EDGAR LÓPEZ PROFESOR DE DANZA QUE TRABAJA DE CAMARERO

"El ballet no da de comer"

La Vanguardia, 09-01-2007

L. IZQUIERDO
Bailar fue siempre su pasión. Por eso, después de una fallida tentativa en los estudios de Medicina, se licenció en Danza y prosiguió sus estudios hasta que obtuvo una plaza como profesor en el Instituto Nacional Superior de Danza y Teatro de Quito. Edgar López no se conformó con ello, sino que siguió trabajando para conocer las raíces más profundas de la cultura ecuatoriana. Fue así como se convirtió en coreógrafo y diseñó varios proyectos para dar a conocer danzas originarias de su país. Pero sus ambiciosos planes no encontraron receptividad en las instancias culturales de Quito, así que decidió dejarlo todo y empezar de cero al otro lado del océano Atlántico.

Tras un fugaz paso por Italia, recaló en Madrid. Los comienzos no fueron fáciles. Como otros muchos compatriotas, empezó buzoneando publicidad, después ejerció como operario en una pequeña imprenta, como pintor de brocha gorda, electricista, albañil, mecánico e incluso de peón en una fábrica de cartones. Hasta que hace cinco años le ofrecieron un trabajo de camarero.

“Me da mucha pena todos los años de trabajo tirados a la basura, pero me gusta mucho la profesión de camarero. Se tiene mucho contacto con las personas y es agradable”, explica en una de las mesas de la taberna La Atípica, que ha abierto hace sólo unos meses en el popular barrio de Usera (Madrid).

Pero el gusanillo de la danza aún no le ha salido de dentro y por eso cada fin de semana ensaya con el Ballet Andino Ecuatoriano Quitus, que él mismo fundó hace cinco años en Madrid junto con varios compatriotas. “Yo sé que tal vez podría intentar encontrar trabajo como profesor de ballet, pero no como profesional. Después de todos estos años estoy persuadido de que el ballet no da de comer”, reflexiona para La Vanguardia Edgar López repasando sus últimos años en España.

Noes que el mundo del espectáculo no haya estado en su horizonte, pero explica que para intentarlo debería practicar nueve o diez horas diarias y hace mucho que su ejercicio se limita a las sesiones de los fines de semana con sus alumnos y compañeros de Quitus. Su ilusión es progresar en la hostelería para, dentro de cinco o seis años, juntar todo el dinero y regresar a Ecuador para montar lo que allí se conoce como un cafélibro, un restaurante con espectáculo. “Es lo que soñamos mi mujer y yo desde hace algún tiempo: tener nuestro negocio y seguir dando clases de ballet a los niños”.

Porque aunque Edgar dedique la mayor parte del día a atender a los clientes de la pequeña taberna que han abierto con todos sus ahorros de estos años, lo cierto es que su mente sigue en el ballet. Su cerebro ha configurado ya cientos de coreografías inspiradas en el patrimonio cultural de Ecuador. Sólo unas pocas han podido ponerse en escena gracias a su ballet, aunque siempre como válvula de escape. “Llevamos cinco años y aún no hemos percibido un solo euro por nuestro trabajo como bailarines. Claro que nos gustaría poder vivir de ello, pero por ahora es algo impensable”, resume Edgar el resultado de su iniciativa cultural en este tiempo. -

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