«Aquí las ratas tienen el tamaño de conejos»

La parte más pobre del poblado está formada por más de 200 chabolas sin

La Razón, 21-01-2007

Madrid – Una cadena inevitable une a payos y gitanos: para bien o para mal
siempre existen clases. Incluso allí donde alguien acostumbrado a la gran
ciudad sólo es capaz de distinguir miseria. Paseando por entre las
deficientes edificaciones de El Cañaveral uno termina por toparse con un
arrollo enlodado por donde los niños corretean entre balones pinchados. Es
la frontera donde empiezan las chabolas, donde viven los pobres entre los
pobres, un amasijo de gitanos extremeños y portugueses («los últimos que
han llegado») a los que se podría aplicar aquel lamento que musicaban los
Pata Negra «Ratas, yo os comprendo/porque sois de mi parte chunga».
   Desde el pueblo el discurso oficial es que ambos lados del desastre se
llevan bien. «En el mundo de Dios todas las cosas son iguales. En todas
partes hay buenos y malos», filosofa acertadamente una madre gitana
vestida de luto riguroso. Pero las reticencias no tardan en surgir. «Van
sucios», dicen unos. «Nos roban por la noche, no se puede dejar nada en la
calle», apuntan otros. Los chabolistas, en muchos casos, son gente que no
puede optar ni a las ayudas estatales porque carecen de cualquier
identificación. De algún modo, no existen. Y los fantasmas dificilmente
reciben ayudas. Es aquí donde vive «El Johnny», uno de los chavales que
robaron el famoso BMW hace una semana. Un niño pequeño y avispado. Es
aquí, también, donde está Nicolas, un hombre simpático que sabe leer y
escribir, como sus seis hijos y siete nietos. Tiene 43 años, pero aparenta
muchos más, y su vida podría ser la de cualquiera de los chabolistas,
aunque con un poco más de color y contada con el humor del que ha visto
algo de mundo.
   Tuvo un grupo de música por el que abandonó la
recogida de patatas. Duró poco y se acabó porque «a las mujeres no les
gustaba tanta juerga». «Por aquí han estado de juerga José el Francés, los
Chichos, el Zíngaro… he conocido a muchos artistas», dice con los ojos
brillantes. Ahora hace ya años que el sueño de la música se esfumó y
sobrevive vendiendo chatarra. Pero mientras fantasea con «volver a
Extremadura», conserva la guitarra, con la que ha aprendido a tocar su
hijo. Él si que toca bien y es un bailaor tremendo».
   Nicolás es, sin embargo, un hombre con las cosas claras teniendo en
cuenta las circunstancias. Es él el que ha «traído» el agua a su chabola y
las contiguas, conectándolas a la cañería general que abastece al pueblo.
Él la regala, pero en otro caño cercano, el «dueño del grifo» cobra veinte
euros mensuales a cada familia. Hay quien dice que llega a sacar
doscientos mensuales. Por supuesto Nicolás quiere salir de esta miseria,
pero mientras tanto, se fuma un pitillo al tímido sol de enero y parece
que pensase en aquello que cantaba Camarón: «A mí me daban consejo/y ya pa
qué lo quería/si lo que me había pasao/remedio ya no tenía».
   

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