Derechos de cuna
Diario de Noticias, 13-04-2007No me malinterpreten, yo soy muy de defender derechos, pero no todos. Siempre es un tema controvertido y complejo. Resulta difícil poner un límite, elegir cuáles son dignos de defensa y cuáles cuestionables. Por ejemplo, se puede empezar denunciando la pena de muerte, y terminar defendiendo el derecho a la muerte digna de las langostas (les prometo que existe en el Reino Unido una organización que lo reivindica) y no es plan. Yo me he marcado mi propia limitación: estoy decidida a defender, de manera irrenunciable, absolutamente todos los derechos que cumplan dos condiciones.
La primera es que tengan como sujeto a los seres humanos. No tengo nada contra los animales, las plantas u otros seres vivos, pero – estando el mundo como está – me parece que cada cual tiene que marcar sus prioridades, y las personas son – de momento – las mías (seguramente es señal de que todavía soy muy joven como para la misantropía radical, pero todo llegará). Además, me tranquiliza saber que hay en este planeta miles de personas que luchan por los derechos de aquellos seres vivos que no se pueden defender. Hay trabajo para todas.
La segunda es que sean derechos que estén orientados a garantizar que todos los seres humanos seamos iguales. Ni me gustan, ni comparto, ni estoy dispuesta a reivindicar los derechos que hacen a unas personas diferentes de otras. Es más, estoy en contra de cualquier derecho que marque diferencias entre las personas por el lugar en que han nacido, el color de su pelo, de su piel, de su bandera; la composición de sus cromosomas o la de las personas con las que se acuestan.
Y ustedes – que también se sabrán más o menos, así por encima, un resumen de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como yo – dirán: pues no nos cuentas nada nuevo, pero me van a permitir que les lleve la contraria. Quizás usted es de bandera republicana de toda la vida, pero, si no, quiero recordarle que vivimos en un país en el que hay unas personas que nacen con el derecho a reinar, por el mero hecho de hacerlo en la familia real (y me refiero a lo de reinar, no a que sean de verdad). Aunque ni siquiera en esa familia todos los miembros son iguales, pues tienen derecho a reinar quienes nacen antes, como si fuera una lista de espera. Pero, además, quienes tienen la excentricidad de nacer mujeres en esa familia, aunque lleguen primero, no pueden reinar. Aunque en esto hay rumores de cambio, yo hasta que no lo vea La de la Monarquía Parlamentaria (el término así, analizado detenidamente, no tiene desperdicio) no es la única contradicción de nuestras leyes y nuestras costumbres (que a menudo son lo mismo).
Se está extendiendo en nuestros códigos, pero también en nuestras conciencias – que resulta mucho más peligroso – la asunción de diferencias entre las personas que vivimos en este país, basadas en la arbitraria condición de la zona del planeta en la que cada cual – o su familia – haya nacido. Empieza a haber demasiada gente que cuestiona el derecho de las personas que han venido “de fuera” a recibir atención sanitaria gratuita, escolarización, ayudas sociales, pisos de protección oficial Y no en base a su cotización a la Seguridad Social, a las horas que trabajen a la semana o a lo mucho o poco que esas personas lo necesiten. Es cuestión sólo de dónde han nacido. Y de que se les note, claro. Porque no creo que nadie mire con desconfianza en una sala de espera de un centro de salud o en el autobús, a un hombre argelino, o a una mujer rumana, o a una niña búlgara, que – si no abren la boca – son como usted y como yo. Pero a esos hombres y mujeres latinoamericanas, africanas, asiáticas, que se les nota de lejos que no son “de aquí”, no sólo se nos queda un poco cara de curiosidad cuando les tenemos enfrente, sino que estamos empezando a creernos eso de que no pueden llegar aquí y pretender que son “como nosotros”. ¿Y por qué no? ¿Porque han nacido en otro sitio? ¿Porque eligieron la familia equivocada? ¿De verdad alguien puede considerarse en posesión de unos derechos diferenciales por el arbitrario, azaroso y – en cualquier caso exento de ningún merito – hecho de haber nacido aquí?
Yo es que no me creo los derechos de cuna. Ni me gustan, ni los comparto, ni estoy dispuesta a reivindicarlos. Es más, estoy en contra de cualquier derecho que marque diferencias entre las personas por el lugar en que han nacido. Me da igual que sea Bolivia, Senegal o el Palacio de la Zarzuela.
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