OBITUARIO
No le faltaron las flores a Salvador
La Verdad, 15-04-2007Conforme avanzaba la tarde del jueves de Pascua, Cehegín se teñía más de negro. La inmensa mole de la emblemática Peña Rubia desplegaba su manto al paso del cortejo que acompañaba sus restos. El silencio, en principio, total y respetuoso, se fue rompiendo poco a poco para dar paso a una tormenta de agua, de dolor y de llanto por la pérdida del Sacerdote, del hombre, del hermano, del amigo, del compañero Salvador Fernández Ciller, un hombre bueno, tan amante de Dios que a lo largo de su vida no hizo otra cosa que trabajar por sus semejantes, sobre todo por los más necesitados. Generoso hasta el infinito, tolerante, abierto, confiado, comprensivo para todos tenía la palabra oportuna, el mensaje bueno y optimista basado siempre en la esperanza y en su enorme fe.
Pero alguien, la sinrazón, nos lo arrancó como si de una tira de piel se tratara dejándonos un dolor inmenso. Está bien marcharse, decía Antonio Machado, si embargo, no era su momento, no era su hora. El pacto de su tiempo con la vida, no había finalizado. Alguien sin conciencia, lo rompió y la locura se cebó con su cuerpo, con una violencia extrema, para quien a lo largo de su existencia fue entrega total.
Salvador, no fue una excepción, pero sí que fue excepcional como sacerdote, como ser humano, el mismo ser humano que tanto quiso, el mismo, que de forma vil, cobarde y miserable le ha quitado la vida.
Jamás le faltó la alegría, aunque tuviese momentos amargos, que él interiorizaba para convertirlos y proyectarlos después en generosidad y en bondad que repartió desde que era un niño huérfano de madre, que, después prodigó como sacerdote, a lo largo de su vida, en principio en Águilas, sobre todo en el entorno del castillo con las familias humildes a las que donaba hasta su rompa más íntima. Si hacer el bien fue la bandera que siempre enarboló, también pasó años de adaptaciones y de incertidumbres, como cuando, poco después de permanecer en Cartagena, emprendió rumbo a la América hispana, a Ecuador, para ejercer como misionero, propagando su fe, pero atendiendo otras necesidades como la educación, levantando en la localidad de Pascuales, cerca de Guayaquil un colegio. Regresó a España, para con su coraje adentrarse en el humilde barrio de San José Obrero de Alcantarilla, para además de la labor espiritual con esa comunidad trabajar en una carpintería. Lejos de buscar la hipotética tranquilidad de una Parroquia, se marcha al norte de Francia, como cura de inmigrantes . Por fin, llega a Moratalla. Era su primer destino como Párroco. Era la época predemocrática.
Allí con su espíritu siempre conciliador, desarrolló una intensa labor espiritual y de recuperación del Museo de Arte Sacro. Después de unos años, una vez más, recoge maletas y sentimientos para ir a Roma, donde completa estudios y formación. Tras le experiencia vaticana, Salvador es destinado a la Parroquia de la Purísima, su amada Iglesia, donde deja una profunda huella, como sacerdote y de nuevo, como persona. Compagina su trabajo espiritual con la enseñanza en el IES del Carmen.. Unos pocos años en el Puntal dan paso a una bien merecida jubilación que habría que entrecomillarla, porque continuará ejerciendo como capellán de los tanatorios murcianos Arco Iris y Nuestro Padre Jesús, en donde con sus emotivas súplicas, extendiendo los brazos hacia el infinito recoger el consuelo de Dios para los familiares de los fallecidos.
Es la trayectoria de un hombre bueno, truncada de un forma cruel, injusta, inhumana. Una trayectoria que cientos de personas llegados de muchos puntos de la Región reconoció en su adiós al misionero del Cristo Hombre. Y Salvador recibió sus flores y sus aplausos. Pepa, su hermana, su confidente, mi madre, en la larga noche del velatorio, me apuntó que “el tío Salvador, no tiene flores; cómprales unas que ponga de tu hermana Pepa”. Lo hice. Pero en esa mañana del Jueves de Pascua, aparecieron muchas flores, llegadas de ayuntamientos, de juntas vecinales, de peñas huertanas, de amigos, de familiares y aparecieron sus compañeros, cientos de personas, sus feligreses, sus conocidos, sus paisanos, para rendir el homenaje sincero y limpio, de respeto y de reconocimiento a labor bien hecha, al sacerdote comprometido con Dios y con el hombre.
Conociendo su sencillez, ante la hermosa ceremonia protagonizada por todos los presentes en la Iglesia ceheginera de la Virgen de las Maravillas y presidida por el Obispo Reig, estoy seguro que en el cielo, Salvador no pudo evitar sonrojarse, pero aunque a regañadientes, porque en su humildad jamás aceptó nada, me consta de que esta feliz, la misma felicidad que le durará para siempre.
En nombre de mi madre y de toda mi familia, gracias de corazón a todos.
Antonio Abril Fernández es periodista
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