"La Crónica de Hoy". MÉXICO: "Reflexiones sobre la inmigración"

Prensa Latinoamericana, 23-02-2007

Por: Amy Glover

El fenómeno de la inmigración no es único a Norteamérica, sino un tema de creciente importancia a través del mundo. Europa enfrenta olas de inmigrantes de África, Europa del Este y el Medio Oriente. China recibe a inmigrantes de Corea del Norte, un país al borde del colapso. A causa de la guerra de Irak muchos han emigrado a los países vecinos, Siria y Jordania, y otros más buscan el estatus de refugiado para poder trasladarse a Estados Unidos.
Cada país tiene sus propias políticas y reglas para recibir a personas del extranjero y también para asimilarlas. Hoy en día hay mucho debate con respecto a cuál es el mejor modelo para poder asegurar que los inmigrantes que llegan a su destino logren incorporarse a la nueva sociedad y convertirse en un activo para el país que los recibe. De la misma manera cada grupo de inmigrantes lleva consigo tradiciones y costumbres que luego formarán parte del carácter del país donde se trasladan. La reconciliación de las costumbres viejas y nuevas es un reto que enfrentan tanto los países receptores como los inmigrantes mismos.
Un inmigrante es alguien que ve a través de la emigración una oportunidad para mejorar su nivel de vida o simplemente explorar nuevas opciones. Hay implicaciones políticas, económicas y sociales, pero también historias personales que lleva consigo cada inmigrante. La decisión de dejar su país y buscar mejores condiciones en otro lado nunca es fácil e implica un alto riesgo. En muchos casos el viaje en sí implica un riesgo físico para el inmigrante —como es el caso de los latinoamericanos que buscan cruzar la frontera con EE UU. Después de pasar esta primera barrera, el inmigrante se topa con una situación completamente desconocida y con frecuencia tiene que luchar en contra de los prejuicios de los demás. El inmigrante se ve obligado a aprender un nuevo idioma, entender nuevas costumbres y empezar de cero una nueva vida en ausencia de la red social que tenía en su país de origen. Por todo lo anterior, los inmigrantes en general son personas con gran valor que prefieren enfrentar lo desconocido para mejorar sus vidas.

Un camino a la ciudadanía
Estados Unidos recibe aproximadamente a 500,000 mexicanos cada año. Estos inmigrantes no solo trabajan en EE UU, sino que forman parte de la sociedad de su nuevo país. En las próximas semanas se reanudará el debate en torno a una reforma migratoria en EE UU y el presidente George W. Bush afortunadamente ha insistido —en contra de la oposición del ala conservadora de su partido— en que ésta incluya un programa de trabajadores temporales. Pero no es suficiente. Para los que llevan poco tiempo en el país, un programa temporal será útil, pero hay muchos otros inmigrantes que ya han desarrollado gran parte de sus vidas en EE UU y necesitan obtener un camino viable hacía la ciudadanía.
Conservadores como Samuel Huntington se han quejado de que los mexicanos no se han asimilado como otras olas de inmigrantes en el pasado. Mi respuesta sería que para formar un lazo duradero entre el inmigrante y su nuevo país no hay nada como ofrecer un camino hacía la ciudadanía. Será importante para la democracia estadunidense evitar una situación en que millones de personas que laboran y pagan impuestos en el país no tienen ni voz ni voto.

En sentido contrario
En junio de este año cumpliré diez años en México, y hace tres años decidí tomar la ciudadanía mexicana en lo que fue una odisea personal y burocrática que me ha llenado de satisfacción y orgullo. La decisión de adoptar otra nacionalidad es muy personal e implica una acción propia; no naciste en el país por casualidad, sino que tomaste la decisión de formar parte de él.
Conforme a la Constitución, cualquiera que se case con un mexicano, adquiere el derecho a la ciudadanía, pero existen una serie de trámites que hay que realizar para obtenerla. En mi caso particular, la Secretaría de Relaciones Exteriores tardó un año y medio en darme mi carta de naturalización. No me aplicaron ningún examen ni me invitaron a una ceremonia con el presidente, y sí, me sentí un poco desilusionada cuando salí de las oficinas de Tlatelolco con mis papeles en mano sin mayor ceremonia que me iniciara a mi nueva ciudadanía. Pero como buena mexicana que siempre encuentra un pretexto para celebrar, organicé mi propia fiesta en una cantina del Centro Histórico para festejar mi nueva nacionalidad en compañía de amigos, familia y mariachis.
En general mis nuevos compatriotas tienen curiosidad de conocer las razones por las cuales —después de haber nacido en EE UU., el destino preferido de miles de mexicanos cada año— tomé la decisión de naturalizarme mexicana. Les explico que mi interés empezó con una fascinación con el idioma español, que hice una maestría en economía y estudios latinoamericanos, que me casé con un mexicano y que mis hijos nacieron en este país (no, no volé de regreso a EE UU para parir, una pregunta muy común). Sobre todo, me siento feliz en México y aquí quiero vivir.
Muchos me preguntan por qué quería tomar la ciudadanía si hubiera podido quedarme en el país de manera permanente sin necesidad de hacerlo. Les respondo que quería disfrutar de todos los derechos de cualquier otro ciudadano que trabaja, paga impuestos y desarrolla su vida aquí. Para mí fue muy importante poder votar. De hecho, el 2 de julio voté por primera vez y me sentí realizada como mexicana. También quería poder opinar libremente sobre el contexto político y económico del país, sin la famosa amenaza del “artículo 33”.
Me doy cuenta que soy muy afortunada en que mi decisión de abandonar mi país de origen no fue el resultado de la pobreza y la desesperación como lo es para cientos de miles de migrantes en todo el mundo. Sin embargo, mi experiencia personal me ha permitido apreciar que los riesgos y la incertidumbre que enfrentan todos estos hombres y mujeres son prueba de una gran valentía y un deseo de salir adelante, sobre todo, por el bien de sus hijos.
Detrás de cada inmigrante hay un mundo de esperanza, de iniciativa y de aspiración a ser mejor. Es precisamente la intención de cada inmigrante de superarse lo que le permite hacer una contribución valiosa a su nuevo país. Ojalá los gobiernos de EE UU, Europa, y por qué no, también de México, puedan darse cuenta que el desarrollo de una política sensata de migración les traerá grandes beneficios en el largo plazo.

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