Hace mucho tiempo considero un alto ideal que en la Mezquita Catedral de Córdoba puedan adorar las tres religiones monoteístas del Libro. En una ciudad en que las tres culturas confluyeron y convivieron; en una ciudad que, por crueldad e ignorancia históricas, tiene que pedir la capitalidad cultural europea del 2016, no parece inoportuno que se considerase, sin fundamentalismos, la convivencia veneradora y espiritual. Sé que, hasta en la fracasada Somalia, se afina el extremismo hasta prohibir la música extranjera y el fútbol, que el Vaticano ya incorpora. Pero ¿no es eso justo lo equivocado, lo dañino, lo fratricida? Piénsese bien, a pesar de los prejuicios del obispo de esa diócesis: ¿también tendremos que echar a pelear a nuestros dioses, o, como poco, distanciarlos y oponerlos? ¿No son, si son, un solo Dios?