La familia de las niñas ecuatorianas se lamenta del desprecio consular
El Periodico, , 16-03-2007Están atrapadas en su país. Están enfermas. Están en una aldea remota y cada vez que tienen que ir al consulado en Quito vuelven agotadas porque entre la ida, la vuelta, las colas y las esperas el viaje les toma casi tres días. Han hecho tantos viajes como largas les han dado y como papeles les han pedido, siempre convencidas de que tarde o temprano acabarían tomando un avión y volviendo a Barcelona; siempre, sin embargo, dándose de cabeza contra la realidad. Pero si hay algo que poco a poco les va restando fuerzas es el trato que reciben cada vez que se ponen en la fila, porque en vez del sello milagroso en el pasaporte y la promesa de ver pronto a papá se encuentran con que las desprecian y las tratan con desdén. Y preguntan por qué.
“Una vez alguien llamó a la policía y le dijo: ‘Sácame a esta mujer ya de aquí’. A uno lo tratan como a un perro, se ven cosas horribles ahí”.
LLANTO EN UN BANCO
Habla Rosa, la tía – abuela que se ha hecho cargo de las pequeñas en Unión Patria y que sufre con ellas el calvario de la incertidumbre. Yessenia y Maritza han estado en la pequeña aldea del este de Ecuador más de un año, esperando que el consulado español en Quito les conceda el visado para reunirse con su padre, vecino de Barcelona. Vecino legal. También lo eran las hijas hasta que toda la familia se fue de vacaciones a Ecuador. Allí la madre contrajo el paludismo y estuvo enferma varios meses antes de morir. Mientras, los papeles de las niñas caducaron y ahora están atrapadas por la burocracia del consulado español. Que les pide un papel, y otro, y otro. “Usted ya no tiene nada que hacer aquí”, le dijeron a Rosa la última vez que viajó con ellas a Quito.
“Me tiraron los pasaportes y me dijeron que el caso no tiene arreglo. Tuve que salir y sentarme en un banco a llorar. Esto es un sufrimiento. Las colas son de varias horas y las niñas no pueden estar tanto tiempo de pie, pero eso no les importa”. Las dos, Yessenia y Maritza, padecen artrogriposis, una enfermedad que causa malformaciones en los huesos, y han sido operadas varias veces en Barcelona; desde que están en Ecuador no han visto a un médico.
El último viaje lo hicieron esta semana. El domingo, muy temprano, cogieron un autobús a Manta, a una hora y media de Unión Patria. Rosa compró allí los billetes a Quito, pero como de costumbre tuvieron que pasar todo el día en el pueblo porque el pullman sale de noche. “Hay que hacerlo así porque la vía a Manta es muy peligrosa, hay muchos bellacos, y siempre hay que ir madrugados”. A la capital llegaron la mañana del lunes después de una noche de mal dormir y se dirigieron al consulado a hacer cola. “Toda la mañana haciendo cola para nada. Yo lo hago porque las niñas no tienen mamá y porque mi hermano no tiene a quién más recurrir aquí, pero la verdad es que estoy sufriendo mucho”.
UN MONSTRUO CANÍBAL
En febrero, el Gobierno español concedió a las niñas la autorización de residencia por reagrupación familiar. Pero la burocracia es un monstruo caníbal y lo que vale en un despacho de Barcelona no vale en el consulado de Quito. Allí les han dado cita para julio, cuando hace rato que habrá caducado la autorización. Rosa y las pequeñas volvieron a Unión Patria con las caras largas. Con el frío de Quito, las niñas enfermaron. De gripe.
(Puede haber caducado)