SOCIEDAD
«Lo más duro son las noches»
La colombiana Loreny Barreto gana 800 euros al mes como interna Con los 250 que ahorra y envía a casa cada mes vive toda su familia
El Correo, , 24-04-2007«Me llamo Loreny Barreto Cárdenas y soy de Ibagué, la ciudad musical de Colombia. Tengo 32 años, llevo 12 de casada y soy mamá de tres niños: Saira del Pilar, de 11, Diego Alejandro, que tiene 8, y la pequeña Coral Juliette, de 6… También tengo otro adoptado, Harrison Esteban, un morenito muy lindo que figura como hijo mío. Mi marido es músico, cantante de música mexicana. Se llama Edgard Valencia y canta con el Mariachi Monterrey. Todos están en Colombia. Llegué a España en noviembre de 2005, por medio de Liliana, una amiga de la infancia… Trabajo de interna, para una familia vitoriana. Viven en una casa en Sarría. Son funcionarios y tienen tres hijos, Ignacio, Ana y Javier, el peque. Cobro 800 euros mensuales, más la Seguridad Social. Eso me da para mandarles a los míos unos 250 euros al mes. Allí 100 euros es una buena cantidad. Con 100 euros se paga el alquiler de una casa, la compra… Da para los gastos, no para despilfarrar. He venido por el dinero, ¿exacto! Sé que ahora a mis niños no les falta comida, techo ni ropa y que si se enferman van a poder pagarse un médico. Ahora vivo más tranquila porque me tocó conseguir dinero prestado para pagarme el pasaje, pero ya lo devolví al banco. Mis hijos están con mi mami, ella se encarga de todo. Los envíos se los hago a ella, para que a mis hijos no les falte de nada. Mi papi es un agricultor y mi mami era modista, pero lo ha tenido que dejar para cuidar a mi abuelita Angelina, que tiene 100 años y el mal de Alzheimer. Yo empecé cuidando en Vitoria a una señora mayor, también enferma de Alzheimer. Estuve con ella cuatro meses. La señora falleció. Su mismo esposo, don Potele, me consiguió trabajo para cuidar a otra señora mayor, una enferma muy delicada, que precisaba cuidados médicos. Ahora estoy con esta familia con tres niños con la misma edad de mis hijos, a veces hasta se me figura que son ellos. Estoy muy a gusto. No lo hacen sentir a uno como la empleada. Son muy buena gente. Entro los lunes y salgo los viernes a la tarde. Entonces cojo un autobús y me vengo a una habitación alquilada en este piso que es de mi amiga Liliana…»
El mariachi del otro lado
El relato de Loreny fluye fácil y meloso, sin interrupciones, con la entereza de quien ha asumido con docilidad que la vida tiene estos recovecos. Loreny Barreto pasa la vista por la modesta alcoba. Lo alto del armario está atestado de mantas, colchas, sábanas, pequeños electrodomésticos y juguetes que ha ido adquiriendo en saldos, rebajas y mercadillos para su futura casa. Dentro, colgados en sus perchas, hay un puñado de vestiditos para sus chiquillas. «Voy comprando cositas: mi tele, mi equipito de música, unas botas de fútbol para mi hijo, muñecas para las niñas… Una necesita ir plasmando esas cosas», dice sin nombrar el futuro.
La mujer se levanta e introduce en el equipo de música, común para quienes se alojan en este séptimo piso que da al vitoriano Parque de Arriaga y a los olmos que custodian al viejo río Chirrio, un CD de su esposo. A Edgard se le ve en la carátula del disco, bigotudo y apuesto, armado con su sombrerón jarano. Con su vozarrón de Jalisco se gana unos pesos con serenatas y amenizando cumpleaños, aniversarios, bodas y quinceaños, como llaman en Colombia a las puestas de largo. Edgar y su mariachi Oro y Plata atacan los sones campanudos de una ranchera que habla de amores perros y vidas partidas. Como las suyas. Loreny y Edgar forman una familia en la distancia, una realidad cada vez más patente en esta España de emigración.
«¿Gorda, vuélvase!»
