Ante la inmigración

La Vanguardia, 26-12-2006

DURANTE el año 2006, la nueva inmigración se ha establecido como uno de los asuntos principales de la agenda política española y también como una de las preocupaciones primeras en todos los sondeos. La crisis de los cayucos, durante la primavera y el verano pasados, ha centrado la atención sobre el drama humano de miles de africanos que arriban desesperadamente a las costas de Canarias. También vimos entonces la escasa voluntad de la Unión Europea a la hora de definir soluciones globales. Estas noticias han contribuido a crear conciencia del papel decisivo que España tiene como puerta de entrada de inmigrantes. Con todo, y más allá de las duras imágenes de los que viajan en cayuco y patera, lo cierto es que el mayor número de personas extranjeras llegan mediante transporte aéreo y también a través de carretera.

Los datos son elocuentes. El número de extranjeros registrados en el padrón municipal en España ha aumentado por encima del 400 por ciento entre los años 2000 y 2005, pasando de 923.870 personas a 3,88 millones en este periodo. Las personas inmigrantes suponen hoy el 8,7 por ciento del conjunto de la población, repartidas de manera muy irregular, pues sólo Madrid y las provincias de la costa mediterránea reúnen más del 45 por ciento de extranjeros. Por nacionalidades, los marroquíes constituyen la colonia más numerosa, seguidos de los ecuatorianos y los rumanos. Estos últimos integran el grupo más importante de sin papeles.

Las cifras más recientes indican que los inmigrantes no comunitarios en situación irregular podrían ser entre 700.000 personas y un millón. En Catalunya, la inmigración supone un 12,2 por ciento y algunos estudios indican que esta comunidad acoge un tercio de los trabajadores extranjeros de toda España. Por sectores, los servicios y la construcción acaparan el mayor número de empleos de extranjeros, pero también es muy importante, en determinadas zonas, la dedicación a la agricultura.

Esta nueva realidad, por otro lado, también está cambiando el paisaje de nuestros pueblos y ciudades. Muchos barrios están mudando su rostro más tradicional y ello es perceptible en costumbres, gastronomía, vestimenta, horarios y lenguas que se oyen. La escuela y los servicios sanitarios se han convertido en lugares de especial vivencia de este proceso.

Día a día, la nueva inmigración modifica tendencias, no sólo en el terreno laboral. Los inmigrantes hacen crecer las cifras de natalidad, la demanda de vivienda y la apertura de cuentas bancarias, entre otros aspectos. La complejidad de los cambios económicos, sociales, legales y culturales que representan estas personas que vienen a edificar una nueva vida nos supera. Resulta difícil, en definitiva, anticiparse a todas sus derivadas.

Los políticos han empezado a tomar conciencia de que, más allá de leyes de extranjería y medidas de urgencia, es el momento de abordar con serenidad y claridad este fenómeno, en el que los inmigrantes demuestran a menudo una comprensión de los mecanismos de las políticas migratorias superior a la de los legisladores. En la última campaña electoral catalana, la inmigración ya fue materia ampliamente citada por los líderes en liza y, muy pronto, con motivo de las próximas elecciones locales y autonómicas, este asunto cobrará mayor relieve. Sin paternalismos y sin demagogias, evitando eufemismos, todos los partidos y administraciones responsables deberían trabajar unidos para hacer posible una entrada ordenada y asumible de inmigrantes así como una integración satisfactoria que conjure futuras fracturas sociales.

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