La esclavitud, cerca de casa

El Periodico, 25-01-2007

Sueldos miserables, condiciones laborales inestables y peligrosas, promesas incumplidas y, ante todo, esperanzas destrozadas. “No pensaba que me encontraría estos problemas”, asegura Ángel, un joven boliviano de 32 años que, desde el pasado noviembre, trabajaba ilegalmente en un taller de reparación de coches de Tona (Osona).
La historia no es nueva y se repite por doquier a diario en todo el país. La de Ángel tampoco sería especial si no fuera por un componente adicional, vergonzoso y triste al mismo tiempo, en el que se mezclan la explotación laboral y unas condiciones de vida infrahumanas.
Hasta hace pocos días, Ángel y otros tres empleados más jóvenes, también de Bolivia, vivían escondidos en las dependencias del taller. “Dormían sobre cartones y debajo de una escalera, muy juntos, para no pasar frío. Y se tapaban con trapos sucios”, explica el jefe de la policía local, Moisés Gimeno. Los chicos cocinaban con un pequeño hornillo y para lavarse calentaban el agua en el microondas, en un bote vacío de pintura. Sus ingresos no daban para más. Sus vidas dependían de la benevolencia del patrón.
El engaño ya se fraguó en el país de origen. Ángel decidió cruzar el charco porque un amigo le aseguró que cobraría un salario de 1.200 euros. La realidad fue muy distinta: 200 euros mensuales, horarios ilimitados y total indefensión jurídica, laboral y personal, sin contrato ni papeles de residencia. “Además, les obligaban a trabajar sin ninguna medida de seguridad”, explica Moisés Gimeno.
La Policía Local sospechó que sucedía algo cuando detectó, a altas horas de la noche, a dos trabajadores pintando un vehículo en el interior del local. Un control administrativo posterior permitió descubrir el resto. Los propietarios del taller, E. R. F. y E. R. B., padre e hijo, de 69 y 27 años respectivamente y vecinos de Sant Fost de Campsentelles (Vallès Oriental), fueron detenidos el pasado 19 de enero, acusados de un delito contra los derechos de los trabajadores. La policía precintó las instalaciones como medida cautelar.
Los inmigrantes se quedaron durante unos días en un hostal de la población y en un piso cedido por Cáritas. El pasado martes se pusieron en contacto con algunos familiares y desaparecieron de la comarca sin levantar mucha polvareda. “Estaban asustados y no querían que les repatriaran”, cuenta una amiga de Vic que les ayudó tras lo ocurrido.
“Mis hijos viven en Bolivia y tengo que mandarles dinero”, se lamentó Ángel momentos antes de partir para jugarse de nuevo su futuro en las calles de Barcelona.

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