La Otra Orilla. La mentira y el vómito

«En los años del PP llegaron a las Islas 37.668 inmigrantes, murieron en nuestras costas decenas de hombres, mujeres, niños y bebés y casi 1.000 más llegaron en barcos destartalados»

Canarias 7, 20-02-2007

Juan Manuel Pardellas

Es muy difícil contener el vómito, la indignación, el enfado por el discurso en que se ha instalado el PP desde el 11M y cómo sus comparseros en estas islas le siguen el juego a los extremistas de Madrid. Da igual que hablen de terrorismo o seguridad social, de educación o estatutos, de sanidad, turismo o fuerzas armadas. Todo, absolutamente todo era mejor con ellos. Incluso teniendo razón (que no es el caso), han olvidado para qué está la oposición y qué reglas deben regir en una democracia; han levantado un manto de sospecha hasta en los ingredientes de los chorizos de Te… Teror (esos que se derriten poco a poco en el pan matalauga recién horneadito). Pero el discurso que mantienen en materia de inmigración es, sencillamente, intolerable. En los años del PP llegaron a las islas 37.668 inmigrantes, murieron decenas de hombres, mujeres, niños y bebés en menos de tres metros de agua, cuando veían nuestras costas y casi 1.000 más llegaron en barcos destartalados. En esa época, África sólo existió para crear un conflicto diplomático esperpéntico con Marruecos a cuenta de la soberanía de un islote. A poco que se interesaran por lo que estaba ocurriendo allí, hubieran detectado grandes desplazamientos desde el mundo rural a los suburbios, conocidos como bidonvilles, porque son habitaciones de latón que los protegen de la lluvia. La sequía, las plagas, la falta de semillas, las guerras, las enfermedades y sus escasos medios para combatirlas y la pasividad de la comunidad internacional los empujó a las capitales. Y, de ahí, a la patera. Que el PP tenga la desfachatez de decir lo que dice sobre la inmigración nos autoriza de sobra a recordarles su nefasta gestión entre 1996 y 2004, por qué su concepto de atender a quien lo necesita era meter a 17.000 hombres y mujeres en una terminal cochambrosa, cuya pestilencia llegaba hasta el exterior, por qué mojaban los bancos para que no durmieran en ellos, por qué antes sí se podían enviar a Madrid sin avisar y ahora no y mil porqués más.Podrán enmierdarlo todo, menos esto. Lo que deberían es sentir la vergüenza que parecen carecer.
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