Invisibles y olvidados

El sueño eterno de los 'sinnombre'

El Mundo, 30-12-2006

Sus lápidas sólo tienen un número al pie. En el Anatómico Forense se persigue su rastro, y en el Cementerio Sur se les entierra en féretros de bajo coste. Sin flores. Los perfiles más repetidos: joven prostituta y anciano extranjero. La Policía los llama NN: ‘no name’. De entre todos los habitantes del Cementerio Sur de Madrid, ellos son los más silenciosos: ni siquiera le comunican su identidad al visitante. Si acaso, un número. Y ya.


Lejos, más allá de la sección 22b, se dibujan tumbas con flores y jarrones, algunas hasta palaciegas. Aquí, donde los muertos no son nadie, basta una fría lápida de granito.


Incluso aquí hay clases: junto a ellos, junto a los muertos sin nombre, tumbas con nombres llegados de Polonia y Ecuador, alguna cubierta de botellas de whisky vacías (hay países lejanos en que la muerte es una fiesta). Los sinnombre comparten espacio con los inmigrantes que no pueden pagarse el entierro.


No puede haber nombres propios en este reportaje porque sus protagonistas, que probablemente lo perdieron todo, terminaron despojados incluso de sus identidades.


Fueron encontrados por la Policía o el Samur en algún rincón de la ciudad – tal vez entre indigentes, en el túnel bajo Plaza de España o en la Casa de Campo – , luego trasladados por orden del Juzgado de Primera Instancia de Plaza de Castilla al Instituto Anatómico Forense, y más tarde enterrados aquí, donde apenas sólo se escucha el rumor de grúas del cercano Pau de Carabanchel (al menos sabrán de la voracidad inmobiliaria de quienes les sobrevivieron).


En su expediente simplemente pondrá «varón sin identificar» o «hembra sin identificar». Cuatro operarios le colocarán en su nicho – el Ayuntamiento paga «pero no pone flores», dice uno de ellos – , y nadie sabrá jamás quién habita allí. Qué le gustaba comer. Qué le hacía reír. El color de sus ojos.


El perfil del sinnombre, como los denomina la Policía, es doble: o bien mujer joven, extranjera y prostituta muerta violentamente, o bien hombre mayor, también extranjero, indigente y fallecido tras una larga enfermedad.


Después de 10 años en la tumba, un operario de la Empresa Mixta de Servicios Funerarios levantará la losa, desenterrará lo que quede de los seis cuerpos que caben bajo cada una, y los trasladará al Tanatorio de la M – 30. Allí serán pasto del fuego. El adiós final.


Mientras usted lee estas líneas, 26 cuerpos permanecen en las neveras del Anatómico Forense a punto de caer en el limbo de los sinnombre. Se conservan entre los seis y los 18 grados bajo cero.


Pero «la autopsia comienza desde el mismo levantamiento del cadáver», dice el doctor Eduardo Andreu, que intenta respetar la intimidad de todos y cada uno de los cuerpos que ha analizado desde hace 19 años como forense, pero no lo consigue: «Recuerdo uno… Bueno, fue muy duro: apareció cuando se secó un riachuelo. Estaba hinchado por el agua, desfigurado por el sol, medio sepultado en el fango, llevaba allí semanas».


Un cuerpo muerto y varias semanas al aire es, a veces, «completamente irreconocible», explica Andreu. «Libera gases, la piel se oscurece y putrefacta, los rasgos quedan enterrados». Se buscan entonces «estigmas»: tatuajes, cicatrices, taras. Se hace una radiografía dental y se le recoge la huella «necrodactilar». Se le pasan los datos a Interpol. Un equipo de trabajadores sociales del Anatómico Forense trabaja exclusivamente en rastrear quién pudo ser esa persona.


En total, pasan por la institución «entre 40 y 50 cuerpos sin nombre al año», dice un trabajador de la funeraria municipal que aún recuerda la historia de un rumano, delincuente, que apareció muerto un buen día. Se le encontraron hasta siete identidades distintas por toda Europa.


El juez decide cuánto tiempo permanece el cuerpo, al que se le inyecta formol, en frío. Antes los cadáveres eran embalsamados. Ahora no: es demasiado caro para un cuerpo que, al final, se irá bajo tierra en un féretro de bajo coste.


Las pesquisas pueden durar no más de dos años. El juez decide cuándo se da carpetazo. El cadáver se descongela y llega el furgón de la funeraria. El entierro es solitario y maquinal. La lápida cae. El fichero es archivado. ¿Existió alguien de cuyo paso por el mundo no queda absolutamente nada?


NO HAY FLORES


para esos cinco nichos del Cementerio Sur que rodean al de José Martín: no se sabe quién está realmente ahí.

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