Marine Le Pen: «Los inmigrantes han comprendido al Frente Nacional»
LA RAZÓN acompaña en una visita electoral a la nueva cara de la cuarta
La Razón, , 14-04-2007París – La mañana transcurre apacible en el mercado de La Motte – Piquet, en
el enseñoriado distrito XV de París, tierra enemiga para el Frente
Nacional (FN). Hasta hace poco, los dirigentes del partido
ultraderechista, a sus anchas sólo en zonas obreras y rurales, hacían
campaña embutidos en su caparazones. En 2002, la presencia de Jean – Marie
Le Pen en el segundo turno electoral provocó masivas estampidas callejeras
al grito de «No al fascismo». Cinco años más tarde, Marine Le Pen, 40
años, vicepresidenta del FN e hija del jefe, pasea a su aire entre los
puestos de comida, repartiendo besos a mansalva, especialmente a mujeres
de origen extranjero.
Ni uno sólo de los africanos que se encuentran
en su camino, vendedores, niñeras o clientes, le cruza una mirada de
desdén, a pesar de que Le Pen, su padre, siempre haya sostenido la
«desigualdad de las razas». Ni un paseante parece recordar sus pesadas
bromas sobre los hornos crematorios o su tierna visión de la ocupación
nazi. Sólo un pescadero osa rechazar el correspondiente «pack» de panfleto
y beso. «Esta campaña es diez veces más fácil y agradable que la de 2002»,
declara el nuevo rostro de la ultraderecha francesa a LA RAZÓN, «porque
los franceses, sean del color que sean, han comprendido que Le Pen llevaba
razón en todo: sobre la UE, la inseguridad, la inmigración, el euro, la
mundialización…».
La extrema derecha es un ramaje
vociferante, espinoso y bien enraizado en Francia, donde ocupa desde hace
un cuarto de siglo un 15% del paisaje político. La misma intención de voto
que se le atribuye en las próximas presidenciales. Más de cinco millones
votaron a Le Pen en los comicios de 2002 (17,7%), cuando se alzó como
segunda fuerza política, y al menos diez millones de electores han optado
alguna vez por el Frente Nacional.
La benjamina del carcamal
ultraderechista se impuso dos misiones como nueva estratega del partido:
aumentar los votos del Frente y reducir su rechazo visceral entre los
franceses. La primera incógnita se desvelará el 22 de abril, fecha de los
comicios presidenciales. La segunda parece una realidad, a la vista de su
tierna acogida en las lonjas.
Para mudar la carcasa del partido, la
«hijísima» hubo de depurar a la vieja guardia ultracatólica del FN. En los
pasquines electorales que Marine reparte por el acomodado distrito XV posa
una chica mestiza y con un brillante en el ombligo. La heredera se salió
con la suya. «Se han acabado los problemas con los franceses originarios
de la inmigración», asegura con tono convincente Marine Le Pen, fresas en
mano. Se refiere a los millones de franceses de piel oscura, hijos o
nietos de inmigrantes africanos. Los inmigrantes de verdad, incluso con
papeles, ésos siguen siendo unos simples proscritos para el FN. Días
antes, en otro mercado de la periferia, un chico de rasgos árabes preguntó
a Marine Le Pen si su padre le expulsaría de ser elegido. «¿Eres francés?
A ti no te pasará nada. Te daremos un trabajo». «No hay nada más normal
que privilegiar a los franceses en su propio país», teoriza la dirigente.
Su frase, no obstante, abre un interrogante: ¿y qué le pasará a quienes no
tengan la «carte didentité»?
Abogada de
formación, voz ronca a base de muchos años de «paquete diario» y con las
hechuras «paquidérmicas» de su padre, Marine se obligó a una metamorfosis
antes de cambiar la imagen del Frente. Perdió 20 kilos, estilizó su
peinado, dulcificó su vestuario y consiguió convertirse en un rostro
«people», como se conoce en Francia al famoseo. «No, no voy a votar por
usted, pero enhorabuena por su régimen», le espeta entre sonrisas
Henriette, vendedora de pantuflas.
Lepenización de los espíritus
Las únicas que advierten las ideas de extrema derecha (preferencia
nacional, salida de la UE, vuelta al franco, inmigración cero, supresión
del impuesto sobre la renta e imposición de un salario público a las
madres que prefieran educar a sus hijos a trabajar) que esconde el
sonriente rostro de la walkiria del FN en esta mañana de martes son dos
chilenas, exiliadas de Pinochet. «Le Pen ya ha ganado estas elecciones. La
sociedad francesa se ha convertido en racista», explican estas mujeres de
60 años, que llevan 20 en Francia. Alicia ambas de nombre, y «en el país
de las pesadillas» de apellido jocoso, se refieren a la «lepenización de
los espíritus», expresión acuñada por el heptagenario ultra para describir
la difusión de sus ideas, compartidas por un 30% de los franceses, según
una encuesta d e «Le Monde».
«Al menos, ella es una
francesa de verdad», se delata Michelle, de mediana edad, tras su puesto
de baratijas. Unos pasos más adelante, Marine cargará con saña contra
Cécilia Sarkozy, mujer hispanorusa del candidato de centroderecha, Nicolas
Sarkozy. ¿Su culpa? Haber declarado que por sus venas no corre sangre
francesa. La mañana prosigue apacible en La Motte – Picquet, en el distrito
XV de París. Otro lugar más donde ya no chirrían los exabruptos del Frente
Nacional.
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