La guerra de los Rossi

El Mundo, 18-12-2006

La CE apoya a una familia italoespañola cuyo hijo fue maltratado en Madrid por la Policía tras una manifestación Había altercados en las calles de Madrid y al quinceañero Boris le detuvieron por las pintas al pasar andando junto a los antidisturbios. Recibió golpes y patadas, fue desnudado en comisaría y, al decir su nombre, un agente le soltó: «Maricón, como el de la tele».


De los 24 menores detenidos, seis se negaron a declararse culpables a pesar de que se les prometió benevolencia si accedían a ello. Fue pasando el tiempo y los cinco cargos iniciales que había contra los seis irreductibles (lesiones, atentado, daños…) se quedaron en uno: desórdenes públicos. La Fiscalía ni siquiera abrió investigaciones para dilucidar quién apalizó brutalmente a dos de los menores, cuyos casos han sido denunciados por Amnistía Internacional. Dos años después, conocida la sentencia, el quinceañero italoespañol que participó junto a su amigo mulato en aquella manifestación antirracista ha sido condenado a cuatro fines de semana de arresto domiciliario. Muchos lo firman, echando tierra sobre el asunto. Pero Boris Rossi ha dicho que no.


Quizá haya sido el pundonor de la madre, Tiziana, o la sensación de que el caso Boris es la gota que ha colmado el vaso de la impunidad policial en los abusos a menores; pero demostrar su inocencia se ha convertido en un paradigma ético, la particular guerra de los Rossi.


Después de contactar en vano con el consulado italiano, dirigirse al presidente de la República italiana o hacerle llegar una misiva al mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero, el asunto ha llegado a la Comisión Europea, que ha recogido el guante y se lo ha enfundado en defensa de Boris.


La cuestión se lanzó en una pregunta de los europarlamentarios Giusto Catania y Willy Meyer, de Izquierda Unitaria Europea, gracias a que Rifondazione Comunista hizo suyo el asunto Boris y decidió airearlo en las instituciones.


La interpelación dice que el maltrato policial es una «cuestión preocupante» en España, relata lo sucedido, denuncia «el alto grado de impunidad» de los agentes y señala que la Policía, en el caso que nos ocupa, «ha podido actuar violando la prohibición de la tortura, situación agravada por el hecho de tratarse de menores». En una respuesta de Franco Frattini, comisario de Justicia, Libertad y Seguridad de la UE, la Comisión «lamenta profundamente que tales acontecimientos sigan ocurriendo dentro de la Unión».


Acostumbrados a que nadie creyera en Boris dentro de las instituciones, el reciente espaldarazo de la Comisión equivale a un veredicto moral. Servando Rochas, el abogado encargado de la defensa del chaval, va a pedir la anulación de la sentencia.


Si le preguntan a Boris, el caso es que volvería a acudir a aquella manifestación del 23 de octubre de 2004. Se convocó de forma espontánea, para contrarrestar aquella demostración callejera de la Falange cuyo lema decía: «No a la inmigración. Defiende tus derechos. Defiende tu identidad». Hubo disturbios al final. Boris cuenta que, cuando la cosa empezó a ponerse fea, se fue junto a su amigo. Y que, al pasar junto a los antidisturbios, un agente les cortó el paso. «Tú, ¿por qué sudas?». Les golpearon. Acababan de ser detenidos.


Durmieron en un calabozo «que olía a orina», recuerda Boris, sin «nada para taparse». A cada poco, «un manotazo». Él fue el último en declarar. «El policía estaba enfadado porque decía que le habíamos jodido la noche, y al decirle mi nombre contestó: ‘Maricón, como el de la tele’», señala. «El mismo policía que me dio en el furgón me tiró de la camiseta. Mientras le decía los demás datos, me hizo mirar para abajo».


A las dos de la madrugada los bajaron, los esposaron de dos en dos y los llevaron al Grume. «En el camino nos cruzaron con nuestros padres y mi madre empezó a gritar a un policía que nos empujaba. Tras cerrar la puerta dijo: ‘A éste le teníamos que haber dado una paliza’».


El juicio fue el 24 de octubre pasado. Para los que accedieran a declararse culpables había cuatro fines de semana de arresto domiciliario o 50 horas de trabajos en beneficio de la comunidad. Para los que no, el doble de ración. En casa aún se preguntan por qué se les ha aplicado la misma condena (más suave) que los que accedieron a declararse culpables, cuando él no se prestó a ello.


«Quiero que sea declarado inocente, y no voy a parar hasta lograrlo», cuenta Tiziana. «Algunas madres me dicen que no le dé más vueltas, que sólo van a ser cuatro fines de semana. Pero no, es mucho más que eso. Nos jugamos que mañana cojan a otro chico y le endosen lo que les dé la gana sin pruebas».


Boris se ha hecho varias fotos en las que se le ve la cara para este artículo. Pero preferimos dar ésta. Dicen sus amigos que lo suyo no tiene nombre. Ni rostro.

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