"El Mañana". MÉXICO: "Empuja la fe a migrantes"

Prensa Latinoamericana, 19-01-2007

Para Walter Ordóñez, inmigrante de origen hondureño, el llegar a los Estados Unidos después de 55 días fue todo un logro, pero que jamás quisiera volver a repetir.
Refugiado en el Centro Ozanam de la ciudad de Brownsville, dijo: “Yo creo que mi Dios me acompañó para que yo llegara hasta aquí, de lo contrario, no lo hubiera logrado”.

Tras la muerte de un compañero de viaje que el tren le arrancara la vida, días de hambre y frío, el sufrimiento y enfermedad que enfrentan las familias y niños que vienen en el tren, la violación de mujeres y al mal trato de las autoridades mexicanas, dijo, no se lo desea ni a su peor enemigo. “Ya me habían contado lo que pasa un centroamericano que intenta llegar a los Estados Unidos, pero no lo creía, esto es peor de lo que se cuenta, éstos han sido los peores días de mi vida”, señaló.

SE FUGAN DIARIAMENTE

Para quienes viven bajo un regimen económico que atenta en contra de la misma dignidad, el emigrar a los Estados Unidos de América representa la única alternativa de superación, aunque con ello se pierda la misma vida.

“Diariamente salen de Honduras camiones llenos de hermanos de mi país que buscan llegar a la frontera sur de México, para después iniciar el víacrucis para llegar a la frontera norte, e intentar llegar a los Estados Unidos”, señaló.
Sin embargo, algunos pierden la vida en el intento, aseguró, y otros ante el terror que se vive en el trayecto por México, simplemente se entregan a las autoridades migratorias para ser deportados nuevamente y retornar peor que con las manos vacías.

“Diariamente de mi país salen entre 600 u 800 personas, en su mayoría hombres, pero también mujeres que enfrentan una experiencia muy difícil, ya que la gran mayoría son violadas en su paso por México y tratadas como animales, porque así nos tratan”, aseguró. Con la mirada triste y con desconsuelo dijo, nosotros no venimos a otros países por ganas, es la necesidad la que nos obliga a dejar a nuestras familias y nuestra tierra, y a pesar de ello, a recibir un trato inhumano.

UNA LLAMADA

Tras llegar a la Casa Ozanam, de la ciudad de Brownsville, logró enlazarse en una llamada telefónica: “Ya llegué, estoy bien, crucé el río y estoy en un albergue donde me dan de comer, no se preocupen”, fueron las primeras palabras que Walter Ordóñez le dijo a su familia luego de casi dos meses de haber salido de su tierra, Honduras.

Con los tenis aún mojados del agua del río Bravo, y con ropa que le habían regalado en este lugar, ya más tranquilo dijo: “quiero trabajar, es lo único, por mis hijos y mi madre”.
En su rostro aún con señas de lesiones y un hematoma a la altura de la frente, sacó de su pantalón una cartera café, ahí dentro dos fotografías, su hija y su hijo, lo que lo mantienen de pie para continuar luchando hasta que Dios se lo permita.

Maryurit, de 9 años y Bryan, de 14, dijo son ahora lo más importante y por ellos es que yo está acá, ya que “les quiero dar estudio para que puedan progresar, no como yo que por años he trabajado en la obra (albañil)”.

SU TRAVESIA

“Desde el 20 de noviembre salí de Honduras. Hoy puedo contarlo, no todos pueden, y por eso le doy gracias a mi Dios. Llegué a la frontera mexicana y tomé un tren que sale de Yucatán, pasa por Chiapas, Oaxaca, para llegar hasta Coatzacoalcos”, relató.

Sin embargo, las cosas no fueron tan sencillas y 50 kilómetros antes de llegar al último destino, el tren se descarriló, provocando que cerca de 2 mil personas que venían en el tren colgadas, en los techos o de donde podían empezaran a caminar para finalmente tener el destino de todos los que llegan a las Chiapas, ser golpeados y robados, mientras que las mujeres eran violadas.

“La vida no es sencilla y menos para quienes venimos de otro país, de ahí por 15 días permanecí en aquella ciudad trabajando para empezar nuevamente el viaje a Tierra Blanca, Veracruz, pasando por Orizaba y la Ciudad de México, por la montaña del Picacho, donde pasamos los fríos más fuertes, porque no teníamos con qué taparnos”, dijo.
“Y así fue que días después llegué a Querétaro, donde nos brindaron asilo en el Rancho ‘La Navaja’, para después trasladarme a San Luis Potosí, de donde salí el día 12 de diciembre para llegar a Matamoros el 13 de diciembre y donde permanecí la Navidad, los últimos días del año y el Día de Reyes.

“Finalmente decidí intentar cruzar el río Bravo; “compré una bolsa negra, tomé una pesera con destino a la Ciudad Industrial, bajé en la terminal y llegué hasta la orilla del río. Por espacio de algunos minutos lo observé y finalmente nadando llegué hasta el otro extremo, logrando llegar a mi destino”.

“Ahí, en la última parte de esta odisea, a la orilla del río Bravo, caminé y caminé por una hora hasta llegar a un yonque, donde Dios puso en mi camino a una persona que finalmente me trajo hasta aquí, y de donde espero continuar mi viaje para trabajar y mandar algunos pesos a mi familia en Honduras”, concluyó.

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