Son blancos como nosotros
Las Provincias, 25-02-2007TONI CLEMENTE/
En el debate sobre las muchas diferencias como somos capaces de crear entre personas idénticas, siempre suelen aparecer opiniones de personas relevantes que pretenden esconder tras la idiosincrasia de cada cultura, una injusta desproporción de hecho que la simple razón no acepta. De la obra de Dominique Lapierre,
La ciudad de la alegría
, traducida a espectáculo fílmico, suele sacarse parecida conclusión: ¡qué diferentes somos en cada cultura!…
La misma madre Teresa, campeona de la generosa dedicación a eliminar el dolor humano, solía decir que la soledad de occidente producía más dolor que el hambre de los pobres de Calcuta a los que con tanta dedicación se entregaban ella misma y las hermanitas de la congregación por ella fundada. Pero de haber sido coherente con sus ideas, hubiera sido más propio que hubiera dedicado sus esfuerzos a aliviar el mayor dolor de sus paisanos de occidente.
Introduzco estas reflexiones intentando averiguar cuáles pueden ser nuestros mecanismos de defensa que nos impiden ignorar una realidad tan patente, por mucho que se la pretenda proscribir bajo el puente, como es el sufrimiento de tantas personas sin otra solución que la de sobrevivir bajo el puente de Ademuz en un nuevo centro intercultural de Valencia.
Paseando por el Turia, justo después de salir de alguna tienda de Nuevo Centro en donde hemos satisfecho algunos de nuestros caprichos, o pretendiendo oxigenarnos a la vera de los pinos y el verde del cauce, nos topamos inesperadamente con una realidad de
personas felices
estilo madre Teresa. En un primer momento podríamos interpretar que se trata de un sector de esos inmigrantes que ya son el 10% de los afiliados a la Seguridad Social. Pero una mirada más atenta nos enfrenta a una realidad más próxima.
No todos son morenos, no todos parecen extranjeros, no todos tendrán la suerte de ser felices. Bastaría asomarse a la próxima Casa de la Caridad, principal proveedor de alimentos de nuestra casi subterránea ciudad, para constatar que la diversidad geográfica de los clientes de ambos centros es muy parecida, lo que quiere decir que muchos de nuestros ciudadanos, próximos, muy próximos a muchos de nosotros, comparten mesa y mantel, comparten puente y cartón con inmigrantes procedentes de países lejanos… Las últimas remesas que intentan alcanzar nuestras costas en improvisado crucero del ex transatlántico
Marine I
están compuestas por indios, srilankeses, birmanos, afganos…
Por lo visto los inmigrantes, especialmente los procedentes del Lejano Oriente, ya vienen entrenados a soportar el hambre y penuria, y
ya no sufren
con su situación. ¿Pero sucede lo mismo con nuestros paisanos? ¿Y cómo podemos permitir que por lo menos los nuestros, que son de nuestra misma carne, de nuestra misma cultura, sufran como sufriríamos nosotros mismos?
¿No tendríamos que recoger para nuestros sensibles paisanos en dificultades el importe de todas las colectas de las parroquias de nuestra ciudad para aliviar su situación? ¿No tendríamos que exigir a la alcaldesa que los alojara en el hall de la entrada a la casa consistorial, o en su defecto, en el amplio espacio del Museo de la Ciudad de las Ciencias?
Cada vez tengo más claro que Dios no ha podido repartir la gracia de la fe por sectores geográficos y hasta según continentes, como si del sembrador del evangelio se tratara. Pero en parte también descubro razones para que haya podido ser así, pues nosotros mismos, que por lo visto estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, también tenemos nuestras preferencias en función del color, del origen geográfico, o la supuesta alcurnia. Por eso volveré a insistir, aunque sea provocativamente… ¿No se les revuelve a ustedes el estómago de que bajo el puente de Ademuz vivan tantos blancos como nosotros? Pase que vivan los negros, porque para empezar, ni siquiera se les ve de noche… ¿Pero blancos como nosotros? Blancos: ¡y humanos como nosotros, cristianos para más inri, y hasta católicos como nosotros!
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