El mito de las tres ces
El caso es que hay una disfunción y estamos conviviendo con un fenómeno difícilmente asimilable en el que sólo hay una cosa clara: los inmigrantes sirven para un roto y un descosido. Sirven para atajar la demanda laboral de ciertos sectores productivos y sirven de chivo expiatorio en la próxima crisis.
Diario Sur, 29-12-2006LUIS PERNÍA IBÁÑEZ /ASOCIACIÓN ANDALUZA POR LA SOLIDARIDAD Y LA PAZ
CUENTAN que el rey Leopoldo II de Bélgica, cuyo papel fue muy significativo en la Conferencia de Berlín de 1885, presidida por Bismark, se adueñaba del territorio del Congo en nombre de las tres ces: «civilización, cristianismo y comercio». Sea lo que fuere es la verdad que colonizadores, conquistadores y evangelizadores ocuparon y explotaron las tierras africanas durante siglos y los emigrantes de este inmenso continente no hacen otra cosa que desandar el camino de sus expoliadores.
Como dice el profesor J. Carlos Fajardo en sus clases, los inmigrantes son personas muy educadas que devuelven las visitas que los europeos les hicimos durante quinientos años.
Pero a las razones históricas de esta llegada, se ha unido una causa más importante: la globalización económica. Es decir, la coyuntura de libertad de circulación de capitales por todo el planeta, según la cual, si el capital financiero puede moverse en base a las leyes del mercado, también desea hacerlo el capital productivo, en razón también a las mismas leyes del mercado y en el que están implícitos los trabajadores. Y es que si la apoteosis del capital financiero puede recorrer en unos segundos una distancia de más de 13.000 kilómetros de Panamá a Japón para hacer efectiva una operación económica, ¿por qué no puede hacerlo el productivo en base a las mismas leyes del libre mercado?
Existe un consenso creciente para levantar los controles fronterizos que pesan sobre la información, los servicios y todo aquello que implique una mayor libertad del capital financiero, pero a la vez se da una creciente obsesión por los muros, los controles fronterizos y leyes restrictivas en relación al capital productivo. Es curioso que el concepto de nación se reivindica cuando se habla de los flujos migratorios, pero se mira a otra parte cuando se trata de movimientos del capital financiero. Susan George en el ‘Informe Lugano’ dice que «la globalización económica desnacionaliza la economía nacional, mientras que curiosamente la inmigración renacionaliza la política existente».
Este huracán globalizador que, de momento, tiene un efecto discutible sobre la riqueza de los países del Tercer Mundo en nombre de «más Mercado, menos Estado», crea y recrea, ciertas áreas geográficas, como EEUU o la UE, donde ubica esos capitales, exhibe su esplendor y hace visible su riqueza.
En consecuencia se da un real ‘efecto llamada’ de estas zonas enriquecidas a los africanos y latinoamericanos. Una llamada a gritos para cubrir grandes sectores de la economía en el que ya no desean trabajar los nativos. Les llaman y los reciben con los brazos abiertos engulléndolos en la economía sumergida y menos sumergida. Podemos decir que esta realidad económica, llamada globalización, es la única entidad que los llama y que los recibe, sin reparos, en su panza productiva.
Pero, a su vez, el mercado, que es quien gestiona este fenómeno globalizador, ordena a sus gestores políticos que controlen las llegadas, con instrumentos fundamentalmente de orden policial y control de fronteras, sugeriendo, de alguna forma, que el inmigrante sea el ‘chivo’ expiatorio de la próxima crisis del sistema.
Es la gran paradoja de los tiempos modernos. Por un lado se les llama y por otro se les rechaza. ¿Será cosa del azar, o, más bien, algo pensado y planificado? El caso es que hay una disfunción y estamos conviviendo con un fenómeno difícilmente asimilable en el que sólo hay una cosa clara: los inmigrantes sirven para un roto y un descosido. Sirven para atajar la demanda laboral de ciertos sectores productivos y sirven de chivo expiatorio en la próxima crisis.
No cabe duda que razones históricas y la globalización neoliberal afrontan el fenómeno migratorio desde un marco reducido exclusivamente al ámbito económico, congelando la imagen de las personas que vienen a trabajar, olvidando las causas de su viaje, su familia y que son personas. Como decía el alcalde de El Egido, Juan Enciso, « a los inmigrantes los necesitamos a las 7 de la mañana, pero ninguno a las 7 de la tarde». Por tanto estas personas emigradas no disfrutan de plenos derechos laborales, no tienen reconocidos todos los derechos públicos, ni la inserción social.
Pero, queramos o no, «esas gentes eran a pesar de todo una solución», como dice Cavafy en un poema hablando de los bárbaros cuando fueron infiltrándose en el imperio romano. Las personas emigradas son hoy una parte de la solución de una sociedad que ya nunca será como antes. El propio sistema económico ya no puede prescindir de ellos. Sin embargo, no son considerados así y se les reduce a meros buscadores de trabajo, sin nombre, sin familia, sin orígenes. Más aún, en el acerbo legal europeo se les contextúa al mundo de la droga y la delincuencia, como si ellos tuvieran que ver con nuestros despropósitos. Por eso, como en el mito de las tres ces, también se rebelan y alzan su voz, poniendo el dedo en la llaga no sólo no aceptando ser considerados ciudadanos de segunda, sino negándose a recrear, a su modo, el nuevo y viejo mito bíblico del chivo expiatorio que después de utilizarse como medio de expiación de los pecados del pueblo judío, era despeñado al barranco.
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