Fátima la legionaria

MANUEL MARÍA MESEGUER

La Verdad, 31-01-2007

Ahora que estamos a vueltas con el Ejército, la disciplina y el color de la piel y el alma de nuestros soldados puede ser oportuno referir una historia que un grupo de periodistas escuchamos de labios del jefe del Estado Mayo de la Defensa, el general Félix Sanz. La historia me la ha evocado la lectura de la última novela de John Le Carré, La canción de los misioneros, cuyo escenario de referencia es el Congo oriental antes de las elecciones del pasado mes de junio.

Bien. Recuerdan los diplomáticos (retenidos aquel caluroso 21 de agosto en la residencia del vicepresidente congoleño Jean Pierre Bemba por las tropas del presidente Joseph Kabila) que el chasquido que produjo el legionario español al montar la ametralladora de 12,70 mm de su blindado BRM se escuchó en todo Kinshasa más clamorosamente aún que todos los disparos anteriores de la refriega. En el silencio, el chasquido del artefacto resultó un ultimátum.

La República Democrática del Congo celebraba sus primeras elecciones libres en cuarenta años de independencia. Joseph Kabila, hijo del último presidente asesinado, se había empeñado en llevar a su país asolado por dictadores sinvergüenzas a una normalidad democrática de la que no había memoria. El candidato opositor, su vicepresidente del gobierno provisional, Jean Pierre Bemba, comparecía a las elecciones con sus ejércitos y sus secuaces. Las probabilidades de enfrentamientos llevó a la Unión Europea a abrir su paraguas. Las elecciones del 30 de julio dieron una insuficiente ventaja a Kabila y generaron tensiones que debían calmar las tropas de la Eufor RD Congo, entre las que se hallaba una fuerza española de 130 legionarios españoles del Tercio Don Juan de Austria, que regresaba a África tras su salida del Sáhara en 1976.

Aquel día del agosto pasado, en la confluencia de la Avenida 30 con la plaza Mandela de Kinshasa, se mascaba la tragedia. A un lado, la residencia del vicepresidente con sus invitados occidentales y su escolta. Al otro, las huestes de Kabila asediando la residencia y prestas al combate. La llegada de los vehículos blindados BMR de la Legión española produjo momentos de confusión y más aún cuando sonaron los primeros disparos contra ellos desde ambos lados de la avenida. Estaba claro que debían proteger a los diplomáticos y a los funcionarios de Naciones Unidas, así que coincidiendo con una impensable tregua de un segundo de silencio se escuchó el chasquido de aviso de la ametralladora montada por un legionario español. El estruendo del mecanismo («se escuchó en toda la ciudad», reiteró el diplomático) terminó la refriega. La actuación de la Legión permitió alcanzar un acuerdo que estabilizó la paz hasta la segunda vuelta de las elecciones, el 28 de octubre, que confirmaron la victoria de Kabila. Lo que no se dijo entonces es que el legionario no era tal, sino legionaria; su procedencia, un barrio de Ceuta o Melilla; su creencia, musulmana. Fátima se llamaba la legionaria soldado que impuso la paz con el solo chasquido de la 12,70 de su vehículo blindado. Su actuación terminó siendo una carga de profundidad contra el machismo, el racismo y la xenofobia que todavía se viven en nuestra sociedad. Con sus compañeros de armas españoles, pero también ecuatorianos, colombianos, bolivianos, peruanos y venezolanos que conforman el grueso de los 3.548 soldados extranjeros de los nuevos ejércitos españoles, constituyen a la vez nuestro cinturón de seguridad y nuestras credenciales en las misiones de paz. Todo un lujo.

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