BALANCE DE 2006 / LA CIUDAD DEL AÑO

Cayucos sin fronteras

El Mundo, 28-12-2006

En los folletos turísticos se hablaba de playas de arena dorada, magníficos acantilados y aguas cristalinas. Pero lo que no contaba ningún catálogo es que en el verano de 2006 las islas Canarias se iban a convertir en territorio cayuco. El Archipiélago Gulag, la obra del Premio Nobel Alexandr Solzhenitsyn, estaba formado por islas que representaban los campos de detención, las cárceles de tránsito eran los puertos, y las naves, los trenes de prisioneros. En el Archipiélago Cayuco, los presos del siglo XXI no son disidentes de la dictadura de Stalin, sino los desheredados de Africa, los olvidados en tierra de nadie, los sin nombre. Los sin papeles no realizan el salto del Tercer al Primer Mundo a bordo de trenes, de vagones – zak, sino en un medio de transporte más temerario: los cayucos, antiguas barcas de pesca, reconvertidos ahora en los motores que mueven la maquinaria de la inmigración ilegal.


Los cayucos tienen vida propia, su peculiar color, olor y personalidad.Son pequeñas islas de un desbordado archipiélago flotante que se ha marcado un objetivo: alcanzar Europa. Sus habitantes son jóvenes sin horizontes en Africa empeñados en encontrar una vida mejor. Más de 30.000 lo han logrado este año navegando a las costas canarias en una avalancha sin precedentes.


Los cayucos son un oscuro objeto de deseo para otros miles de subsaharianos y representan su salvoconducto hacia la fortuna o su pasaporte a la muerte. En ellos, han llegado a viajar durante dos semanas 170 africanos completamente hacinados y en condiciones infrahumanas.


En el Archipiélago Cayuco, los puertos son la primera parada hacia El Dorado europeo, el lugar donde reciben el bálsamo y la ayuda de la Cruz Roja. También representan una etapa de tránsito, el paso previo a su ingreso en los centros de internamiento, en ocasiones peores que las cárceles. En ese lapso de tiempo, los inmigrantes pisan, por fin, tierra firme, contemplan despistados el circo mediático y se reponen de las heridas y contusiones de un vía crucis que nunca olvidarán.


Pero, la tranquilidad en el puerto no durará mucho porque la burocracia impone un ritmo frenético a los recién llegados. Pronto, deberán ir a comisaría, luego a declarar ante el juez, para acabar con sus huesos en un centro de internamiento.


En el Archipiélago Cayuco, los centros de retención están diseminados a lo largo de las islas y en ellos, los inmigrantes permanecen 40 días mientras se tramitan sus órdenes de expulsión. A diferencia de los campos de exterminio soviéticos, allí los sin papeles no son considerados como insectos, obreros a los que había que aplastar porque eran enemigos del sistema.


Sin embargo, las comisarías y los centros canarios han estado este verano abarrotados y sobresaturados como las cárceles y las celdas de la URSS en 1937. Los inmigrantes han malvivido amontonados unos encima de otros, durmiendo en colchonetas a la intemperie y peleándose por la comida y las botellas de agua.


En el Archipiélago Cayuco, el cautiverio de los extranjeros no se prolonga durante años eternos, sino sólo 40 días. Pasado ese periodo de tiempo, los inmigrantes que no han sido expulsados, quedan en libertad en la Península, lo que muchas veces significa el comienzo de un nuevo calvario en busca de los papeles.


Pero volvamos atrás y situémonos en Tenerife, la isla más destacada del Archipiélago Cayuco, donde los policías trabajan a destajo, los voluntarios de la Cruz Roja aguantan días sin dormir, los jueces se van a su casa a las dos de la mañana y los guardias civiles rescatan hasta siete embarcaciones en un solo día.


Bienvenido, welcome, willkommen al territorio cayuco, donde Tenerife deja de erigirse en la meca del turismo y el paraíso terrenal para convertirse en el imán que atrae a miles de inmigrantes; el Teide pasa de ser el volcán más visitado para convertirse en el faro que ilumina el camino a cientos de embarcaciones y los turistas ya no persiguen la foto de las paradisiacas playas sino la archiconocida imagen del cayuco entrando en el Puerto de los Cristianos.


Cuentan los guardias civiles que lo que más impresiona nada más avistar un cayuco no es el hacinamiento de decenas de inmigrantes ni el colorido de la madera ni la sorpresa de descubrir esa pequeña isla perdida en el océano. Lo que más impacta es el olor; un olor a madera impregnada en gasoil, a ropa mojada, a vómitos, a excrementos, a muchedumbre, a muerte.


«Una vez que ese olor se te mete en la nariz nunca se olvida.Todos los cayucos huelen de esa manera. Es un olor muy característico que lo impregna todo. Hasta el puerto se queda empapado de ese olor», evoca un guardia civil destinado en Tenerife, la isla que ha recibido 17.000 irregulares este año.


Pasada esa primera sensación, recuperados de ese primer impacto, los agentes se detienen ante las decenas de caras asustadas y exhaustas que les contemplan, que examinan tal vez al primer hombre blanco que han visto en su vida y que no quitan ojo a su primer contacto humano desde hace días. «Nos observan con curiosidad. Nadie se mueve. Los rostros revelan cansancio, miedo, incertidumbre. Son callados y muy sumisos», prosigue el agente.


El primer reconocimiento es fundamental para descubrir si en el cayuco viaja algún cadáver, si hay algún herido grave o si tiene alguna vía de agua. Después, los guardias civiles intentan comunicarse con aquellos seres extraviados y preguntan si alguien habla inglés para darles las instrucciones pertinentes. Siempre hay uno que lo chapurrea y se ofrece a ser el interlocutor y hacer de mediador entre las autoridades españolas y los sin papeles.


