Sobresaliente en generosidad

Ayudar a los más necesitados es una vocación, pero también una asignatura. 140 estudiantes de Bachillerato de Maristas colaboran con entidades sociales de la capital como parte de su formación

Diario Sur, 04-02-2007

LE ha costado ponerse en situación y alejarse de su madre, pero ahora no para. Dani va de las bolas al tobogán, luego a la cama elástica y al caballito. Una parada obligada para merendar y ya vuelve a dar carreras por el parque infantil Magic Park. No está sólo. Varios estudiantes del colegio Maristas lo acompañan, juegan con él y velan para que no se haga daño.

Unos metros más allá, Melanie y Thierri corretean de la mano de varias monitoras. Están alucinados. No se les cae la sonrisa de la cara. Tampoco a los jóvenes con quienes pasan la tarde. Trabajar con niños inmigrantes – y, de paso, dar un respiro a sus madres para que puedan atender sus obligaciones laborales – no es sólo una experiencia solidaria, sino también una asignatura en la que la nota no es lo más importante. Todavía en brazos de su madre, Dulce, un bebé de apenas un año, sonríe a las carantoñas de los participantes, y ya parece animada a sumarse a la fiesta.

El taller de guardería es uno de los más de 20 que el centro educativo ofrece a los 140 alumnos de primero de Bachillerato, y por el que todos tienen que pasar dentro de su formación. Al menos una vez a la semana, chicos con edades de entre 16 y 17 años se enfrentan a realidades muchas veces difíciles y a las que pocos están habituados. Su ayuda altruista es un respiro para padres con hijos discapacitados físicos y psíquicos, para cuidadores de ancianos o enfermos y para familiares de aquejados de alzheimer, entre otros muchos.

Educación Social

Los profesores Juan Antonio Fernández y Federico Fernández Basurte son los responsables del Plan de Educación Social de Maristas. «Todos los alumnos tienen, como complemento a la asignatura de Religión, unas horas de trabajo de solidaridad en la práctica. Es una experiencia que no se puede impartir en el aula. Pretende crear actitudes, una preocupación social y un compromiso con los más necesitados, que les lleve a transformar esa realidad».

Mayores, discapacitados, enfermos y personas necesitadas… Las posibilidades de cooperar son tan amplias como las propias sensibilidades de los participantes. «Los estudiantes eligen el entorno que más le atrae y un horario adaptado a sus necesidades». Un partido de fútbol, un rato chapoteando en la piscina, o un poco de conversación, a veces incluso durante los fines de semana. Son actividades que, según sus responsables, sirven para que los adolescentes trabajen valores como la generosidad, la compasión, el servicio y la gratuidad.

Apoyo de las familias

La tarea tiene una duración de unas 30 horas de noviembre a mayo, y están implicados los progenitores, los profesores y el propio equipo directivo. «Los grupos están acompañados siempre por un tutor adulto, entre padres, docentes y antiguos alumnos, personas que hicieron el taller en su momento y siguen ofreciendo su tiempo», agrega Federico Fernández, para quien la labor solidaria está considerada una asignatura más. «Está plenamente integrada en el plan educativo del centro», acentúa.

La confianza de los padres es clave. «Los estudiantes tienen exámenes y a veces es difícil compatibilizar, pero todos mantienen la responsabilidad y el compromiso». Este es el sexto año de funcionamiento y, según el profesor, tiene un alto grado de satisfacción tanto de los alumnos como de los padres. Al término, los participantes escriben una memoria, un diario de campo en el que recogen sus experiencias y reflejan lo que han aprendido.

María Victoria Portillo, 21 años, es la tutora del proyecto de ludoteca, en el que participan de momento siete estudiantes y cuatro niños. Ex alumna del centro, es el segundo año que actúa como monitora. «Cuando estudiaba era voluntaria en la guardería del Hospital Materno, cuidando a los pequeños que estaban hospitalizados. Jugaba con ellos y le ayudaba con los deberes. Me quedé con ganas de más». Lo suyo es vocación. Aunque ahora estudia Osteopatía, le gustaría ser enfermera, «para ayudar a los niños». No obstante, reconoce que el taller en el que ahora participa va más allá. «Nuestra labor sirve para que los jóvenes inmigrantes se integren».

