Premiados anónimos
ABC, 23-12-2006POR A. M. – F./M. F.
MADRID. Si es cierto que cada persona quiere tener su minuto de gloria, ayer muchos quisieron aprovechar la oportunidad que se les presentó con el segundo premio de la Lotería de Navidad. A la espera de que apareciesen algunos de los muchos agraciados con el 37368, los medios de comunicación nos congregamos en torno a la Administración 59 situada en la Puerta del Sol. Mala previsión porque los agraciados brillaron por su ausencia aunque, según los propietarios del establecimiento, que son los que saben a quiénes han vendido el número, «algunos nos están viendo casi desde las ventanas de sus casas, oficinas o establecimientos».
«Hay comerciales, dependientes, funcionarios… que les ha tocado, pero si ellos no quieren aparecer no seré yo quién desvele el secreto», asegura Paco González, dueño junto a sus cinco hermanos de la Administración 59 y gerente de la misma. En concreto, la «rumorología» apuntaba al dueño de un bar cercano como agraciado con 600.000 euros, algo que en el propio establecimiento negaron, aunque con excesiva alegría en sus rostros.
Los premiados se esconden
«A nosotros no nos ha tocado nada. Claro, otros juegan mucho y les toca mucho, aunque no quieran decir nada», apunta uno de los empleados mientras otro recriminaba amistosamente a Isabel González, una de las dueñas de la Administración cuando entró en el establecimiento, que «¿por qué me has mandado aquí a todas las televisiones?». Isabel llegó al bar acompañada del director de la sucursal de un banco, quien le rogaba que le enviara a los clientes premiados en este sorteo.
Claro, que mientras unos se escondían del ataque mediático, a otros les iba la marcha. Como parecía ser el caso de una señora, Pilar Aranda, que decía haber sido agraciada «con 16 millones de pesetas» pero sin la acostumbrada alegría de las personas que suelen estar en esta situación. Su mensaje de «soy de Cazorla (Jaén) y estoy de paso por Madrid», «compré el décimo hace dos días» y «me he enterado en el taxi de que me había tocado cuando venía hacia aquí» (¿por qué venía sin saber que le había tocado?) le sirvió para entrar en directo en varias televisiones y radios. Lógicamente, «el décimo no lo he traído conmigo».
Otros se acercaban a la Administración dando gritos de alegría, haciendo como si se buscasen algo entre los bolsillos para luego desistir cuando habían conseguido que todas las cámaras les enfocasen.
Y cuando, finalmente, llegaron algunos de los realmente premiados, se les pidió que mostraran el décimo como garantía de su sinceridad. Hasta ese momento, nadie parecía creer al inmigrante ecuatoriano que aseguraba ser uno de los premiados. Sin embargo, cuando mostró el boleto, se dispararon las alertas en la habitualmente abarrotada y poco segura Puerta del Sol, donde algunos le recomendaban que depositara el décimo en un banco y se quitara de enmedio lo más rápido posible.
Quizá esta sensación de inseguridad, unida al carácter anónimo de la capital, fueron las causas de que pocos premiados acudieran al despacho de lotería donde encontraron la suerte, en contraste con lo que sucede en ciudades más pequeñas. Al final, Paco y su hermana se bebieron el cava sin más compañía que la Prensa.
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