«Lo peor fue ver a mi madre al ser detenido»
Cuatro menores relatan a LA RAZÓN su cambio tras pasar por centros de reinserción
La Razón, , 15-04-2007madrid – «Lo más duro fue ver a mi madre cuando me esposaban. Cruzamos la
mirada y ella estaba llorando. Fue una sensación muy angustiosa, sentí
vergüenza por primera vez en mucho tiempo». Minutos después de atracar una
joyería, digamos que Carlos fue detenido por la Policía. Entre la marea de
curiosos que se acercaron al sonido de las sirenas de las patrullas y las
luces, estaba la mujer que le había dado a luz hacía tan sólo 17 años; con
ella, amigas y vecinas. En ese momento, cambió la vida de este chico que
nació y se crió en República Dominicana. El destino de Carlos parecía que
estaba marcado. Su madre viajó a España en busca de un porvenir mejor para
él y su hermana, pero la muerte de su abuela precipitó el viaje a Madrid
de los pequeños. A partir de aquí, en el día a día de este chico siempre
había un hueco para estar con los amigos. Unos chavales que bebían y
fumaban para acortar los minutos de un futuro ausente de motivaciones y
aspiraciones.
Ésa es la razón que encuentra Carlos para explicar lo
que hizo. El porqué un crío arriesga su futuro y el de su familia por un
puñado de euros. Hoy queda poco de ese bebedor de cerveza y habitual de
las calles del centro de la capital. Carlos fue condenado y su condición
de menor le salvó de una celda propiamente dicha, pero pagó su error en un
reformatorio. Allí pasó un año. Su buen comportamiento y sus ganas de
seguir hacia delante le permitieron continuar su condena en régimen de
libertad vigilada.
Ahora, este joven está completamente rehabilitado
y ha conseguido una segunda oportunidad.
Todavía le cuesta rememorar
ese día y tras charlar un rato con él, parece imposible que fuese capaz de
entrar en una joyería en busca de un suculento botín. Es como si su paso
por un centro de menores le hubiese hecho madurar de golpe. Calmado y
educado , Carlos, al final de una frase esboza siempre una media sonrisa.
Un caso parecido es el de Alexander. Hasta los trece años vivió en Rusia,
al llegar aquí, la integración no fue fácil y terminó en otro reformatorio
por varios robos con violencia e intimidación. De hecho, todavía tiene
alguna causa pendiente. Tardó algo más en entender que sus «travesuras» le
estaban impidiendo ser feliz, quizá por eso se fugó de un centro de
menores antes de caer en la cuenta de que «ya estaba bien de tonterías.
Ahora sé que se puede vivir con muy poco y estar bien».
Alexander tiene planes y entre ellos está buscarse poco a poco un
futuro mejor. Ya no tiene que dormir en el centro. De momento, ya trabaja
en una tienda donde se venden los artículos que confeccionan los menores
que cumplen su pena en los reformatorios de la Comunidad. Al principio se
resistió, «llegas allí y te pones tonto o gallito con el resto o con algún
educador, pero de eso ya pasé. Al final iba a mi bola y tranquilito». Le
gusta el flamenco y habla con mucho cariño de su familia, sobre todo de su
«hermanita pequeña».
Franklin también tiene en su
cabeza a los que más quiere, en su caso además el próximo nacimiento de su
hijo, en julio, le motiva para levantarse todos los días y trabajar de
carpintero. Un oficio que aprendió en el reformatorio al que llegó tras
ser condenado por intento de homicidio. Allí, se levantaban y «el que
quería estudiar, estudiaba». El que prefería formarse aprendía una forma
de ganarse la vida. Él lo ha hecho y aunque en el reformatorio «te libran
de tu libertad» a su paso por él le ha sacado provecho. La ayuda de los
educadores ha sido fundamental para que entendieran que tenían que
rehabilitarse. Una vez fuera, continúan en contacto con ellos, al menos,
una vez a la semana. «Te puedes tirar hablando con ellos hasta dos horas.
Te preguntan cómo te va, qué has hecho, si te ha pasado algo en los
últimos días Yo con mi educadora me llevo muy bien y conoce a toda mi
familia. Incluso hay veces que nos morimos de la risa y todo», explica
Alexander.
Un apoyo que ha conseguido que en el caso de, digamos
Alfonso, le haya valido para dar la vuelta a la tortilla. Ha pasado de ir
esposado a querer convertirse en un agente de la ley, en concreto de la
Guardia Civil. De momento, ya hace sus pinitos como guardia de seguridad.
Una paradoja con contrato incluido. Porque estos chicos han conseguido
reinsertarse en la sociedad con todas las garantías y subirse al tren del
mercado laboral en marcha. No son un caso aislado.
Según la
Consejería de Justicia e Interior, el 83 por ciento de los menores
consigue adaptarse y cambian el rumbo de su vida. Una cifra prometedora
que regala la esperanza a todos aquellos jóvenes que en momento
determinado de su vida, han cometido un error. Una estadística que
demuestra que todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad y
estos chavales la han aprovechado.
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