La navegación GPS ha supuesto una revolución en las rutas de la inmigración irregular. No hay un solo cayuco que no transporte esta tecnología, que permite conocer las coordenadas exactas de las Islas Afortunadas, circunstancia que ha reducido en parte el papel del patrón.


En cuanto contemplan el volcán del Teide, los subsaharianos tiran al mar el GPS para evitar que la Guardia Civil pueda descifrar con el navegador la ruta que han seguido. «Cuando ven la montaña grande, ya se sienten como en casa», relata otro agente.


Los motores yamaha son otro de los factores que han contribuido a acortar distancias entre Europa y Africa, aunque, paradójicamente, la ruta sea ahora más larga, ya que no salen desde Marruecos sino desde Mauritania y, sobre todo, Senegal. «Están haciendo business con los motores. Todos los cayucos llevan dos y ahora están llegando menos porque, al parecer, se están quedando sin motores. Habría que investigar quién suministra estos aparatos a las mafias», explica el guardia civil.


Tras interceptarles, los agentes del Instituto Armado les acompañan a puerto. A diferencia de lo que sucedía con las pateras, nunca desembarcan a los subsaharianos del cayuco porque su patrullera es demasiado alta y el trasvase de personas sería peligroso.Además, la embarcación tampoco tiene capacidad para subir a bordo a tanta gente.


Es agosto. Tras su llegada a puerto, comienza el show. El dispositivo en tierra es tan aparatoso que, a veces, los guardias tienen que esperar en el mar a que terminen de instalarlo. El muelle de los Cristianos se convierte en un enorme plató de televisión y en un foco de atracción turística. Los lugareños recuerdan cómo la imagen del cayuco es uno de los más preciados souvenirs.«Todos los guiris quieren tener la foto de los inmigrantes. La prensa inglesa aprovecha para ponernos a parir», se queja un comerciante.


Es en este puerto del sur de Tenerife, donde la Cruz Roja instala su hospital de campaña para proporcionar la primera asistencia a los sin papeles. A pesar de llevar varios días sedientos, no les pueden suministrar ni agua. Después de tantas jornadas sin ingerir líquido, beberse un litro y medio de golpe les provoca vómitos y mareos. «Primero son examinados por los médicos y luego les damos alimentos sencillos como galletas y alguna bebida caliente», comenta Austin Taylor, coordinador autonómico de los equipos de emergencia de la Cruz Roja.


Desde que el mes de marzo, el Océano Atlántico se convirtió en una auténtica autovía de cayucos, los voluntarios de esta ONG han trabajado sin descanso. No han dado crédito a lo que estaba sucediendo y cuando pensaban que en un mes se había alcanzado el récord de llegadas de inmigrantes, al mes siguiente se pulverizaban estas cifras.


Tras este descanso en el puerto, los inmigrantes pasan a comisaría, mientras el juez prepara la orden de ingreso en un centro de internamiento. Es un trámite rutinario, pero en el verano de 2006 cualquier diligencia se transforma en una pesadilla y pasan cosas como que en una tranquila comisaría de Playa de las Américas se amontonen más de 1.000 inmigrantes, menores de edad incluidos.


Los calabozos no dan abasto y hay que sacar las motos y los coches de los policías para que los subsaharianos ocupen el garaje.Pero, tampoco es suficiente. También se les instala en las rampas exteriores donde duermen a la intemperie y se comen el bocadillo pensando que su idea del paraíso tal vez no era estar tirados en un garaje como sardinas en lata.


La última parada del Archipiélago Cayuco son los centros de internamiento, dispersados por las islas y por la Península. Si en el Archipiélago Gulag, las autoridades soviéticas crearon una extensa red de prisiones preventivas y secretas, los centros canarios también tienen un carácter casi clandestino.


Y eso que el Gobierno, desbordado por la oleada de irregulares, se vio obligado a alojarles de cualquier manera, en campamentos militares, carpas, naves industriales, polideportivos y hasta centros de innovación tecnológica.


Los centros de internamiento son fortalezas inexpugnables, están blindados a cal y canto y no son accesibles ni para la prensa ni para la mayoría de las ONG. En el campamento militar de Las Raíces no sólo la policía sino también el Ejército custodia las instalaciones e impide la entrada a cualquier desconocido y, por supuesto, a cualquier periodista.


Funcionan como islas escondidas, casi imperceptibles para la población canaria. De eso se trata, de que una vez pasado el momento espectacular de la llegada, los inmigrantes se conviertan en invisibles, tanto a su paso por las islas como durante el traslado a la Península.


A pesar de todo, muchos de los que ahora deambulan por las calles de Madrid y de cualquier otra ciudad española, añoran su etapa en los centros de internamiento: «¡Nos daban hasta tres comidas diarias!», recuerdan con envidia. Tras los 40 días ingresados, acaban de patitas en la calle, sin techo, sin papeles y sin comida.Y lo más grave, acaban sin esperanza. La libertad puede acabar siendo peor que el cautiverio.


Pies de fotos tituladas


LLEGADA. La lancha de Salvamento Marítimo no da abasto. En la imagen de arriba, la patrullera rescata un cayuco con 84 inmigrantes.


ACOGIDA. La Cruz Roja se encarga de proporcionar mantas y alimentos a los recién llegados en el Puerto de los Cristianos (Tenerife).


DETENCION. Los subsaharianos comiendo en el campo militar de Las Raíces (Tenerife), uno de los centros de internamiento de las islas.

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