El antisemitismo gana adeptos en Alemania

El racismo antijudío se extiende entre turcos, musulmanes y la extrema

La Razón, 20-01-2007

Berlín – Parey, una aldea en mitad de Sajonia, vivió a mediados de octubre
del año pasado un triste viaje de regreso al más oscuro pasado de
Alemania. En su instituto, jóvenes de 16 años obligaron a uno de sus
compañeros a lucir durante el recreo un cartel que proclamaba: «Soy el
cerdo más grande del lugar porque me relaciono con judíos». Lápices de
colores y caligrafía de colegial para copiar una de las cantinelas propias
del III Reich (1933 – 1945).
   Poco después, en Grimmen (cerca de la
frontera con Polonia), jóvenes extremistas boicotearon el homenaje a una
de las víctimas más conocidas del Holocausto, Anna Frank. Para ello
rescataron otra de las clásicas actividades nazis: la quema de libros.
   Protagonistas menores
   Casos como estos suceden con
relativa frecuencia, sobre todo en el territorio de la antigua República
Democrática Alemana. Lamentablemente, sus protagonistas son, cada vez con
más frecuencia, menores. El antisemitismo está calando en las aulas, y en
las grandes ciudades se ve potenciado con el odio que muchos niños
musulmanes dirigen hacia Israel. «Judío» es el insulto de moda en los
patios berlineses.
   El semanario «Der Spiegel» reflejó cómo los
fenómenos migratorios comienzan a variar la percepción tradicional de la
violencia racista en Alemania. El epicentro de esta transformación se
sitúa en el distrito de Berlín – Kreuzberg, donde reside el grueso de los
emigrantes turcos de la capital (unos 140.000 en total). En una de sus
escuelas, una niña judía tuvo que escuchar de boca de otros estudiantes
«ahora abrimos la llave de gas» al entrar en el laboratorio de química.
   Más grave aún fue la odisea de una alumna hebrea que, con sólo 14 años, se
convirtió en el centro de la ira de un grupo de muchachos musulmanes: al
comienzo insultada, después agredida físicamente, terminó por hacer el
trayecto a clase escoltada por la Policía. Hasta hace pocas semanas,
cuando sus padres decidieron inscribirla en uno de los dos colegios que
administra la Comunidad Judía berlinesa. La Jüdische Oberschule constituye
un paraíso, un remanso de calma para 204 escolares judíos. Entre sus
paredes, nadie ha de preocuparse por lucir la kipá, el solideo propio de
su religión. Sin embargo, en la calle, la mayoría lo oculta bajo modernas
gorras de béisbol o directamente prescinde de él.
   La
Comunidad Judía de Berlín lleva tiempo alertando acerca del surgimiento de
una «nueva dimensión de antisemitismo». Ahora las agresiones no proceden
sólo de las bandas neo – nazis, sino también de los hijos de inmigrantes
musulmanes, fuertemente influenciados por el conflicto que sacude Oriente
Medio.
   Y los efectos de esta aparente comunión se extienden más allá
de las escuelas: durante la Copa del Mundo de fútbol que albergó Alemania
el pasado verano, el Partido Nacional demócrata (NPD), heredero ideológico
del nazismo, convocó manifestaciones de apoyo a la selección iraní con el
lema «Dos pueblos, un enemigo común», en referencia al Estado de Israel.
Además, Günter Kissel, un empresario conocido por negar el Holocausto, se
encargará de la construcción de la mayor mezquita en suelo germano.
   Los extremos se tocan
   ¿Hasta qué punto llegan las
conexiones entre las dos ramas del antisemitismo en Alemania? Para Anetta
Kahane, de la Fundación Amadeu Antonio contra el Racismo, neo – nazis y
ciertos sectores musulmanes cooperan «a nivel filosófico, como en la
reciente Conferencia de Teherán» (en la que se discutió la existencia del
genocidio judío). «Se conocen, e incluso se respetan, pero afortunadamente
son tan estúpidos que no son capaces de ponerse de acuerdo en la violencia
callejera», explica Kahane a este periódico. E implica también a sectores
de la radicalidad izquierdista. A su juicio los fundamentalistas islámicos
y la extrema derecha e izquierda alemanas tienen en común su odio a Israel
y a Estados Unidos; y su oposición a la globalización y a la democracia
liberal. «Hace poco me topé en Turingia con dos manifestaciones, una
neonazi y otra de extrema izquierda. Las dos cantaban contra el
imperialismo y el judaísmo. Era terrorífico», reflexiona.
   

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