'Minipisos' de tránsito a 250 euros al mes

Diario de Noticias, 02-04-2007

s I mantener la armonía en una casa donde únicamente vive una familia es, en ocasiones, una tarea enormemente complicada, ordenar el día a día de nueve desconocidos en 90m2 parece imposible. Nueve personas cuyo único lazo de unión es el haber dejado su tierra en busca de mejores condiciones de vida. Alquilar una habitación es la única salida que muchos de estos inmigrantes encuentran para establecerse en sus primeros meses en Navarra. Lo ven como algo temporal, pero algunos acaban resignándose. No se trata de compartir piso, sino de dividir una vivienda en tantos minipisitos como habitaciones disponga. Con una familia por espacio, el uso de los lugares comunes es la primera de las complicaciones. Pero no la más grave. Salarios reducidos, reticencias de los propietarios a alquilar a extranjeros y personas que se aprovechan de la escasez para su propio beneficio completan un panorama cada vez más frecuente en Navarra.

Por el momento, nadie habla de un hacinamiento extremo, por lo que, según señalan los propios inmigrantes, lo habitual es que una pareja – a lo sumo con su hijo – sea la que ocupe cada habitación. Ésta se organiza como si fuera el único espacio de la casa. “Divides la habitación entre la cama y una pequeña sala, con televisión”, señala la boliviana Jacqueline Macías, que reside en Berriozar. El uso del baño o realizar la limpieza se distribuye entre cada una de las familias para evitar conflictos. “No hemos tenido problemas de convivencia, cada habitación limpia la casa por turnos. Para la comida, cada uno tiene su espacio en la nevera”, explica Laidi Torico, también boliviana. Jazmani Guzmán, representante de una de las asociaciones bolivianas, reconoce que estas cuestiones cotidianas son las principales causas de problemas de convivencia en los pisos subarrendados. Los recién llegados son quienes más recurren a esta fórmula. “En los primeros meses es más habitual vivir en una habitación alquilada que en un piso, que son demasiado caros”, destaca Guzmán. Las más baratas pueden costar 180 euros, aunque la media está entre los 250 y los 300 euros, gastos aparte. Guzmán explica que, conforme el recién llegado logra reunir el dinero suficiente, deja la habitación para trasladarse a un piso. En ocasiones esto no es más que un cambio de papeles ya que el inquilino pasa a ser arrendatario y alquila las estancias de su nueva casa a otros inmigrantes. Alojar a familiares que acaban de emigrar es otra opción, y pisos de tres habitaciones pueden llegar a ocuparse por ocho o diez miembros de una familia.

causas de las desigualdades

‘Camas calientes’ y abusos

Todos los consultados coinciden en señalar los precios como el principal problema con el que se encuentran para acceder a una vivienda. A pesar de que, generalmente, son los propios inmigrantes quienes subarriendan las habitaciones, existen casos de abuso. “Entre los arrendatarios, también hay quien se aprovecha de la situación y cobra más dinero”, remarca Guzmán. Las denominadas camas calientes son un ejemplo de ello. Aunque se suele hablar de una cama ocupada las veinticuatro horas dependiendo de los turnos de trabajo de cada inquilino, también hay otras fórmulas. “Hay habitaciones que se alquilan por turnos. Por ejemplo, si una persona trabaja de asistenta interna y otra de externa, una lo utiliza de lunes a viernes, cuando no trabaja, y la otra el fin de semana”, relata Macías.

Otro de los problemas con los que se encuentra el colectivo inmigrante a la hora de acceder a un piso es la negativa de algunos propietarios a alquilarles por el hecho de ser extranjeros. Como denuncia Guzmán, "hay personas que ponen anuncios de alquiler donde señalan abstenerse inmigrantes ". Otra dificultad añadida que, según explica Torico, está causada por los problemas creados por un pequeño grupo que afectan a todos los inmigrantes. “Algunos no han sabido cuidar la casa, pero son unos pocos y por ellos pagamos todos”, lamenta Torico.

Fuentes inmobiliarias constantan la existencia de este tipo de pisos y señalan que no pueden hacer nada a no ser que el propietario presente una queja, ya que muchos contratos prohiben expresamente el subarriendo de la vivienda. A su vez, coinciden con los inmigrantes al observar reticencias de muchos dueños en alquilar extranjeros. Un racismo encubierto que se ceba con quien no tiene otra opción para vivir que reducir su vivienda a un dormitorio.

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