"Hoy". ECUADOR: "Tragedias migratorias"

Prensa Latinoamericana, 22-12-2006

Por Fernando Bustamante Ponce

En nuestros debates públicos, es frecuente referirse a la emigración de ecuatorianos al exterior como una especie de tragedia no mitigada. Para muchos y en muchos discursos, parecería como si cambiar de residencia a otro país, fuese una irracional aventura, una especie de deserción y una desgracia personal solo comparable a la pérdida de un hijo o de una madre. Este enfoque debe ser puesto en tela de juicio. La migración no es una tragedia, sino, todo lo contrario, es la racional y provechosa explotación de las oportunidades que ofrece el mercado globalizado de trabajo, para intentar reducir la indecente brecha en los ingresos que el trabajo percibe en distintos puntos del planeta.

La tragedia no estriba en que la gente se mude a otro país: la tragedia es aquellas condiciones que perpetúan el esclavizamiento de la fuerza de trabajo a unos empleadores y a unas sociedades mezquinas e incapaces de ofrecer mejores horizontes a sus habitantes.

La tragedia no estriba en la separación forzada de las familias por la migración, sino en que hallemos normales y tolerables aquellas leyes que impiden o dificultan gravemente a que las familias viajen o permanezcan juntas.

La tragedia no es la explotación presunta de los emigrantes en sus lugares de destino, sino el hecho aún más inmoral de que para tantos sea preferible esa explotación a las condiciones que encuentran en sus lugares de origen.

La tragedia no es que parte de nuestra población se lleve sus destrezas y capacidades a otras partes, sino que a tantas personas les resulte tan mal negocio ejercerlas en su tierra natal.

La tragedia no es ser forastero por propia voluntad, sino estar sometido a la xenofobia de muchos en sus lugares de arribo, y a leyes y restricciones que son solo el correlato del más irracional de los temores a la “alteridad”.

La tragedia es la hipocresía de una globalización de libre mercado, que proclama la eficiencia y justicia de la más libre de las circulaciones de bienes, capitales, mensajes y conocimientos, pero que retrocede temerosa y espantada cuando se trata de aplicar esos mismos principios universales a las personas, a sus cuerpos y a sus manos. Trágico es que la emigración que mitiga explotación, pobreza y desigualdad sea vista como un “problema” y no como una solución emprendedora de quienes votan con sus pies en contra de la penuria.

Y, por último, trágico es que nuestras autoridades, nuestros medios, nuestras filantrópicas y benévolas consciencias se empecinen en someterse a los dictados de políticas antimigratorias, que nos son impuestas por dinámicas políticas y culturales que nos son ajenas y que se remiten al imaginario racista y xenófobo de naciones que aún no terminan de ajustar sus cuentas pendientes con su pasado colonialista y que ven como un enemigo a quien sostiene con su trabajo a las envejecidas poblaciones de los países de arribo.

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