Genocidio en casa

El Periodico, RAFAEL VILASANJUAN, 04-03-2007


No siempre se puede aceptar con la misma intensidad y afecto la desgracia ajena. La naturaleza humana es selectiva. No es racismo ni indolencia, pero cuando hurgo en la memoria descubro que, a diferencia del terror que se produce a miles de kilómetros de casa, la guerra de Bosnia tuvo la capacidad de acercarnos más al sufrimiento humano. En mi caso, esta proximidad me hizo intuir cierta responsabilidad. Los que morían eran blancos y europeos como yo, y vivían en un país donde el hambre y la miseria no eran la principal amenaza de su existencia. No había distancia, y, ya que todo sucedía como si fuera en casa, me preguntaba si podría ser yo uno de ellos. La masacre de Srebrenica me abrió definitivamente los ojos. En la piel de aquellas víctimas empecé a sentir y considerar la catástrofe humana como algo propio, sin importar dónde pase.
Srebrenica era un enclave al que acudían musulmanes desplazados de otros lugares de Bosnia como consecuencia de la limpieza étnica que practicaban milicias serbias. Pronto, la población refugiada empezó a temer un ataque incluso en aquel lugar declarado “zona de seguridad”. Bajo esta denominación, Europa se comprometió a protegerles y no abandonarles. Y para ello envió fuerzas de la ONU. Pero la realidad es que las milicias serbias entraron, separaron a las mujeres de los hombres y, bajo la atenta mirada de los cascos azules, en solo seis días deportaron a 40.000 personas y ejecutaron a más de 8.000. Voy a ahorrarles testimonios de aquella época: hay multitud y todos ellos de una barbarie extrema. La masacre, preparada al detalle, convirtió Srebrenica en una ciudad fantasma.
Ha pasado casi una docena de años y esta misma semana el Tribunal Internacional de Justicia ha absuelto a Serbia de la implicación en el genocidio. Si esta decisión causa sorpresa, sería hipócrita no buscar responsabilidades, más allá de estas fronteras, en nuestra propia casa. El conflicto de Bosnia puso de manifiesto que nuestros gobiernos buscaban únicamente el alivio inmediato y así se llegó a Srebrenica. Mientras proporcionaban galletas y ayuda fueron dejando hacer, tapando así su conciencia. La dimisión política de Europa, maquillada por la retórica de una intervención armada incapaz de proteger a las víctimas, se contentaba con observar, en vez de parar un proyecto fascista en marcha. Si no, ¿cómo es posible que Srebrenica cayese en manos de los serbios, después de que la ONU declarasen el lugar zona de seguridad?
¿Justicia o réquiem?

La sentencia no establece relación entre los crímenes y el Gobierno de Milosevic, pese a que los asesinos estaban a sueldo de Belgrado. Reconoce, eso sí, que podía haberlo parado y no lo hizo. Poco consuelo para los supervivientes, que no recibirán nada. Ni reconocimiento ni justicia. Si Milosevic estuviera vivo habría sido absuelto de genocidio, mientras Mladic y Karadzic, responsables de la masacre, andan aún libres. Quizá esta sentencia impida abrir de nuevo la herida que nunca acaba de cicatrizar en los Balcanes, pero Europa y la ONU, lejos de complacerse, deberían asumir su responsabilidad ¿Quién, si no, debe responder del abandono deliberado de miles de bosnios desarmados bajo la promesa de protegerles? Quedan demasiadas cuentas pendientes por unos hechos por los que nadie ha pagado, y, aunque hace ya tiempo que los gritos han terminado, esta sentencia nos obliga a seguir escuchando el silencio de los muertos.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)