Los bolivianos del 'crucero patera' pagaron 1.500 euros por la travesía

El Periodico, MAYKA NAVARRO, 29-03-2007

Miriam Clara llenó ayer de lágrimas el muelle del puerto de Valencia en el que durante 10 horas permaneció atracado el crucero Sinfonía. Recostado en una de las barandillas de cubierta, sin poder salir de su cárcel de oro, su yerno, el boliviano José Luis Casia, le gritaba a pulmón que, por lo menos, le mostrara una fotografía de su hijo Álex. “Hijito no te la traje, si yo pensaba llevarte a casa con él”.
Las sospechas de la Comisaría General de Extranjería del Cuerpo Nacional de la Policía se confirmaron en el muelle Poniente de Valencia. Una veintena de familiares de los 82 turistas bolivianos del Sinfonía esperaban ansiosos el descenso de sus allegados. Como ya pasó en Cádiz y en Tenerife, tampoco en Valencia les dejaron pisar tierra firme alegando que carecían de la documentación necesaria para entrar en España. Todos planeaban quedarse.

VIAJE DE DOS SEMANAS
Hasta el último minuto, los familiares en tierra, desesperados, suplicaron a policías, tripulación y todo el que se les puso a tiro que mediaran y les permitieran, como mínimo, abrazar a los del barco. Fue inútil. En el consulado de Bolivia en Barcelona ni siquiera descolgaron el teléfono. Impotentes, los familiares admitieron a algunos periodistas que sus allegados optaron por viajar a España en crucero ante la imposibilidad, desde hace cuatro meses, de conseguir un billete de avión desde Santa Cruz y La Paz. Todos pagaron a una misma agencia boliviana 1.500 euros por unas vacaciones en el mar de dos semanas, durante las cuales muchos apenas abandonaron sus camarotes.
“Hace tres años que no veo a mi marido. Tenía que conseguir entrar antes del 1 de abril porque después será muy difícil tramitar un visado y, como a otros, una agencia les ofreció el barco”, explicó Carmen Arias.
Los bolivianos embarcaron en el Sinfonía en los puertos de Buenos Aires y de Santas. “No era un grupo normal. Siempre juntos y sin apenas hacer vida social. Piense que somos 1.500 y en dos semanas ya somos amigos. En cambio, ellos no compartieron los espacios comunes y esperaban que se vaciaran los comedores para agarrar comida en bandejas y llevarlas a los camarotes”, relató Soledad Gómez, una porteña de tacones rojos que fue de las pocas que se ofreció a entregar algún trozo de papel con tres palabras que varios familiares escribieron a los recluidos.
Roberto, un amabilísimo italiano de la tripulación, se reunió discretamente tras una columna de recepción con un grupo de familiares. En pocos minutos, aquella gente reunió 1.920 euros y se los confiaron para que se los entregara a los retenidos. “Son buena gente, ya veremos qué pasa en Génova”, destino final tras otras 33 horas de navegación.
Oficialmente, Roberto no podía hablar, pero contó a los familiares que difícilmente Italia aceptará el tránsito de estos 82 bolivianos y que sería la compañía la que asumiría los costes de avión hasta Madrid para, desde allí, ser repatriados.

ESTABAN ATEMORIZADOS
Cuando la embarcación hizo escala en Río de Janeiro, Salvador de Bahía, Maceiao y Fortaleza, la mayoría de bolivianos no bajaron del barco. “Estaban atemorizados”, dijo Juan Carlos Valví, otro argentino, adicto a los cruceros y ofendido por el tratamiento de patera de lujo que se está dando al Sinfonía: “Tiene casino, piscina, yacusi y pista de baile”. A pocos les pasó desapercibido el talento artístico que uno de los bolivianos mostró en el escenario. Esa noche se celebraba el show del pasajero, una fiesta en alta mar con cena incluida, de esas en las que el capitán comparte mesa con un selecto grupo de pasajeros. Pues bien, feliz, tal vez por pensar que su sueño estaba cerca, un boliviano “bajito, gordito y simpático” se arrancó con una versión en castellano del My way de Sinatra. De momento, su camino sigue varado.

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