"Hoy". ECUADOR: "Derecho a la semejanza"

Prensa Latinoamericana, 14-01-2007

Por Jaime Acosta Espinosa

Cada etapa de la historia y cada cultura han conocido sus parias, esas personas excluidas de las ventajas de que gozan las demás, e incluso de su trato, por ser consideradas inferiores. Tuvo su turno el cristiano, luego el judío, el ateo, el negro, el drogadicto… La lista continúa hasta el agotamiento. En esta hora, el inmigrante tiene merecimientos para incluirse en el alargado inventario de excluidos.

Para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, este domingo, Benedicto XVI escribe un Mensaje emotivo y fuerte. El Papa sale en defensa del inmigrante, cada vez menos considerado y protegido. Pone el dedo en la llaga de esta situación de aterradoras dimensiones humanas, por su creciente generalización, en amplitud y con profundidad. El andar del inmigrante parece diametralmente opuesto al sentido mismo de la vida social; parece abolir la vida comunitaria; tiene un sabor de fracaso y de infinita soledad. En efecto, sufrir solo, lejos de los suyos y de lo suyo, es sentir un abandono que colinda con la nada. En la migración se concentran los más agudos problemas humanos: las penurias de la pobreza, la humillación de los indocumentados, la estrechez de las condiciones vitales, la fragilidad del empleo.

La palabra del Papa denuncia el mal, pero al mismo tiempo consuela y anima, así como intenta corregir esta lacra actual tan picante. La Iglesia y quienes se dicen cristianos tienen una responsabilidad redoblada frente al problema. Han dado ya pruebas de su acción caritativa en tantos lugares.

“La familia de Nazaret en exilio, Jesús, María y José, emigrantes en Egipto y allí refugiados para sustraerse a la ira de un rey impío; son el modelo de la dolorosa condición de todos los migrantes, especialmente de los refugiados, de los desterrados, de los evacuados, de los prófugos, de los perseguidos”.

El Ecuador también sufre de estos problemas. Se conmueve por los cientos de miles que abandonan su suelo y también por quienes llegan en busca de refugio, empujados por los conflictos del vecino norteño. Sin embargo, parece que no se acuerda de sus emigrantes y de sus inmigrantes sino cuando debe contabilizar las remesas o cuando algún accidente mortal hace noticia y el grito de los familiares adoloridos obliga al país extranjero a la repatriación de los restos.

El rechazo a los inmigrantes, así como operaciones repugnantes de abusos que engangrenan a las sociedades y desnaturalizan a la condición humana, se producen en nombre del derecho a la diferencia. En lugar de buscar lo que el extranjero tiene de distinto, sería más expeditivo buscar lo que tiene de semejante, a pesar de provenir de pueblos lejanos por la geografía o por la historia, porque siempre existen puntos de contacto intelectuales, morales o simplemente hu manos que acercan más de lo que dicen las apariencias.

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