Le Pen ya puede ser candidato

El Mundo, RUBÉN AMON. Corresponsal, 15-03-2007

El líder del ultraderechista Frente Nacional presenta las 500 firmas de cargos electos necesarias para acudir a las presidenciales que la ley francesa exige a los aspirantes al Elíseo.


Han sido tres meses de lágrimas y de fatigas. Le Pen sospechaba que se había maniobrado una conspiración planetaria para evitar su concurso, aunque la denuncia de los complots y de las maquinaciones forma parte de su propia estrategia propagandística. No sólo porque es una manera de cuestionar el sistema desde la propia raíz democrática. También porque denunció los mismos problemas de firmas y trampas en 2002 para ganarse un espacio informativo y presentarse como un ecce homo.


Nadie sospechaba entonces que el programa xenófobo y ultranacionalista de Le Pen pudiera cruzar el umbral de la segunda vuelta. Lionel Jospin (Partido Socialista) estaba destinado a jugarse el mano a mano con Chirac, pero los sondeos infravaloraron la baza populista del patriarca extremista.


Cinco años después de aquella campanada – 5,5 millones de franceses votaron a Le Pen – el escenario parece menos propicio a un sobresalto del Frente Nacional. Primero porque la mano dura de Nicolas Sarkozy y sus discursos identitarios han calado hondo en el electorado de la extrema derecha.


Y, en segundo lugar, porque François Bayrou, líder de los centristas (UDF) se ha adjudicado la plaza de árbitro de los comicios con unas expectativas de voto similares a las que maneja Ségolène Royal.


No acepta Le Pen de buen grado que las quinielas en juego hayan relativizado su fuerza. Quizá porque olvida la evidencia de sus 78 años. O quizá porque intuye un nuevo fracaso de los institutos de opinión. «¿Tengo ahora que fiarme de las encuestas cuando se equivocaron completamente en 2002? En nuestro partido tenemos el convencimiento de que vamos a disputar el segundo turno de las elecciones, aunque se han intentado todo tipo de maniobras para impedirlo», dice el gran jefe.


Los cálculos optimistas de Le Pen también se justificarían en la moderación de su campaña electoral. Es verdad que el líder frontista arrea contra la extranjería y el euro, pero ha matizado la xenofobia, ha logrado adeptos en las barriadas marginales y ha utilizado el rostro y el cuerpo de una francesa mestiza como reclamo de uno de sus carteles electorales más llamativos.


De momento, y con todas las precauciones, el Frente maneja unas expectativas de voto del 13%. Tres puntos menos del resultado que Le Pen obtuvo en la primera ronda de 2002 (16,86%), aunque las distancias entre una y otra referencia pueden explicarse porque los militantes de extrema derecha no acostumbran a manifestar sus inclinaciones.


«El Frente Nacional tiene más razones ahora que antes para dar una sorpresa en estos comicios. Sería absurdo descartarnos a priori por razones de conveniencia y de ceguera», explicaba a EL MUNDO Marine Le Pen, primogénita del gerifalte y heredera natural del cetro frontista. «Está claro que en estos últimos años hemos maniobrado una evolución. Queremos crecer en el mapa electoral francés. Sabemos que un presidente de la República tiene que, al menos, representar al 50% de los ciudadanos. Por eso hemos realizado un movimiento de consenso y de alargamiento». El problema es que semejante evolución puede desorientar a los votantes ultras y costarle caro al patriarca. Le Pen representa el antisistema, el cabreo, la subversión. Y es en ese espacio donde ha conseguido erigirse un tótem electoral para dar sombra a veteranos de guerra, jóvenes pelados, jubilados inconformistas, patriotas nacionalistas, incluso comunistas desencantados con la degeneración de la lucha obrera.


El plazo de presentación de las candidaturas expira mañana, mientras que el lunes se darán a conocer oficialmente los nombres de los aspirantes al Elíseo. Muchos menos de cuantos compitieron hace cinco años (16), aunque suficientes para construir un mural donde cohabitan antiglobalizadores (Bové), comunistas de hoz y martillo (Buffet), trotskystas sin remisión (Besancenot), mosqueteros de la causa ecologista (Voynet) y ultraderechistas aristocráticos (De Villiers).

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