Policía y expertos abogan por la integración social para evitar el avance de bandas latinas

Diario de Noticias, 11-02-2007

pamplona. Los últimos enfrentamientos protagonizados por grupos de jóvenes latinos y autóctonos en la localidad madrileña de Alcorcón han rememorado los drámaticos acontecimientos presenciados a finales de 2005 en el barrio periférico parisino de Saint Denis. Un fenómeno, el de las bandas latinas que, sin embargo, no parece tener su paradigma en Navarra. Al menos, según coinciden sociólogos y Policía, “de momento”. Por ello, y sin obviar la existencia de grupos de jóvenes sudamericanos que en ocasiones protagonizan actos violentos y que podrían ser un caldo de cultivo de futuros Latin Kings o Ñetas, estos expertos abogan por intervenir desde el punto de vista de la integración social y de la educación. Sin embargo, antes de abordar cualquier actuación, el sociólogo pamplonés Goio Urdániz considera que es necesario “acercarse a esta realidad a través de los servicios sociales, de las parroquias y de otros colectivos; ir barrio a barrio para ver quiénes son, cómo están configurados…, es decir, acotar el tema ya que sin diagnóstico es difícil poner remedio”.

Según refleja un informe, la Policía Municipal de Pamplona controla a nueve grupos de latinoamericanos que no considera “peligrosos”, ya que tienen una organización nula y poco jerarquizada. Se trata de alrededor de 150 jóvenes que se reúnen en zonas concretas de la capital navarra y que se autodenominan con nombres que distinguen a los distintos colectivos. Estos grupos, según señalan fuentes policiales, no son considerados como “bandas latinas”, aunque es necesario tenerles vigilados y trabajar con estos jóvenes “para evitar que sigan los pasos de otras organizaciones violentas y entonces no haya más remedio que utilizar la vía represiva”. Dicho de otra forma, en Pamplona aún se está a tiempo de paralizar el desarrollo de estas bandas violentas y evitar así un desenlace similar al vivido hace unas semanas en Alcorcón.

El procedimiento de actuación podría asemejarse al protagonizado por el sociólogo Goio Urdániz a comienzos de los años 80, cuando se adentró en las bandas juveniles de la época para conocer de cerca la realidad y abordar las posibles alternativas para estos jóvenes. “Es un trabajo duro, que requiere tiempo y ganas, pero con él se llega a conocer la situación. Descubres su esquema de razonamiento, qué piensan, qué piden, sus preocupaciones… Una vez conocido el diagnóstico se pueden plantear soluciones y alternativas”, explica Urdániz. En aquella época, en la que los jóvenes eran en su mayoría hijos de inmigrantes andaluces, extremeños y de zonas rurales de Navarra, las alternativas se basaron “en programas de intervención social relacionados con el paro, en programas de política social y en el refuerzo de los educadores de calle”.

proceso de transición Las personas que se ven atraídas por formar parte de estas bandas u organizaciones juveniles son, en su mayoría, adolescentes de entre 14 y 18 años que, como indica Miguel Laparra, sociólogo especializado en tema de inmigración en la UPNA, “participan de una aventura migratoria que no tiene por qué ser la suya”. Desde 2003, y más intensamente con el posterior proceso de normalización, los inmigrantes que ya residían en Navarra han ido reagrupando a su familia lo que está provocando la llegada masiva de inmigrantes en una edad muy complicada. “Venirse no es fácil, ya que abandonan relaciones de noviazgo, sus cuadrillas… cambian de un sistema educativo en el que quizá podrían despuntar a otro superior”, señala Laparra. Se trata, indica su colega Urdániz, “de un proceso de integración en esta sociedad. Algunos buscan en las bandas un refugio a su proceso de socialización y de maduración y, a su vez, estas organizaciones realizan una llamada a que se les reconozca socialmente”.

Según explica Urdániz, en la formación de las bandas se suele seguir un camino similar que comienza con desajustes familiares que desembocan en una falta de integración en los colegios. De ahí que muchos abandonen pronto la escuela y se ven abocados a estar en la calle, que se convierte en su hogar. “La formación de estos grupos es una salida normal. Se reúnen, se apoyan… pero también pueden llegar a delinquir. Llegado este instante surge el choque con la ley y la Policía”, dice este experto.

Sin embargo, ambos sociólogos coinciden en denominar esta etapa como un “periodo de transición” que, primero, no tiene por que ocurrir siempre y que se prolonga por un tiempo determinado, ya que “con 25 años ya no tiene sentido”. Se trata, señala Urdániz, “de un proceso de búsqueda de la identidad y de maduración personal. Quieren estar con sus iguales, pero luego continuar en la banda pierde sentido y cobran mayor interés otros procesos de inclusión y socialización mejores”.

proceso complejo Tras analizar a este sector de la inmigración, ambos sociólogos coinciden en la misma reflexión: posiblemente en Pamplona y en Navarra no se presenciarán situaciones tan extremas como en las grandes ciudades. “No creo que tengamos muchos boletos de desarrollar un proceso duro, de bandas violentas y de extorsión. Lo que no significa que no haya problemas”, afirma Laparra.

Uno de los motivos es el modelo de asentamiento de los inmigrantes. “Pamplona tiene otro tejido social, otro modelo territorial que permite un asentamiento más disperso”, indica el sociólogo de la UPNA. Así, aunque hay barrios que acogen mayor inmigración, “no se están creando esos guetos propios de las grandes áreas metropolitanas”. Otra de las ventajas de Navarra es la situación del mercado laboral ya que, aunque muchas veces en precario, “hay ofertas de trabajo que los acabará sacando de la calle”. En esta misma línea opina Urdániz que señala que “la sociedad navarra y de Pamplona tiene capacidad de integrar a la gente y hay recursos”.

Así las cosas, Laparra considera que en la medida en que la vía represiva cumpla su función razonablemente, es decir, que haya vigilancia sin genera alarma social; las instituciones ofrezcan a estos jóvenes la mejor salida posible y el mercado de trabajo funcione e, incluso, las propias familias desarrollen una función de control, no hay peligro de que se vaya de las manos. “El tema empieza a ser delicado cuando se entra en una dinámica de extorsión y se utiliza una base de drogadización para determinados mercados, que controlan la venta de sustancias”, apunta Laparra.

Y es que el proceso de inmigración es complejo y es necesario el aprendizaje y la integración social tanto de la población de acogida como la acogedora. “La realidad es así, vivimos en un mundo globalizado y esto es una parte más de la sociedad moderna”, indica Urdániz. Opinión que comparte su colega Laparra: “es importante no juzgar por la estética y en la medida en que la sociedad es más diversa la población tendrá que aprender a convivir con ello”.

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