Irritación navideña
La Verdad, 22-12-2006Me apresuro a sumarme a las continuas declaraciones de Gabriel García Márquez y mostrar mi absoluta incomprensión ante el hecho de que un monstruo de miles de toneladas, cargado con millares de kilos y varios cientos de pasajeros pueda volar. Y no es sólo que mi mente se haya cerrado a cualquier razonamiento o que sea yo de Letras. Creo andar con las orejas desplegadas y tengo cursado el Selectivo de Ciencias donde recibí sabias lecciones de los catedráticos Loustau, Soler, Iranzo, Procopio Zoroa y Sancho. O sea, la crème de la crème del pensamiento científico de la época. Pero ninguna de ellas me llevó al convencimiento de que semejante armatoste pudiera surcar los aires igual que un gorrión, una alondra o una golondrina.
Dicho esto, se comprenderá mi natural propensión a dilatar la decisión de un vuelo, sea éste doméstico o trasatlántico, aunque las circunstancias me han llevado a volar de un lugar a otro con más frecuencia de lo que hubiera sido mi agrado. Sé por ello de las espesas, largas, monótonas esperas en los aeropuertos; del incomprensible silencio de los responsables ante situaciones que pueden llevar al motín a los pasajeros soliviantados; de la desorientación ante la ausencia de un equipaje que quizá viaje en ese momento a los confines del mundo, o del desprecio de los derechos del usuario cuando éste finalmente opta por la hoja de reclamaciones. Lo normal.
Pero el reciente rosario de horrores protagonizado por la presunta compañía aérea Air Madrid ha rebasado todo lo imaginable. Hace ya tres o cuatro meses, el aeropuerto de Barajas sufría una cotidiana ebullición, producto de las largas colas ante los mostradores vacíos de la compañía. Ecuatorianos, salvadoreños, costarricenses, nicaragüenses, colombianos, argentinos o españoles se iban calentando conforme pasaban las horas (y en algunos casos, los días) sin que nadie les diera cuenta del vuelo contratado
Según se podía consultar ya entonces en Internet, algunas protestas ligaban la llegada de Air Madrid a Managua, por ejemplo, y la venta de su emblemático hotel Camino Real al propietario de la compañía aérea, el mallorquín José Luis Carrillo, dueño también de Global Hoteles, con el viejo resquemor del oro expoliado. O sea, que los españoles estamos comprando en América empresas, hoteles y voluntades con el oro que robamos hace cinco siglos. Pero que nadie se encocore; los niveles de irritación de unos usuarios que se consideran insultados, malquistos o ninguneados pueden llevar a exacerbar sentimientos que permanecían larvados como materiales de deshecho del código genético.
En toda esta concatenación de errores pareciera que la compañía hubiera estado azuzando a sus usuarios para la traca final de las vísperas navideñas. Puede también que el Ministerio o la autoridad competente hubieran hecho dejación de sus funciones y tardasen más de lo recomendable en advertir los desmanes que se estaban cometiendo. Si la causa de las sucesivas advertencias y la cancelación administrativa posterior se debían a razones de seguridad, poco se entiende que en mayo les fuera renovada la licencia para operar. Y si la decisión estaba tomada en firme, habría que asegurarse de que se habían sopesado los problemas que se iban a derivar en los aeropuertos de Europa y Latinoamérica. Clamoroso también el silencio durante todo el proceso de desgaste de los sindicatos aeronáuticos ante la indefensión de un millar de trabajadores, e incomprensible la impunidad de unos gestores que se exculpan atacando a quienes deben vigilarles.
Ahora les llega el turno a leguleyos y burócratas, más atentos a una coma o a un artículo que a los dramas de miles de usuarios acampados en los aeropuertos. Por una vez siquiera, convendría que la Justicia aceitara sus engranajes, hiciera un apartijo para recibir las reclamaciones y compensar a las víctimas y no lleve sus decisiones ad calendas grecas, ese territorio imposible del que se suele decir también que para entonces, todos calvos.
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