La derecha sin complejos

El Periodico, JOSÉ A. SOROLLA, 17-04-2007

La última semana de la campaña para las lecciones presidenciales francesas se inició ayer, después de casi cinco meses de precampaña. Desde hoy y hasta el viernes, EL PERIÓDICO dedicará un día a cada uno de los cuatro principales candidatos: Nicolas Sarkozy, de la Unión por un Movimiento Popular (UMP, derecha); Jean – Marie Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional; François Bayrou, de la centrista Unión por la Democracia Francesa (UDF), y Ségolène Royal, del Partido Socialista.

Aunque su primer eslogan, La ruptura tranquila, ha desaparecido, para no tener que responder al interrogante de cómo romper con una política de la que hasta ahora se ha formado parte, los mítines de Nicolas Sarkozy siguen impregnados del espíritu que expresa esa consigna. El candidato de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) tiene dos objetivos en esta campaña: desacomplejar a la derecha, reivindicando con orgullo sus valores, y proponer un cambio que no excite aún más el miedo de los franceses.
Al mitin de Meaux, Sarkozy llega con retraso tras detenerse en la banlieue de la ciudad, de 50.000 habitantes, situada ya fuera de la primera corona más conflictiva, a unos 50 kilómetros de París. Allí, ante un centenar de jóvenes, se faja en los temas más polémicos, rodeado de un despliegue excepcional de 326 policías, como si aún fuera el ministro del Interior.
Mientras el público espera en la Sala de Fiestas, el pabellón multiusos de la ciudad, el calor de esta insólita primavera veraniega francesa es insoportable. La gente se abanica con los folletos de propaganda y escucha a los teloneros que preparan el terreno al líder, quien después hará subir aún más la temperatura con sus propuestas rupturistas y su parler vrai (hablar claro).

Dosis de ‘grandeur’
“Él ha sabido desacomplejarnos”, dice un diputado del departamento, Sena y Marne. Hay que seguir el “camino de la identidad nacional”, de la “grandeur de Francia”, frente al “arcaísmo” socialista, lanza otro.
Sarkozy ha arreglado en materia de seguridad lo que el “angelismo” socialista destruyó, proclama Patrick Devedjian, diputado y colaborador estrecho del " primer líder que se declara de derechas" y que, desde el 2004, en que se hizo cargo del partido, ha llevado a la UMP de 115.000 a 360.000 militantes. “Hasta ahora, la derecha era la no izquierda”, añade. “Sarkozy es quien dice la verdad a los franceses”, remata Jean – François Copé, alcalde de Meaux y portavoz del mismo Gobierno que el candidato critica como si estuviera en la oposición.
Y el líder entra al son de la música de la campaña, entre la agitación de las escasas banderas tricolores que hay en la sala y el entusiasmo del auditorio. El cartel del escenario es calcado al que utilizó François Mitterrand cuando, en 1988, defendía “la fuerza tranquila”: verdes y suaves colinas, un cielo azul atemperado por nubes bajas, una gaviota que vuela y el rostro del candidato.

El “asistencialismo”
Desde el principio, entra en materia. “¿Qué significa ser francés?”, pregunta. La identidad nacional ligada a la inmigración, la autoridad, la familia y el trabajo forman la médula de su discurso. En economía, fustiga las 35 horas socialistas, “responsables de la regresión social y un error económico catastrófico”, pero arremete también contra la situación social como si no hubiera dirigido un año el Ministerio de Finanzas.
Promete prácticamente el pleno empleo, un paro del 5%, en cinco años. Los mayores aplausos son para la propuesta de que un parado no pueda rechazar dos veces un empleo, para la denuncia del “asistencialismo” y para la supresión del impuesto de sucesiones.
Abrumadoramente blanco, el público ovaciona también las propuestas más duras cuando se trata de la inmigración y la identidad nacional: “Nadie está obligado a vivir en un país que no ama o no respeta”. Sarkozy es un gran orador. Seductor, próximo a la gente – – pese a sus dosis de demagogia – – , explica anécdotas, chistes, baja la voz, pregunta al auditorio, contesta, cultiva la contradicción y la paradoja. “Se puede hablar de nación sin ser nacionalista, de inmigración sin ser racista, de una Europa que protege sin ser proteccionista”, dice.
Descalifica la cultura antiautoritaria nacida del Mayo del 68, otra de sus obsesiones, y detesta el
“arrepentimiento”, por lo que asume “toda la historia de Francia”. Esa Francia que, sin embargo, “ha esperado demasiado para hacer el cambio que necesita”. ¿Cuál es? Responde un joven rubio de ojos azules vestido con una camiseta sarkozista. “Chirac es el pasado. Yo soy joven, miro al futuro y creo que Sarkozy cambiará Francia en dos quinquenios. Es la nueva Margaret Thatcher”.

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