Retos en la Holanda multicultural

La Vanguardia, EULÀLIA SOLÉ, 20-04-2007

EULÀLIA SOLÉ
Hay reportajes que hacen reflexionar, como el de Beatriz Navarro en el Magazine de La Vanguardia sobre el sistema escolar en Holanda. ¿La separación entre escuelas públicas protestantes, católicas e islámicas es buena? Hasta afrontar el hecho de que existen un millón de musulmanes, la discriminación escolar no creaba interrogantes, dado que las diferencias entre credos cristianos no son esenciales ni en costumbres ni en valores. En consecuencia, cuando niños y niñas se convierten en adultos conviven sin problema con independencia del colegio al que hayan asistido. Sin embargo, en las escuelas islámicas no se transmiten los valores propios de la sociedad en que se hallan insertos. Los alumnos, al crecer, han asumido unos conceptos que chocan con los de la democracia occidental.

Según los padres musulmanes, la creación por parte del Estado holandés de escuelas específicas sirve para reducir el abandono escolar y mejorar el aprendizaje. Pero ¿qué aprendizaje? Rezar a Alá al llegar y salir de la escuela y en mitad de la clase, sentar aparte niños y niñas, separarlos en gimnasia y natación, obligar a alumnas y profesoras a usar el velo, aprender que las mujeres son seres de rango inferior. ¿Se trata de integrar o de discriminar?

¿Qué clase de hombres y mujeres serán cuando se incorporen al mercado laboral? Cabe dudar de que ellos acepten sin encono que les dirija una mujer; que ellas se relacionen en plan de igualdad con sus compañeros de trabajo. Más profundamente, es poco probable que se sientan auténticos holandeses, europeos, demócratas… Como retroalimentándose, continuarán segregados en barrios, en ocupaciones, en una ideología que colisiona con la propia del lugar donde viven. Puede que al sistema económico le resulte funcional considerar a una parte de la población como simple mano de obra, por lo común menos cualificada, pero para la sociedad civil no sólo no es válido sino que es peligroso. El asesinato de Theo van Gohg por parte de un islamista holandés radical no constituye una prueba de integración.

La multiculturalidad entendida como ese melting-pot atribuido a Estados Unidos se muestra cada vez más irreal, puesto que ni siquiera en ese país existe. Nunca se ha producido una fusión de culturas diversas, sino que la anglosajona es la dominante, permitiendo que a nivel privado perviva la de cada cual si lo desea.

Desaprobada la asimilación, la integración se define por el arraigo de los extranjeros en el sistema de valores de la sociedad receptora, sin excluir que conserven sus trazos culturales siempre y cuando no choquen con los de aquélla.

¿Puede basarse pues la integración, sinónimo de igualdad entre ciudadanos, en la segregación escolar y en la formación de barrios gueto?

Que la religión determine la escolarización es impropio de un país avanzado. No tiene sentido que el Estado holandés financie la educación confesional, algo que si bien de entrada sólo concernía al cristianismo ahora incluye al islamismo, y más adelante podría aplicarse a otras creencias. La instrucción escolar pertenece al ámbito público desde hace siglos, mientras que la fe tiende cada vez más a lo privado.

La convivencia requiere un eje que es incuestionable, el de los derechos humanos. El que establece la igualdad de derechos y deberes entre ciudadanos, tanto hombres como mujeres. Y las escuelas islámicas no contribuyen ni a la emancipación de la mujer ni a que todos los holandeses se sientan ciudadanos por igual.

E. SOLÉ, socióloga y escritora
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