"Ecos de la Costa". MÉXICO: "Ideas a la deriva"

Gregorio Iván Preciado

Prensa Latinoamericana, 27-02-2007

«No toques a mi compa». El sociólogo francés Alain Touraine, nos recuerda que, al menos idealmente, en una democracia los ciudadanos no son portadores de intereses o creencias particulares sino que tienen lo que John Rawls llama una preferencia de primer orden: la construcción de una sociedad justa.
La perspectiva anterior, continúa diciendo Touraine, es la que permite concebir a la sociedad democrática como una colectividad política, pero también es esta concepción política de la sociedad la que actualmente se ha ido desvaneciendo, pues frente a la globalización de la economía, la política y las permanentes innovaciones técnicas, los gobiernos locales ya no están preocupados por mantener el orden sino más bien por favorecer el cambio.
Frente a lo anterior, es decir, frente a las presiones externas, lo que lo ciudadanos esperan de la democracia es que «proteja la libertad del sujeto contra la lógica verdaderamente inhumana de la vida económica, los intercambios y la competencia… Ya no creemos que la revolución abra las puertas de la libertad; al contrario, atribuimos una importancia creciente a la idea del reconocimiento del otro», afirma el francés.
Organizaciones antirracistas como la francesa SOS Racismo enarbolaran lemas tales como No toques a mi compa o aquel grito feminista que decía: un hijo, si quiero y cuando quiera, las cuales forman parte de esta concepción política, la cual no está preocupada por crear una comunidad de ciudadanos sino por defender la libertad personal.
En síntesis, dice Touraine, en la actualidad «El espíritu democrático es más libertario que socialista; ya no cree en la alianza necesaria de la razón, la historia y el pueblo; cree, al contrario, en la disociación del sistema y los actores, del poder y la libertad. Nuestro democracia ya no sueña con la sociedad ideal; demanda, muy simplemente, una sociedad en que se pueda vivir.»
Elogio de lo ordinario. Por su parte, al destacar lo trivial y ordinario que tiene la vida cotidiana, el sociólogo francés Michel Maffesoli, nos invita a observar el entorno con una nueva mirada. Una mirada que, por ejemplo, se arriesga a señalar que las tribus urbanas son uno de los novedosos elementos estructurantes de la sociedad moderna, ya que todo parece indicar que las instituciones tradicionales ineluctablemente están por colgar los tenis.
Estos microgrupos se han venido constituyendo como alternativa al proceso de desindividualización que se vive en nuestra actual sociedad. En esas agrupaciones sus integrantes comparten hábitos, prácticas, rituales, signos, símbolos, gustos e ideales que estructuran y son estructurados por los vínculos que se establecen entre sus miembros y que a la vez los protegen de las imposiciones que les llegan desde afuera.
La defensa del territorio ya no es para estas colectividades el elemento más importante para la configuración de su identidad, como sí lo fue para las pandillas o bandas surgidas en la pasada década de los ochenta. A todo esto agreguémosle dos componentes más de “centralidad subterránea” que distinguen a estas tribus: el secreto y los afectos.
No debe extrañarnos, entonces, que todos los esquemas y modelos explicativos que se tenían para interpretar las formas de agregación juvenil, se estén viniendo abajo y que además de estar perdiendo su eficacia hermenéutica, hacen ver ridículas las soluciones tradicionales que se siguen proponiendo para “ayudar” a tanto joven descarriado que anda por la calle.
Ideas complejas: Todo tiempo pasado fue anterior.

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