BALANCE DE 2006 / LA CIUDAD DEL AÑO
Encarcelado en el paraíso
El Mundo, 28-12-2006Massamba Kaa y Mame Sangué son las dos caras de una misma moneda, la cara y la cruz de la inmigración, vidas paralelas con destinos opuestos. Massamba vive en España, tiene trabajo y los soñados papeles. Sangué atravesó en cayuco el océano para arribar a Canarias
pero fue deportado. Massamba es el espejo en el que se miran los miles de senegaleses que han intentado alcanzar las costas canarias en busca de una vida mejor. Su compatriota Mame Sangué Cissé – que ocupa el reportaje de la página siguiente – llegó hasta arriesgar su vida para lograr su mismo objetivo, pero no lo consiguió.
Sin embargo, si muchos africanos escuchasen el relato de Massamba probablemente se lo pensarían dos veces antes de subirse a un cayuco; si oyesen los avatares de su desdichada vida comprenderían que en el continente de las oportunidades, las puertas se les irán cerrando una a una; si tuviesen información sabrían que el paraíso puede estar a un paso de convertirse en un infierno.
Massamba Kaa es el claro ejemplo de que ni el trabajo ni los idolatrados papeles dan la felicidad. Su problema es otro que empieza por r y termina por o: se llama racismo. Hablando en plata, ser un inmigrante negro en España no es precisamente una bicoca, sino todo lo contrario. A causa del color de su piel, se siente como uno de los protagonistas de la película Sospechosos habituales, en una permanente rueda de reconocimiento, a pesar de no haber cometido un delito en su vida.
Recelos de los españoles
Este senegalés, de 30 años, no puede acudir a una discoteca un viernes por la noche como muchos otros jóvenes de su edad porque los porteros le prohíben sistemáticamente la entrada. Ha dejado de acudir a los estadios de fútbol, una de sus aficiones favoritas, harto de recibir insultos. Son pequeñas minucias cotidianas que, sumadas a las dificultades para alquilar una vivienda o al vacío que le hacen los compañeros de trabajo, pueden convertirse en una enorme montaña de incomprensión.
Massamba sabe de sobra que, en el momento en que entra en un bar, todas las señoras se van a llevar la mano al bolso. Este subsahariano tiene mil y una anécdotas que acreditan el recelo que los africanos despiertan entre la población española. Como cuando fue a Correos a recoger un paquete y la empleada se mostró extrañada de que supiese escribir. O cuando su amigo Mustafá Ndiaye entró a trabajar a France Télecom y el guardia jurado no le que quería dejar pasar.
De su testimonio se desprende que la España moderna, multicultural e integradora es sencillamente ciencia ficción. «La vida que encontré en Europa no es la que esperaba. Es mucho más dura.Para ser sinceros, aquí no nos sentimos bien, aquí no hay vida. No nos quieren por ser morenos, por ser africanos. Te sientes siempre como un sospechoso. Somos prisioneros», se lamenta.
Este joven senegalés comparte piso en Madrid con otros compatriotas.Lavapiés es su casa, su barrio, su territorio, el único reducto en el que no se siente discriminado. Llegó a España allá por el 2001 sin necesidad de cruzar el charco subido a un cayuco, sin tener que vivir una semana mecido violentamente por el oleaje del Atlántico, sin jugarse la vida.
Su viaje se realizó en un confortable avión en el que aterrizó en Portugal. Aunque parezca mentira, antes de que comenzase la moda de los cayucos, muchos senegaleses llegaban a Europa en avión y con papeles. En aquella época, Massamba tardó sólo dos meses en lograr el visado, el salvoconducto hacia El Dorado europeo.Según asegura, ahora es mucho más difícil obtener el permiso, lo que empuja a los jóvenes a emprender la arriesgada aventura en el mar.
Al expirar su visado, Massamba se quedó residiendo ilegalmente en Europa y enseguida dio el salto desde Portugal hacia España.Como muchos senegaleses sin papeles, la única salida que encontró fue la venta ambulante. Recorría las calles mercadeando con corbatas y pañuelos y era perseguido por la policía un día sí y otro también.
El año pasado, le tocó la lotería y le llegó su gran oportunidad con la regularización extraordinaria de extranjeros. Massamba alcanzó los ansiados permisos gracias a un conocido que le proporcionó un contrato de trabajo en el sector de la construcción. Su vida cambió, pero no tanto como él pensaba. «El problema no son los papeles, sino el color», apuntilla Mustafá Ndiaye, su compatriota y amigo. También ha sufrido en sus carnes el zarpazo de la intolerancia y se lamenta del éxodo de cientos de africanos y el callejón sin salida con el que se encuentran a su llegada a España: «En Senegal, nunca he visto a nadie durmiendo en la calle, pero aquí sí. Ahora, observo a muchos compatriotas tomando drogas y bebiendo cuando en su país no lo hacían», relata con tristeza. Desde la Asociación que ha creado, Sen Teranga, Mustafá intenta desmontar la cadena de engaños inventada por las mafias para atraer a los jóvenes, muy influidos además tanto por sus familiares, como por líderes religiosos: «Primero les dicen que los agentes de la Guardia Civil son sus amigos y les salen a recibir, cuando éstos sólo están haciendo su trabajo. Después les cuentan que les va a atender la Cruz Roja, que irán a un centro durante 40 días y que luego van a trabajar y a ganar 1.500 euros. Eso no es verdad».
Los problemas surgen cuando termina el periodo de internamiento y son enviados a la Península. Es entonces cuando comienza su vida entre tinieblas: se encuentran con una orden de expulsión que les impide trabajar y conseguir los papeles y empiezan a peregrinar, a moverse a salto de mata en busca de un trabajo que nunca llega en la última cosecha.
Bajo nivel cultural
Sin embargo, la imagen de esta cruda realidad no se transmite a Senegal y las mafias alimentan la idea de que venir a Europa es fácil y enseguida ganarán dinero y se podrán comprar una casa y un coche lujoso. Según explica Mustafá, los traficantes se aprovechan de la ignorancia de la población rural, que es la que se embarca en los cayucos: «La mayoría de los que vienen son del campo. Tienen un bajo nivel cultural, muchos no saben leer ni escribir y sólo ven la televisión. En Senegal, si tienes dinero puedes vivir como un rey».
Para luchar contra los cantos de sirena de los traficantes, desde la ONG Sen Teranga quieren poner en marcha una campaña de sensibilización en su país para convencer a los jóvenes de que la vida que van a encontrar en Europa no es mejor que la que tenían, una iniciativa que también ha lanzado el Gobierno español en Senegal. Su asociación está recaudando fondos para llevar a cabo este proyecto y construir una escuela infantil en Senegal (cuenta BBVA 01820920610201521570).
Mustafá conoce muchos casos de compatriotas que se dieron de bruces con el sueño europeo y, finalmente, tras haber vendido sus negocios en Africa para venir a España, decidieron tomar el billete de vuelta.
Desde su situación privilegiada, a estos dos inmigrantes, con trabajo y papeles, también se les ha pasado por la cabeza el regreso, pero no quieren retornar con las manos vacías: «Volver no es fácil. La prioridad es la familia y tengo que ayudarles», explica Massamba, que envía dinero a sus cuatro hermanos. Aún así tienen la esperanza de que su vida en España cambie algún día, de que los taxistas dejen de poner la luz roja en cuanto les ven aparecer, de que les alquilen una vivienda sin tener en cuenta el color de su piel. Y, es que, al fin y al cabo, su sueño tampoco es tan utópico: «Todo el mundo tiene derecho a la luz».
m
(Puede haber caducado)