El hombre que confió en Alba Lucía

El empresario que le dio el primer trabajo a la mujer receptora de un doble trasplante de manos cuenta la historia de superación de esta colombiana

La Verdad, 16-01-2007

La imagen de la inmigrante colombiana Alba Lucía Carmona dio la vuelta al mundo a finales del año pasado por ser la primera receptora de un doble trasplante de manos, pero detrás de este hito para la medicina se esconde una conmovedora historia que tiene como fondo el paisaje albaceteño, concretamente la finca alperina Casa La Panda. El cirujano valenciano Pedro Cavadas le dio a Alba Lucía unas manos prestadas. Sin embargo, fue el albaceteño Valeriano Gómez quien le consiguió la libertad. Albacete marcó un antes y un después en la vida de esta inmigrante.

En Alpera, Alba Lucía encontró a un empresario que miró más allá de sus muñones, que le ofreció la oportunidad de trabajar, que le consiguió los papeles para legalizar su situación y que le dio su apoyo y amistad sin pedir nada a cambio.

Ayer, Valeriano se había levantado a las seis de la mañana para hacer lo que más le gusta, cuidar de sus animales. Hacía una semana que había hablado con Alba Lucía. «Ya mueve sus diez nuevos dedos; le han cortado las uñas dos veces y se ha ido el dolor». Si todo va bien, pronto irá a Alpera a saludarlo a él, a su mujer y a sus hijos.

Jubilado de su trabajo como funcionario, es ahora cuando Valeriano puede disfrutar del campo. Pone en marcha su estufa de cáscara de almendra, se sienta en la silla de anea y recuerda con cariño el día que conoció a Alba Lucía, de quien habla como si se tratara de una hija.

A finales de los noventa, Valeriano llegó a plantearse renunciar al ganado, porque no encontraba quien lo pastoreara. Un conocido le quitó la idea de la cabeza y le recomendó que recurriera a Cáritas y a los sindicatos si buscaba trabajadores. En la primera reunión, el empresario dio su problema por zanjado. Rosa, trabajadora social de Cáritas, le presentó a una pareja colombiana a la que le interesaba el puesto. Valeriano insistió en que el trabajo del campo era muy duro, sucio y sin horarios ni festivos, aunque, eso sí, bien remunerado. Fue ella – Alba Lucía – quien dijo que sí sin titubear.

Obstáculos

Pero algo fallaba. Valeriano veía en ella a una mujer decidida, lista y con un nivel cultural demasiado alto como para ver en el campo su única salida laboral. Cuando sacó los brazos de los bolsillos de la cazadora y asomaron los muñones: «Se me calló el alma a los pies». Nunca pensó que aquella joven, que no sabía nada de cabras y ovejas, iba a acabar pastoreando mejor que su pareja. No necesitaba ayuda. La mujer de Valeriano le hizo unos manguitos y con sus muñones Alba Lucía manejaba la paja, recogía los huevos de las gallinas o hacía la comida. Si había algo que se le resistía, ideaba la manera de sortear el obstáculo. Sacaba agua del aljibe enredando las cuerdas del cubo entre sus piernas o se subía la cremallera del pantalón con ayuda de una aguja de ganchillo que agarraba con los dientes.

Precisamente, mientras trabajaba en Albacete Alba Lucía vio en la televisión la imagen del cirujano valenciano Pedro Cavadas. Lo demás es historia.

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