La Otra Orilla. No escapó a su destino
"Abdoulaye fue más afortunado que los senegaleses que alcanzaron nuestras costas; llegó en avión, vivió en la Universidad de La Laguna y estudiaba un máster de empresas, pero se ahogó en la playa"
Canarias 7, , 13-03-2007Abdoulaye fue uno de los senegaleses más afortunados de los últimos años. Muchos de los jóvenes de su generación, se agolpaban ante las puertas de la Embajada de España, en la Avenida Nelson Mandela, para solicitar un visado que les permitiera viajar a nuestro país o, desde ahí, seguir hacia Europa. Pero el pánico le entró a nuestras autoridades y cerraron las puertas a cal y canto. No se conceden visados, por sistema. Una de las pocas puertas hacia Europa quedó cerrada, por lo que les empujamos a que se la jugaran sólo a una carta y se embarcaran en un cayuco. En el último trimestre de 2005 llegó el primer cayuco a las islas.
Dice Yaye Bayam, la madre que ha organizado a muchas viudas de la inmigración desde su aldea de Thiaoré, que un grupo de pescadores partió hacia alta mar y terminó por casualidad en Canarias, pero lo cierto es que abrieron la puerta, como lo habían hecho en 1994 los dos saharauis que vinieron en patera hasta Fuerteventura.
Abdoulaye fue más afortunado que estos miles de compatriotas que se la jugaron y alcanzaron nuestras costas y muchísimo más que los miles que descansan en la fosa común atlántica. Gracias a los programas de cooperación del Gobierno de Canarias, llegó en avión, vivió en la Universidad de La Laguna y estudiaba un máster en gestión de empresas, para aplicar estos conocimientos a su vuelta en Dakar. Hace dos domingos se acercó a la playa de las Teresitas y se ahogó en menos de tres metros de agua. «No pudo escapar a su destino», lamenta sollozando uno de sus nueve compañeros, ahora huérfanos de suvoz, sus risas, su mirada.
El cuerpo de Abdoulaye llegó este viernes a Dakar, en cuya casa se reunieron cientos de familiares y conocidos, recibidos con bolitas de sorgo y azúcar para demostrar a los espíritus que el joven de 25 años merece estar allí arriba. Pero donde Abdoulaye tenía que estar era entre nosotros, enseñándonos y aprendiendo. La universidad está inundada por una enorme pena. Qué injusta puede ser la vida, precisamente con los que más necesitan una oportunidad. Venir en avión para acabar en el fondo del mar.
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