– «Antes de venirme hemos hablado tres años. El trabajo allí no estaba tan escaso, una no puede decir que ha aguantado hambre, pero no hay plata para darse un caprichito… Tardé en decidirme como un año y medio. Mi amiga me consiguió la oferta de trabajo y me animé cuando me dijo ‘Gorda, usted al año ya puede reagrupar a su familia’. En mi casa la frase era ‘un año se pasa rápido…’ Pero cuando su esposo se le sienta llorando en el sofá a una se le pone el corazón…», y entonces abre mucho las manos regordetas.
Esta mujer colombiana, de hablar tan dulce como rápido, se emociona en este salón austero en el que asoman, arrinconadas, bicicletas y espalderas de gimnasio. Fuera todo está nevado. Sólo las rancheras y los recuerdos logran traer algo de calidez a la estancia que también ocupa una compatriota que ahora cuida del hijo de Liliana, su compañera de instituto. «Es como el desespero…», solloza Loreny.
La mujer recuerda cómo fue capaz de comprimir toda su existencia en las estrechas dimensiones de una maleta y que lo primero que empacó fueron las tres fotos de sus hijos. Al lado, «las carticas» que le escribieron para desearle una vida venturosa, como si la hubieran despedido para siempre. Esas cuartillas garabateadas con manos infantiles son ahora su tesoro. «Se viene una con una maleta llena de sueños, ilusiones, metas y recuerdos. Pero lloro mucho cuando estoy sola. Decaigo y me da la llorera. ‘Gordita, el tiempo pasa pronto’, me dice Liliana. Pero a veces me llama mi esposo, atacado, llorando a la madrugada. ‘Vuélvase’, me dice… y que me extraña, que añora la comida que una hacía… Con mami me hablo cada 8 días. Ella me lo cuenta todo. También me conecto por Internet. Pero no fui capaz de verme con mis hijos hasta seis meses después de venir. No quería que me vieran llorando. Dejé a mi niña con 10 años y ahora es una señorita, ya se me formó… Es un tiempo que me perdí y me dolió. Ojalá Dios quiera que haya merecido la pena», suspira.
– «Pese a todo me siento una afortunada. Oigo a las personas aquí quejándose y renegando. Pero yo tengo unos jefes muy buenos y no he sufrido ningún mal trato. En Sarría me hago cuenta de que estoy en mi casa. Lo más duro son las noches, cuando me voy sola a la cama y llegan los recuerdos», solloza la asistenta colombiana.
«No salgo por no ir sola»
«Mi esperanza es poder traerme a mi familia. El principal problema ahora es conseguir un piso de alquiler: piden 650, 750, 800 euros y dos meses de fianza. Y un aval. Hasta 9.000 euros, muchísima plata. Y los cuatro pasajes… Luego hay que reunir bastantes requisitos, bastantes documentos. Y tener una demanda de trabajo, sin eso no entras. Hay quienes cobran por ellas. Sí. 600 euros. Mi idea – y se le alumbra la cara cuando imagina cómo puede ser su nueva vida – es instalarnos en Vitoria, aunque mi marido ya ha tenido contactos con un grupo musical de Bilbao. ¿Qué echo de menos? Mi cama, llegar a dormir a la cama que no es de una es tremendo… Y el apapacho de mi hijo todas las noches. También extraño a la gente. Aquí los vecinos se conocen, pero no se saludan y si te pueden llevar por delante, te llevan… En las casas hay mucho silencio: nadie escucha vallenatos, merengues ni rancheras. ¿Más cosas? Casi no salgo, por no ir sola a los sitios. Aquí casi toda la televisión es farándula. Y me cuesta quitar el usted. El tú lo he usado siempre para mis hijos y mi esposo. No me sale llamarle Potele a don Potele. Me parece que le estoy faltando al respeto. ¿Rechazo? Personalmente, no. Pero una escucha muchos comentarios. Una señora me dijo un día que si había venido en patera. Yo ni sabía lo que era eso…‘Yo vine en avión’, le dije. ‘¿Y en tu país hay coches?’ Algunos tienen la idea de que los países latinoamericanos es como vivir en la selva. Uffff. Esto no es bonito,¿ no? Todo lo hago por ese anhelo de que el día de mañana sea mejor para mis hijos».
j.mendez@diario – elcorreo.com
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