Los últimos «bangla» de Ceuta

ABC, POR CARMEN ECHARRI, 16-04-2007

POR CARMEN ECHARRI

CEUTA. Se llama Sony y hace más de cuatro años que abandonó Bangladesh, siguiendo la estela de otros tantos vecinos y amigos que habían escogido esta vía de escape como una salida económica para sacar adelante a todo la familia. Senegal, Mauritania, el terrible Sahara, Marruecos y finalmente la frontera del Tarajal, que separa el país norteafricano de Ceuta, constituyeron la ruta elegida por la organización mafiosa con la que desembolsó todos sus ahorros para garantizarle la libertad, y, sobre todo, la forma de ganar dinero.

Una nueva vida que ha terminado convirtiéndose en un engaño. Un engaño que lleva soportando 22 meses con todos sus días y sus horas que va anotando en un pequeño cuaderno con el que convive en su angustioso encierro al que se ve abocado en el CETI de Ceuta.

Junto a 39 bangladesíes más, constituyen el último grupo de 40 oriundos de Bangladesh que están acogidos en Ceuta y que en breve serán repatriados a su país. Ellos han sido testigos de la marcha, hace un par de semanas, de 32 de sus compañeros. «Llegaron una noche, los escuchamos cómo subían por la carretera, entraron en nuestra habitación y fueron leyendo nombres. A nosotros no nos tocó, pero sabemos que seremos los siguientes», narran en declaraciones a ABC.

«No quieren volver»

Sus compañeros repatriados han vuelto a Bangladesh, pero muchos de ellos no han pisado su casa. «Lo sabemos porque hablamos con ellos, algunos no quieren volver a casa, porque deben dinero a vecinos, familiares y amigos que les dieron ayuda para emigrar, ahora tienen miedo porque saben que tienen que devolver mucho dinero y no lo tienen. Sabemos de otro compañero que intentó suicidarse y está en el hospital. De otro no sabemos nada, no da señales de vida», apuntan.

Llegará una noche en la que les toque a ellos, algo que ha generado una presión entre el grupo que roza lo inhumano. No duermen, muestran angustia y un típico cuadro de estrés que conforma una historia migratoria por nadie conocida. Y es que no todo funciona bien en el CETI, ni la inmigración está tan controlada como pretende hacer ver el Gobierno.

Claro ejemplo es el de estos «bangla» – así se les denomina en la Ciudad Autónoma – que tienen miedo a dormir porque saben que llegará su día y no quieren que les sorprenda sin estar preparados. «Por la noche nos quedamos callados escuchando el ruido de la carretera, esperando oír el de los furgones». Lo mismo que escucharon aquel viernes, previo a la Semana Santa, cuando los motores cesaron a las puertas del campamento y varios policías se llevaron a sus compañeros. Al menos, pudieron despedirse.

No dan problemas

La Policía sabe que este colectivo no da problemas y no adopta las mismas medidas de precaución que con los argelinos.

Mientras la angustia permanece, estos 40 últimos «bangla» del CETI se dedican a pasear por la ciudad, a gastar el poco dinero que ganan ejerciendo de aparcacoches o ayudando a cargar la compra en las puertas de los supermercados llamando a sus amigos – quieren saber cómo está el país que abandonaron, en algunos casos, hace más de cuatro años – , sin ayuda de ONG alguna, con el único apoyo de la Iglesia.

Su periplo clandestino hasta llegar a la Ciudad Autónoma tiene episodios verdaderamente angustiosos, como el periodo que pasaron en el Sahara,sin agua – tenían que beber su propia orina – y distribuyéndose un tapón de comida al día para poder mantenerse. Quienes no aguantaron este infierno se quedaron en el camino, los demás pudieron continuar su viaje hasta las puertas de Ceuta.

Sin esperanza

Engañados, «cuando llegamos aquí pensábamos que ya había terminado todo, que estábamos en Europa. Luego creímos que íbamos a estar dos o tres días en el campamento, ya llevamos 22 meses y sabemos que esto no va a cambiar», expresa uno de los inmigrantes.

La identificación que sobre todo el colectivo han realizado diplomáticos llegados de Bangladesh ha terminado con las esperanzas de un colectivo que hubiera preferido que todos los compatriotas hubieran salido en el mismo grupo, sin tener que soportar esta tortura acompañada de la incertidumbre sobre su futuro, sin conocer qué día tendrán que entrar en los furgones de la Policía para abandonar para siempre Ceuta. Una ciudad que nunca conocieron, que ni aparecía en la ruta ofrecida por las mafias, pero que terminó siendo el destino final para sus vidas.

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