Una comunidad multiétnica

Las Provincias, 14-01-2007

en corral ajeno


En los últimos seis años, la población de nuestra comunidad ha crecido un 16 por ciento, sobradamente por encima de la media española. Lo más significativo, con todo, es que tres de cada cuatro nuevos valencianos son extranjeros.


No es de extrañar, pues, que sucesos recientes de dolor y de gozo tengan como protagonistas a esos conciudadanos. A finales de año, el bombazo de ETA en Barajas le costó la vida a Carlos Alonso Palate, de Ecuador, pero vecino de Valencia. Menos de cuarenta y ocho horas después, una niña de origen marroquí, Asmae Bhalil, nacida en Gandía, era la primera valenciana en venir al mundo en 2007.


Ya ven el peso cuantitativo y cualitativo que comienzan a tener los foráneos en nuestra comunidad. Y, para ilustrar los nuevos hábitos y las nuevas costumbres que nos aportan, la madre de Asmae no se desprendió del pañuelo musulmán o hijab en el hospital de San Francisco de Borja.


Como Asmae, uno de cada cinco recién nacidos en la comunidad es hijo de madre inmigrante. Así se explica que nuestra autonomía sea la primera en extranjeros empadronados (el 13,4 por ciento de la población), sólo detrás de Baleares. Eso supone unas 640.000 personas, a las que habría que añadir otras 300.000 que aún están de forma ilegal. Ya me dirán si el fenómeno es para tomárselo en serio o no.


A tenor de lo visto en países que nos llevan generación y media de ventaja en estas cuestiones, como Francia, Alemania o Gran Bretaña, a poco que nos descuidemos podemos estar encima de un polvorín. Los periódicos disturbios raciales en Gran Bretaña, los brotes de xenofobia en Alemania u Holanda y las revueltas callejeras de París evidencian la existencia de sociedades paralelas en un mismo espacio geográfico: justo, lo opuesto a la integración.


Me parece, pues, razonable, que Francisco Camps llevase ese tema a la reciente Conferencia de Presidentes autonómicos y que cuantificase, de momento, en 1.600 millones el retorno de fondos a la comunidad con los que atender parte de los nuevos problemas de la inmigración. El caso de la Comunitat Valenciana, además, es particularmente acuciante y crece a mayor ritmo que en el conjunto de España, donde el porcentaje de extranjeros ronda el 9 por ciento. Aquí hemos dejado de ser ya esa constante décima parte del total español para, al menos en población, alcanzar un 11 por ciento. Y subiendo.


No se trata sólo de los jubilados británicos que se concentran en las dos Marinas y en el Baix Segura. Ahora, crecientes colectivos de rumanos, ecuatorianos y marroquíes buscan aquí su El Dorado, crean sus propios colectivos, establecen sus reglas de convivencia y, eso sí, utilizan los servicios públicos en proporción a veces superior a los nativos en función de sus mayores necesidades. Habrá que atenderlos, por consiguiente, como recuerdan un día sí y otro también los consellers Rafael Blasco y Alicia de Miguel, pero también integrarlos, para que se conviertan en una solución de futuro y no en un problema para su sociedad de acogida.


En eso, miren por dónde, nos aventajan los Estados Unidos, escarmentados del perenne problema racial derivado del brutal esclavismo de hace siglos y enquistado en aquella sociedad de libertades. Tal es la magnitud del problema, que el periodista negro Carl T. Rowan ya nos advirtió sobre La guerra racial que viene en un inquietante libro. En cambio, el millón de inmigrantes de todo el mundo que consiguen cada año la ciudadanía –incluso los grupos más cerrados de asiáticos e hispanos– lo hacen sintiéndose tan patriotas como el que más.


¿Sucederá aquí lo mismo con los recién llegados? ¿Habrá un futuro president de la Generalitat entre los jóvenes rumanos de las comarcas castellonenses, los búlgaros del Canal de Navarrés o los magrebíes del Baix Maestrat o de L’Horta Sud? De no ser posible, de fomentar y perpetuar guetos aisladores y excluyentes, estaremos gestando un problema de futuro. Insisto: eso lo saben bien los norteamericanos, quienes creyeron hace medio siglo que habían creado la melting pot, una mezcla de razas indestructible, hasta que una década después comenzaron los disturbios raciales.


Aprendamos, pues, en cabeza ajena, ahora que aún estamos a tiempo.

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