Los herederos del abate Pierre en Navarra
Diario de Navarra, 30-01-2007HASTA esta semana Cherif Fall, de 23 años, nunca había hecho una bola de nieve con las palmas de sus manos. Y hace seis meses, antes de viajar durante cinco días en cayuco desde Senegal hasta las costas de Tenerife, las manos de este pescador tampoco habían desmontado la pantalla o el disco duro de un ordenador. Este senegalés, al igual que Houssein Koulhi, Isabel Merino Ruiz o Inma Apellanuz Vizcarrondo, sólo es una de las 160 personas que trabajan en Traperos de Emaús de Navarra.
Ellos son parte del legado que ha dejado el sacerdote capuchino Henri Pierre Grovès, creador de Traperos de Emaús después de fallecer este lunes; estos traperos son los “hijos” del abate Pierre.
El primer miembro de esta comunidad se llamaba George. Según cuentan los libros, George era un hombre hambriento y desesperado que tuvo la suerte de cruzarse con el abate Pierre en el invierno de 1949. El encuentro se produjo en Neuilly Plaisance, uno de los barrios periféricos del París de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Para cobijarlo del frío el capuchino buscó un lugar donde pudiera dormir. Localizó un caserón semiderruido por los bombardeos y tras varias noches de trabajo logró acondicionarlo para que Georges se instalara allí. El edificio era tan grande que pronto se convirtió en albergue para otros indigentes. El religioso no se limitó a albergarlos. Encontró un medio de subsistencia: la basura. «Es algo que tenemos a nuestro alcance y que nos permite vivir», dice José Mari Gacía Breso, un cristiano que movido por un impulso de solidaridad lleva ya casi tres décadas al frente de Traperos Emaús en Navarra.
En 1.978 este vecino de Ciudad Real llegó a Pamplona y con él llegaría buena parte de lo que es la institución hoy en día: una nave en Sarasa, una residencia en Belzunce, su sede, y tres tiendas en la Comarca de Pamplona.
La primera vez que José Mari García supo de esta institución fue en un reportaje de un periódico. «No sabía si era una secta o qué era aquello. Pero había un mensaje atractivo que hizo que me embarcase en esa aventura».
Ese mensaje al que se refiere García se resume en comprometerse a ayudar a los necesitados por medio de su trabajo. Junto a estas convicciones cristianas, en Traperos de Emaús se ha introducido los ideales de la defensa del medio ambiente: «Somos descendientes naturales del hombre del saco, un reciclador nato. No somos dueños de la naturaleza, sino una parte. Estamos obligados a respetarle», cuenta García.
La zona donde trabaja Houssein Koulhi, marroquí de 40 años y licenciado en derecho, es un ejemplo. «Las diferencias entre Marruecos y España son tan grandes que aquí no puedo ejercer», explica Houssein. «Cuando llegué hace cuatro años me tuve que poner a trabajar en una pastelería». Ahora, en cambio, se dedica a ordenar electrodomésticos para luego recuperar piezas: «Conocí esto a través de un amigo. No tenía papeles. Ellos me hicieron un contrato. Aquí estoy muy contento», dice Houssein, que entre sus funciones también tiene la de coordinar un grupo de siete trabajadores. Que tenga más responsabilidad no hace que sea mejor que nadie. En esta institución todos son iguales. A final de mes todos cobran lo mismo: 700 euros netos. Esta es la cantidad que recibe a final de mes la pamplonesa Isabel Merino Ruiz: «Antes era una marginada. Llevaba 4 años intentando entrar. Pero no había sitio. Desde hace 6 meses estoy aquí».
En su mismo equipo, que se dedica a ordenar y clasificar la ropa que les llega a la nave que Traperos de Emaús tiene en Sarasa, trabaja Inma Apellanuz Vizcarrondo. Su marido también es un trapero: «Ya llevo dos años trabajando aquí. Es un trabajo bueno».
Cherif Fall, Isabel Merino, Inma Apellanuz y Houssein Koulhi no son ricos. Son traperos que viven de los que otro tiran. Pero a ninguno le importa: «Me siento muy bien», dice Houssein. «Soy feliz», cuenta Cherif. «El ambiente es bueno», manifiesta Inma Apellanuz. «Me alegro por haber entrado», señala Isabel Merino. Ellos han seguido el mensaje del abate Pierre: «Hoy es más necesario que nunca encontrar otras razones para vivir que las de producir, comer y dormir. Tenemos que inventar, incluso en medio del caos, otra razón para vivir».
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