Enamorados, pero racistas

El Periodico, 11-02-2007

De forma insidiosa, pero contundente, el racismo, ya muy arraigado en Bélgica, ha alcanzado en los últimos años unas cuotas tan intensas que llega incluso a afectar al desarrollo de las ceremonias de matrimonio. Tres parejas de Sint – Niklaas, una ciudad flamenca de 70.000 habitantes del norte de Bélgica y cercana a Amberes, acaban de rechazar ser casadas por el joven concejal de estado civil y responsable de estas ceremonias en la ciudad porque es negro.
Wouter Van Bellingen, miembro del pequeño partido nacionalista de izquierdas flamenco Spirit, aliado de los socialistas, es el primer dirigente político negro elegido en Flandes. Tiene un apellido flamenco y habla el holandés tan bien como sus demás conciudadanos, pero el color de su piel despierta el recelo en una ciudad, donde el 25% de la población votó a favor de la ultraderecha independentista del Vlaams Belang en las últimas elecciones.

Verhofstadt, horrorizado
El alcalde de Sint – Niklaas, el socialista Freddy Willockx, ha respaldado a su adjunto y se ha negado a ceder a la presión de las tres parejas racistas y el primer ministro belga, Guy Verhofstadt, ha dicho sentirse horrorizado por el suceso. No obstante, Van Bellingen comenta con flema que esas parejas tienen tres opciones: “renunciar a casarse, cambiar de residencia o aceptarme como concejal”.
El alcalde asegura que se trata de un incidente aislado y que para el 90% de los habitantes de su ciudad “el color de la piel no tiene ninguna importancia”. Más realista, Van Bellingen, que confiesa disponer “siempre de más espacio que los demás pasajeros en los trenes”, reconoce que el racismo es una dolorosa realidad cotidiana en el país.
Después de conocerse estos incidentes a través de la prensa, Van Bellingen y su familia se han visto inundados de muestras de simpatía procedentes de todo el país a través de llamadas telefónicas, postales y flores. Muchas parejas incluso han expresado públicamente que el concejal celebre su boda para contrarrestar la mala imagen transmitida por su ciudad al resto de Bélgica. El alcalde insiste que, pese a este incidente, Sint – Niklaas “es una de las ciudades más progresistas de Flandes”.
Este incidente es un indicador más de la gravedad del fenómeno racista en Bélgica, que ya dolorosamente padecieron en su día los inmigrantes españoles en el país. El 78% de los belgas admitió en un reciente sondeo de la Comisión Europea que el racismo está muy generalizado en el país y que la situación se ha acentuado en los últimos años.
El 34% de los belgas también se declararon en contra de cualquier medida para favorecer la igualdad de oportunidades en el empleo para las personas de otras etnias. Además, el 20% de los inmigrantes en Bélgica aseguran haber sido víctimas de un delito racista en los últimos 12 meses, el porcentaje más elevado del conjunto de la UE, según el sondeo que acaba de publicar la consultora Gallup.

Reafirmación islámica
El auge actual del racismo en Bélgica responde a la conjunción de tres factores: la persistente campaña contra los inmigrantes de la pujante extrema derecha flamenca, el elevado porcentaje de población de origen extranjero en el país (más del 10% del total si se incluyen las personas que se han nacionalizado belgas) y la creciente actitud de reafirmación islámica y de rechazo de los valores occidentales emprendida por la comunidad musulmana desde mediados de los 80 bajo la égida de imanes radicales. La concentración de los inmigrantes en determinados barrios acentúa aún más la brecha entre la población autóctona y la foránea.

Amberes veta el ‘chador’
La proliferación del velo y el chador, prácticamente desconocidos en Bélgica hace 25 años, ha comenzado a generar una reacción defensiva desde la Administración para preservar los símbolos del laicismo del país. El Ayuntamiento de Amberes, siguiendo el ejemplo de Bruselas, se prepara a para prohibir a partir de marzo el uso del chador a las funcionarias que atienden al público. La decisión de la coalición municipal socialista, liberal y democristiana constituye todo un gesto político simbólico en la segunda ciudad de Bélgica y bastión de la extrema derecha de cara a las cruciales elecciones legislativas del próximo 10 de junio.

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