Migración: el hecho y el ángulo

Por Álvaro Delgado Gal

ABC, 24-12-2006

Durante el último mes y pico se han publicado dos informes importantes sobre el impacto de los flujos migratorios en España. A mediados de noviembre, Miguel Sebastián se despedía como secretario de Estado con un trabajo titulado «Inmigración y economía española: 1996-2006». Cerca de un mes más tarde, el Círculo de Empresarios hacía doblete con un documento en que se recorren las mismas cuestiones, y se esgrimen, más o menos, los mismos datos. Los análisis sectoriales, son también parecidos. Pero el tono y la coloración del mensaje que ha enviado el Círculo, difieren sustancialmente de los que se detectan en el documento de Sebastián.

Estas discrepancias no se producirían si las propias cifras no fueran equívocas, o por lo menos, polisémicas. Un ejemplo: el crecimiento de la economía española a lo largo del último decenio se divide en dos etapas claramente diferenciadas. Durante el primer tramo, aumenta ante todo la renta per cápita. Durante el segundo, aumenta ante todo la población. La interpretación más directa, es que el crecimiento de última hora se explica por los enormes flujos migratorios, aparejados a una tasa de empleo alta y productividades bajas. El Círculo saca las consecuencias, y alerta sobre el agotamiento de un modelo económico basado en la construcción y en actividades, como la hostelería, en que el valor añadido es muy modesto. Sebastián, por el contrario, embota el filo de las conclusiones menos cómodas con especulaciones ad hoc. La esperanza de que los inmigrantes igualen pronto la productividad de los nativos, es voluntarismo puro. Y la invocación del precedente americano, poco feliz. Una de las novedades que parece haber traído consigo la última ola migratoria en los USA, es una ralentización o suspensión de la convergencia en rentas. Y es que no es lo mismo trepar por la economía todavía rudimentaria que retrata Charlot en «Tiempos modernos», que hacerlo en una fase mucho más compleja, y mucho más exigente en términos de formación y nivel educativo.

Al nivel educativo del inmigrante, dedica Sebastián unos párrafos más bien raros. Después de explicarnos que los contingentes principales están constituidos por ecuatorianos y marroquíes, añade que el grado de formación de los inmigrantes, incluso si consideramos sólo a los que proceden de fuera de la UE, supera al de los nativos. Esto, por decirlo suavemente, no se lo cree nadie. El propio Sebastián se siente un poco desconcertado, y señala, como al bies, que tal vez se deba ello al hecho de que los españoles añosos, peor educados, desequilibran, al entrar en el cómputo, el saldo global. El argumento es pueril: lo que importa no es cómo sea el inmigrante respecto a un español que participó en la batalla del Ebro, sino cómo es comparado con un español en edad de trabajar. Aparte de esto, es probable que las cifras que maneja Sebastián, y cuyo origen no descubre, muevan a confusión. Seguramente no significa lo mismo ser ingeniero industrial en Quito, que en Barcelona.

Sea como fuere, ya habrá adivinado el lector en qué difiere el documento del Círculo, del elaborado por el rival de Gallardón. El Círculo, sin impugnar el impacto beneficioso de la inmigración, subraya también los aspectos problemáticos, y aboga por un modelo que aporte más «know how» tecnológico y más productividad. Sebastián es más risueño. De ambos papeles, inspirados, lo repito, en materiales empíricos muy semejantes, se desprenden dos puntos importantísimos, el primero de las cuales es elemental, aunque no lo bastante conocido por el gran público, y el segundo no tan elemental. El punto elemental es que los inmigrantes están contribuyendo a pagar las pensiones que cobran los jubilados… del presente.

Pero permanece abierta la cuestión de quien pagará sus pensiones cuando a ellos les toque jubilarse. El cuadro se complica por el hecho de que el proceso de concentración familiar, y el envejecimiento de la población inmigrante, con los gastos consiguientes en sanidad y pensiones, arrojará, tarde o temprano, un saldo fiscal negativo. El fenómeno se ve favorecido por el desnivel de rentas: el inmigrante, con un salario un 30% por debajo del que gana un trabajador español, contribuye menos, como es natural, a las arcas del Estado.

El punto menos conocido, es que nada, salvo un Niágara de inmigrantes, impensable por motivos sociales y políticos, evitará los efectos a largo plazo del envejecimiento de la población española. Podrá paliarlos, que no es lo mismo. Los españoles nos hemos situado casi un punto por debajo de la tasa de reposición, y contra esto, no hay nada que hacer. Los inmigrantes, por cierto, tienden a igualar en poco tiempo los patrones reproductivos de sus anfitriones. Ello suscita una paradoja: la especie sólo persistirá mientras existan zonas del globo que no se han sumado aún al ethos de la sociedad moderna, hostil a que la mujer se concentre en su función de madre. Se trata de una paradoja como un copón, aunque impronunciable sin incurrir en pecado de lesa corrección política.

Todos coinciden en que estaríamos mucho peor sin inmigrantes. El problema para el Círculo reside en la fórmula: ritmo incontrolado, y orientación hacia actividades de futuro incierto.

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