber hasta 300 víctimas. Iban enmascarados con cascos y empleaban ciclomotores. Fueron puestos en libertad tras declarar ante el juez. Ahora, según la policía, no se ha constatado un incremento en este tipo de robos en la zona.
El golpe y el pinchazo. Existen otros grupos de delincuentes que aprovechan para robar a conductores de una forma más burda. Golpean a un conductor por detrás y paran el vehículo para arreglar los papeles del seguro. Sin embargo, cuentan con otros compinches que aprovechan para hurtar al descuido al conductor golpeado. También hay bandas que advierten a un conductor que ha pinchado. Cuando se baja del vehículo aprovechan para limpiarle. En ambos casos los delincuentes buscan coches de lujo y actúan en zonas deshabitadas.
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