Votar en los suburbios
ABC, 22-04-2007POR FRANCISCO DE ANDRÉS
ENVIADO ESPECIAL
PARÍS. La barrera entre el cielo y el infierno no es infranqueable. En París, bastan unas pocas estaciones de metro para pasar de los escaparates de brillantina al zoco, de Occidente a Oriente. En barrios como Barbés se elabora el caldo de cultivo del discurso xenófobo de Le Pen, y toda la gama de complejos étnicos que estallaron en los disturbios de las «banlieues» hace dos años o en los más recientes de la Estación Norte de París.
Una visita que no llegó
Aquí se aguardó en vano la visita del ex ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, durante la campaña. Sus duras palabras hacia «la canalla», los jóvenes vándalos que periódicamente devastan el parque móvil de los suburbios franceses, levanta inquietud en la comunidad de inmigrantes, especialmente entre los africanos del Magreb musulmán o del área subsahariana.
El reparto de comunidades étnicas en París está bien definido. Chinos, vietnamitas, judíos, árabes y negros subsaharianos se concentran al norte y sur de la capital. Pero sólo los barrios magrebíes conocen una expansión demográfica imparable. Y sólo nombres como Barbés, a los pies de la colina de Montmartre, hacen respingar a los parisinos europeos. El sentimiento de que el aumento de la población de origen magrebí en Francia es el factor que dispara la inseguridad y el desempleo está muy arraigado en el interior de la clase baja y media – baja francesa. Muchos piensan que Le Pen es, ciertamente, un personaje histriónico, que dice lo que muchos creen y no se atreven a decir.
El desempleo
«Hay inseguridad porque hay desempleo, pero los políticos prefieren jugar con el miedo para ganar votos entre los que ya están bien instalados», afirma Omar, propietario de un café y de origen argelino. «¿Sarkozy? Tiene carácter, pero también doble cara: cuando era ministro llamó a los sin papeles para arreglarles los problemas, y los puso en un avión; ¿cómo podemos fiarnos de él?».
El islam en París tiene un rostro amable, maquillado para el disparo de las cámaras fotográficas. Es el islam de la Francia oficial – más de cuatro millones de musulmanes – , pacífico, piadoso y colorista. La Mezquita de París, su buque insignia, está controlada por la fuerte comunidad argelino – francesa. En la otra orilla se encuentra el islam de las barriadas pobres, de la marginación y la fascinación ante el discurso de Al Qaida. Muchos afirman que su espinazo político gira en torno a la Federación Nacional de los Musulmanes de Francia, controlada por inmigrantes marroquíes.
Pocos recuerdan hoy que Nicolas Sarkozy, como ministro del Interior y del Culto fue uno de los impulsores del diálogo entre las dos formaciones. Sarkozy pretendió, sin lograrlo del todo, tener un solo interlocutor válido ante el Gobierno francés, y facilitar la aceptación por parte de los dirigentes de la Francia musulmana de los valores republicanos. Esa convicción de Sarkozy sigue vigente en todas sus declaraciones sobre la relación con la «segunda religión del país». Cuando el líder conservador menciona el papel capital que deben jugar las religiones en la reconstrucción de Francia, aplicando un concepto correcto de Estado laico, se refiere también a la religión mahometana, aunque, como señaló el pasado miércoles a «Le Figaro», «no se pueden ocultar las raíces cristianas de Europa, ni las de Francia».
«Guste o no, Sarkozy va a ganar, y no creo que haga nada malo contra los musulmanes», dice Ahmed, de origen tunecino, que charla animosamente con otros amigos en la escalinata de la Mezquita de París. «Aunque en algunos suburbios la situación se deteriore en general hoy tenemos más integración», añade.
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