"El Diario de Chihuahua". MÉXICO: "Los extranjeros ilegales viven en las sombras"

Prensa Latinoamericana, 24-02-2007
Robert Seltzer

San Antonio Express-News
San Antonio– Para algunas personas, los trabajadores indocumentados no son delincuentes.

Son la misma encarnación del delito. De ahí el término “extranjeros ilegales”, el cual denota que su propio ser –y no sus acciones– se encuentra fuera de la ley.

Por tanto los inmigrantes, llevando tal actitud un paso más allá, no tienen derecho a existir; han sido declarados ilegales, de igual manera que las drogas y la pornografía infantil.

Bajo este contexto, resulta sencillo ver porqué se les juzga con tanta severidad. Después de todo no son individuos. Tan sólo forman parte de una masa sin nombre y sin rostro que se apropia de nuestros empleos, agota nuestra economía y hace a nuestros políticos emitir discurso tras discurso sin sentido.

En este cuadro el gris no presenta matices: el paisaje es negro y blanco, y el mensaje es claro e inconfundible: se trata de personas ilegales. Punto.

“¿Qué parte de ‘ilegal’ no comprendes?”, dice el refrán.

Efectivamente, al cruzar la frontera sin los documentos necesarios, los inmigrantes cometen un delito. Y se calcula que en el país hay cerca de 12 millones de ellos –12 millones. Si la multitud fuera así de extensa, “Los Sopranos” sería un reality show.

No obstante, si los empleados indocumentados son delincuentes, el papel que desempeñan no es exclusivamente el del verdugo. También son las víctimas, personas que intercambian una vida de miseria por otra de incertidumbre –una vida en las sombras. Pareciera tratarse de una cuestión irónica.

Pero la ironía no termina ahí. El gobierno los etiqueta como ilegales y a la vez permite que las empresas que los contratan permanezcan impunes. Y quienes hablan pestes en contra de los inmigrantes no tienen problemas para utilizar sus servicios –ya sea que aquéllos les corten el césped, cuiden de sus niños o les preparen enchiladas.

Una vez que ingresan al país, los inmigrantes enfrentan la explotación –menos paga por más trabajo. Pero tal problema no inicia en Estados Unidos. Comienza, para muchos de ellos, con los coyotes –los contrabandistas que laboran dentro del mercado de las personas.

“La inmigración es muy complicada”, comentó Iliana Holguín, directora ejecutiva de los Servicios Diocesanos para el Emigrante y el Refugiado en la ciudad de El Paso, Texas. “Los trabajadores no son vistos como víctimas. Para todos es muy fácil considerarlo como un problema que puede ser valorado desde dos perspectivas; o blanco o negro. Se dice: ‘Oh, estos inmigrantes no cumplieron con la ley, así que deben ser castigados como corresponde’”.

Hace casi cinco años, dos mexicanos cruzaron la frontera en la búsqueda del sueño que atrajo a millones de trabajadores antes que ellos –un sueño que consumiría todas sus fuerzas. Los dos murieron bajo el calor agobiante dentro del camión que transportaba a más de 30 inmigrantes rumbo a Dallas, de acuerdo con funcionarios de migración. Los dos conductores fueron acusados de asesinato.

No se trató de los primeros –ni de los últimos– inmigrantes que experimentan tal tipo de muerte. Estados Unidos es un poderoso imán, pero los trabajadores están conscientes de los riesgos que implica ingresar a este país. Los afortunados logran vivir en las sombras; el resto de ellos perece.

“Indocumentados o no, su objetivo es intentar dar una mejor vida a sus familias”, señaló Holguín. Deberíamos comprender lo anterior, pues nuestros padres, ciudadanos o no, también se han sacrificado por nosotros”.

Recientemente, cinco personas fueron acusadas en El Paso de traficar y esconder a nueve inmigrantes indocumentados. Dos de ellos eran bailarinas exóticas, y un rotativo de la ciudad publicó una fotografía de ambas; una de esas imágenes de la preparatoria. Las mujeres, vestidas con ropa de prisioneras color azul, sonreían como si hubieran sido atrapadas por faltar a la escuela. Las dos eran hispanas.

“Esa imagen me ofende”, comentó Holguín. “Es muy triste cuando los hispanos olvidamos que compartimos la misma historia –y el hecho de que nuestros padres hicieron lo mismo cuando ingresaron a este país”.

Lo que es aún más triste es que una gran cantidad de personas sin importar su postura al respecto, ven a los inmigrantes como pastura para la política. ¿Cuántas de ellas se detienen a contemplar los rostros, la humanidad detrás de las cifras mudas que se refieren al número de indocumentados que laboran en este país? Y si lo hicieran, deberían verlos como víctimas, como personas que merecen nuestra compasión, a pesar de la forma que finalmente adquiera el tema de la reforma migratoria. (Servicio Sindicado del The New York Times)

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