Los estudiantes muestran motivaciones diferentes para participar, y la mayoría espera dedicarse en el futuro a la docencia o a la sanidad, pero todos tienen en común el gusto por la infancia. Se muestran ilusionados, mientras se reparten las tareas. «El trato con los niños es diferente a todo, son muy agradecidos. Es una experiencia muy bonita», afirma uno de los adolescentes. «Están muy contentos, es una experiencia diferente, y una labor muy útil y positiva», añaden varias chicas. Todos están dispuestos a repetir.

Guardería solidaria

La ludoteca es una de las actividades más innovadoras de cuantas se realizan. Es fruto de la conjunción de sensibilidades muy distintas: el propio colegio, las ONG, las madres de los pequeños y el centro Magic Park, que cede gratuitamente sus instalaciones. Así lo explica Ismael Frederick, responsable de Vivre, asociación especializada en el trabajo con la infancia en países como Haití, e impulsora de la iniciativa.

Como cooperante, solicitante de asilo y antiguo usuario del centro de acogida del Comité de Ayuda al Refugiado (CEAR), siente de forma muy cercana las carencias de las madres cuando salen del hogar. «Observamos que no tenían nadie con quien dejar a sus hijos, y ello era un impedimento para encontrar trabajo. El programa es un éxito, ahora tenemos más voluntarios que niños», sonríe, satisfecho.

Recuerda que todo surgió tras una charla sobre la situación de las madres extranjeras que viven solas en Málaga. La respuesta de los estudiantes no se hizo esperar. Rocío González, estudiante de Animación Sociocultural y colaboradora de esta entidad, agrega: «Es una oportunidad para muchos padres que no pueden pagar una guardería y que carecen de un entorno que les ayude. Pero también es una opción para que los niños se integren y aprendan de los cuidadores».

La Plataforma de Voluntariado de Málaga es otro de los colectivos que participa en la propuesta. Anabel Barrera, una de sus responsables, acentúa la oportunidad que supone para reforzar la formación de los menores. «La actividad debe tener un contenido pedagógico, además de jugar».

Cuestión de confianza

Josephine, nigeriana de 28 años, es una de las madres que ha recurrido a este programa. Solicitante de asilo político, recala en Málaga hace nueve meses, tras una estancia en Madrid, y dice sin tapujos que no tiene a nadie a quien recurrir. «Estoy sola, con mi hijo. No tengo familia ni amigos en Málaga con quien dejarlo. Con esta ayuda tendré tiempo para buscar un trabajo». Su principal anhelo es el mismo que el de tantas madres: lograr un empleo que le permita ganarse la vida y que pueda compatibilizar con el cuidado de Daniel, de dos años.

Jocelyn Iboy, 24 años, llegó hace cuatro meses a la capital procedente de Guatemala, como refugiada. Todavía vive en el centro de acogida del CEAR, pero pronto se independizará. Mientras busca empleo, la pequeña Dulce, de un año, estará al cuidado de los cooperantes. «Al principio me daba un poco de miedo, pero confío en ellos porque están capacitados. Además, necesito tiempo para trabajar».

El último ingrediente, pero sin el cual no sería posible, es el recinto infantil Magic Park, ubicado en la calle Trinidad Grund. Jean Jules y su mujer, María Eugenia García, son sus propietarios. Él llegó de Camerún en 1996, y pasó por el centro de acogida del Comité de Ayuda al Refugiado, por lo que también conoce de primera mano a lo que se enfrentan las madres solas. «Sentíamos la necesidad de ayudar a los más necesitados. Estamos contentos con la experiencia, es muy gratificante», comenta Jean Jules. «Fui refugiado y me quiero solidarizar con las personas que pasan por mi situación. Tengo una hija y estoy esperando un niño, me siento identificado».

En una sociedad cada vez más competitiva, donde la carrera por un buen puesto de salida hacia el mercado laboral empieza a edades tempranas, un grupo de estudiantes, cooperantes y profesores demuestra cada semana que la asignatura más importante es la vida.



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